Manuel Moreno Maya «El Pele»
Cantaor flamenco
Aparece en un formidable vehículo vestido de un blanco impoluto. Manuel Moreno Maya, el niño que cantaba por los mesones para dar sustento a su familia, es hoy, unas cuantas décadas después, una de las fuerzas naturales del flamenco. Elige Bodegas Campos para la entrevista. Justo la taberna que alumbró su sobrenombre, El Pele, por obra y gracia de Paco Campos y Manuel Benítez «El Cordobés». «Aquí he trabajado yo muchas tardes limpiando botellas. Mi infancia fue regular. Me cogió una época muy mala. Tuve que sacar a mis hermanillos para adelante porque mi madre se separó de mi padre. Y hasta que no tenía treinta duros para que mi madre hiciera un potaje no me iba a casa. Me quedaba dormido debajo de las sillas. Yo he sido un niño grande. Un viejo. Porque la vida me empujó».
—¿Qué se aprende en la calle?
—Todo. Lo bueno y lo malo. Es el mejor libro que puedas ver.
En su partida de nacimiento (Córdoba, 1954) figura como padrino Manuel Ortega Juárez, «Manolo Caracol», todo un mito en la historia del cante contemporáneo. Su pedigrí flamenco, por tanto, le corre por las arterias, herencia de su padre, anticuario y buen aficionado, que se rodeaba de artistas de indiscutible talla, como Pastora Pavón, Pepe Pinto o Juanito Mojama. «De Caracol me quedo con su cante. De su persona no hablo. La mayoría de los flamencos saben cómo era. He tenido la suerte de verlo detrás de una columna escuchando a Camarón, porque no quería dar a entender que le gustaba. Caracol era el cantaor por excelencia. El primero que se atrevió a meter una orquesta en el flamenco. Fue un adelantado a su tiempo. Igual que no entendieron a Morente ni me entienden a mí».
—Ha llegado usted a lo más alto.
—Nunca se llega a lo más alto. Estoy empezando a ganar cuatro pesetas ahora. A vivir un poco la vida. Mi primer contrato fue en Benamejí, donde gané 1.500 pesetas por cantar. Y luego me metí en el Zoco ganando 500 pesetas diarias. Pero también he cantado para los señoritos. Y sentía vergüenza.
Hoy El Pele es un apacible padre de familia, que ha dejado atrás las turbulencias de juventud. Vive en una casa en el campo y es propietario de un puñado de caballos. Se levanta a las ocho de la mañana, se sienta en el ordenador y estudia concienzudamente los cantes de siempre. «Estoy con las nuevas tecnologías. Antes no podía hacerlo, porque los medios no me lo permitían. Los aficionados me dicen: «Maestro, pero ¿todavía sigues estudiando?» Todavía. Nunca se acaba de aprender.
—¿Nos puede decir qué diablos es el flamenco?
—Es el lamento de una persona que ama, que sufre, que llora. El lamento de un pueblo inculto. No somos Pemán, ni Antonio Gala. No sabemos expresarlo y lo tenemos que hacer a través de nuestra voz, de nuestro corazón, de nuestra garganta.
—¿Habla del pueblo gitano?
—Cuando hablo de cante no estoy metiendo sólo a los gitanos. Mucho ojo con esto. Los gitanos aportamos mucho, pero no todo. Ahí está la historia tremenda desde Vallejo a Marchena.
—¿Hay fronteras para usted?
—Para mí, hay personas. Hombres de buena voluntad, hombres que lloran. ¿Quién ha dicho que los hombres no lloran?
—Si el flamenco es la expresión de dolor de un pueblo, ¿qué ocurre cuando los flamenquitos viven entre algodones?
—Usted tiene guasa. ¿Qué pasa con que los flamencos tengamos buenos coches? Los flamencos también tenemos derecho a tener una buena casa o un buen coche. Estamos en el siglo XXI. Hoy se canta mejor, porque hay menos fatigas. Quien dice que para cantar flamenco hay que haber sufrido y comer potajes debajo de un árbol miente. Como se canta flamenco es sabiendo que mis nietos no tienen fiebre, que tengo para comer mañana y que mis potrillos están corriendo por el campo.
—Phillippe Donnier escribió un libro que se llamaba «El duende está en las matemáticas».
—Dígale de mi parte que los duendes no existen. Que no se busque más la vida con los duendes. Que el que más sabe de eso somos los que sufrimos, los que hemos llorado. Yo he cantado en el Royal Festival de Londres ante diez mil personas y he llorado porque tenía a mi nieto con fiebre. Que no son los diez o doce mil euros que me iba a llevar. Que no. Que nadie me hable de duendes. Los duendes es el estado anímico de la persona.
—¿Cómo es su ánimo ahora?
—Estoy para cantar por seguiriyas.
—¿Quién es el señor que se esconde detrás de El Pele?
—El Pele nunca jamás ha engañado a nadie ni se ha peleado con nadie. Ése es el mejor legado que puedo llevar como estandarte. Que te quiere todo el mundo y que te dicen por la calle: «Manuel, buenos días, que Dios te bendiga». Eso es lo más bonito del mundo.
—¿Qué borraría de su biografía?
—Yo no quitaría nada. Porque lo he vivido. Yo caí en unos mundos raros también, pero tuve los santos de quitarme de todo.
—Hay quien dice que El Pele ha sido un hombre con muy buena voz y muy mala cabeza.
—No. Lo que pasa es que yo no le he echado el brazo por encima a nadie para que al día siguiente me hagan una buena crítica. Yo he sido muy personal. ¿Por qué tengo que cantarte yo a ti? No te canto porque no me da la gana. Usted puede tener todos los dineros que le dé la gana, pero mi hambre es mía. En mi hambre mando yo. Eso no es tener mala cabeza. Eso es tener personalidad y hacer lo que tú quieres.
—¿Siempre ha hecho lo que ha querido?
—Lo que he podido. Ahora ya tengo más obligaciones.
—¿Ha hecho muchas locuras?
—Todo el mundo ha hecho locuras. Y no me arrepiento de ninguna. Y todos hemos hecho cosas importantes.
—¿Qué es lo más importante que ha hecho?
—Tener a mi familia.
—¿Qué le subleva?
—Ver las injusticias sobre las criaturas, sobre los negritos, sobre los niños que mueren a diario con la cantidad de miles de millones que se gastan haciendo cabezas nucleares.
—¿El mundo tiene arreglo?
—Desgraciadamente no tiene arreglo. Por culpa de los hombres de mala voluntad, sin corazón y sin cabeza. Esto no lo podemos arreglar unos pocos. Ni apadrinando ni comprando tarjetas de Unicef.
—¿Qué siente cuando en Francia se deportan a miles de gitanos?
—Lo que puede pensar cualquier ser humano que tenga sensibilidad. El tiempo de los nazis ya se ha terminado. Estamos en el siglo XXI y tenemos derecho a una casa digna. No matamos a nadie, ni ponemos bombas.
—¿Estamos curados de racismo?
—Viendo a este gachó (Sarkozy) no. Nos va a costar mucho quitarnos el racismo de lo alto. Poco a poco se va viendo más claridad. La prueba la tienes en todos los negritos y todos los chinos que se han metido en España. Pero como en todas las familias, los hay cabroncetes y los hay que son dignos.
—¿Queda flamenco para rato?
—¿Flamenco del bueno?
—Flamenco.
—No se lo puedo decir. No hay nadie que se meta en un estudio y cante por soleá. Y no se le puede llamar flamenco a cualquier cosa. El flamenco es más importante que todo eso. Búsquese otra forma para vender su producto y olvídese del flamenco, por favor.