- Se ve como ¿salvador del cine español?
- ¡Si yo no quiero salvar a nadie! Mi única presión es no defraudar al público, ni decepcionar al inversor. Maquillar las cifras del cine español no me importa. Me importa más que el público se lo pase teta en el cine en vez de tomarse el cubata de garrafón. Es mi sana intención. Yo quiero gustar.
-En un ser «tan repulsivo como Torrente» (sic) se concentra todo lo que Santiago Segura odia del ser humano. ¿Qué es lo que usted odia?
-Lo que tenemos muchas veces en pequeñas dosis, e incluso nos molesta a nosotros: cuando de repente te da ese ataque de ira, cuando te sale un gesto mezquino, y actitudes muy tristes que enturbian la serenidad y la convivencia, como son la xenofobia, el machismo, la misoginia, los vicios...
-Torrente se ríe del «españolismo exacerbado». ¿Su película es catártica?
-Catarsis y exorcismo. Tú ves a un señor así por la calle, y no es gracioso. «¡Qué tío más guarro!», piensas, y te cambias de acera. Suelen ser los Torrentes tíos ruidosos, a los que no les importan los demás, que piensan en sí mismos, de actitudes bochornosas. ¿Cómo puede gustar el personaje? Como gusta Homer Simpson. Pero yo no le dejaría las llaves de la casa a Homer, ni le invitaría a cenar.
-¿Y a José Luis Torrente?
-Mire si es fuerte el tema que invitaría antes a Homer que a Torrente a casa. Igual te quita algo. Homer es tonto solo, te saquea la nevera, y Torrente que se quede ahí, en la pantalla. ¿Que si no me canso de interpretarlo? Seamos serios: han sido seis horas y media en 4 películas en 13 años.
-¿A usted le hace gracia la gente que no se da cuenta de su «crítica» a los torrentes abyectos?
-Sí, bueno, para mí es lo que hace que sea menos repugnante. A mí me da cierta ternurilla los que son como yo alopécicos y se peinan así como intentando disimular la calva, o los que llevan un peluquín, se nota a kilómetros y son felices. Entonces, este tío Torrente no se da cuenta de que es un idiota absoluto. Es un patán. Que él tenga esa imagen de sí mismo es lo que a mí me divierte. Es un paria.
-¿Qué les dice usted a los que acusan a su película de ser misógina, de que la mujer es presentada como un «objeto decorativo», de que Torrente se ríe de los homosexuales, de las prostitutas...?
-Un periodista argentino me espetó: «Su película es misógina porque los roles femeninos son terribles...» Vamos a ver, caballero, —le dije—, me puede acusar de que la película es de un misántropo, pero no de un misógino. Mire los roles masculinos: son idiotas, anormales, alcohólicos, detritus de la sociedad... En general es una visión negra del mundo, no creo que sea de la mujer. Tengo muchos amigos homosexuales, de distintas razas, latinoamericanos, gente de color, y se descojonan viendo Torrente. Me alegra saber que no ofendo a todo el mundo. Es una crítica, una parodia de lo que vivimos constantemente, una realidad que está ahí, y en la realidad no hace gracia porque no tiene ni puñetera gracia. Es como poner una lupa a un insecto y flipar.
-¿Por qué le atraen y le repelen los tipos raros?
-Hay friquis que me dan ganas de adoptarlos y otros son repulsivos; lo que pasa con los humanos normales. Generalizar es cagarla, es mi síntesis.
- ¿El «éxito» de la saga es por Tony Leblanc?
-Parte de ello es Tony Leblanc como representación o símbolo de que lo nuestro es bueno. Yo adoro, sinceramente, a los cómicos norteamericanos, pero con un especial cariño a los españoles. En Francia, me dijo José García cuando rodábamos Asterix, los cómicos son dioses. Cobran hasta dos millones de euros por una película. Esas cosas me dan envidia, iba a decir sana, pero no.
-«Soy un anormal», confiesa. ¿En qué sentido?
-Hay cosas que hago que reconozco que no son normales. Que no me guste el fútbol en España me hace ser un poco un perro verde. Y más cosas que no le cuento para que no me miren raro por la calle.