Si uno repasa su biografía comprobará que estamos ante un torero de otro tiempo. A los catorce años agarró el petate y se fue con lo puesto para abrirse camino en las capeas de Castellón. Durmió bajo los naranjos y sufrió los rigores de la calle durante tres años y medio. Un elevado tributo que tuvo que pagar para poder ceñirse algún día un traje de luces. Y el 25 de julio de 1964, día de Santiago, Florencio Casado «El Hencho» pisó por primera vez el albero en la vieja plaza de toros de Córdoba. «Fue la alegría más grande del mundo. Parecía yo el marqués del mirlo».
—¿Uno se hace torero para sacudirse el hambre?
—Yo no he pasado fatigas, gracias a Dios. Lo que pasa es que la Fiesta Nacional es muy bonita. Le das un pase a un toro y ya te engancha. Esto es un veneno. Una droga que te dura toda la vida.
No pasó fatigas Florencio Casado «El Hencho» (Córdoba, 1945) pero sí las fiebres de malta por beber leche de cabra directamente de las ubres del animal. Miembro de una familia de nueve hermanos, nació en el taurino barrio de Santa Marina y con siete años se instaló en una huerta de las Margaritas entre cochinos y borricos. Era la España en color sepia. «Las fiebres de malta me dejaron medio muerto. Me tenían que poner sábanas empapadas para bajarme la fiebre. Si hubiera muerto no habría pasado nada».
—Habríamos perdido a un torero.
—O quizás a un bandido. Hoy no hay nada más que bandidos. Mire al Gobierno si no.
Florencio Casado es un hombre rudo, sin medias tintas, que se gana la vida como corredor inmobiliario desde que se cortó la coleta en 1990. Vivió sus días de gloria en los primeros años de la década de los setenta, cuando salió una decena de veces por la puerta grande en las Ventas. Aunque su afición nació algunos años antes. Cuando en plena calle contempló a El Pireo dando pases de pecho y entrenándose para salir al coso. Fue entonces cuando un amigo suyo de infancia se le acercó y le dijo que en Castellón daban trabajo en las capeas. «Y nos fuimos sin “ná”. Con un macuto y ya está. Mi padre no quería que fuera torero y estaba loco por cogerme y matarme a palos».
—Los niños de entonces eran de otra madera.
—Hoy los chavales van muy cómodos. La vida de antes era más dura y todos los nenes queríamos ser como Benítez. Yo estuve en el seminario pero aguanté cinco días y me escapé. Ya no he ido más al colegio. Aprendí las cuatro reglas y a vivir la vida. ¿Usted me comprende?
En las Ventas enganchaba cuarenta mil duros por corrida en los años sesenta. Eso si toreaba fuera de feria. Pero «El Hencho», como muchos toreros de época, era hombre de bolsillo ligero y mano rota. «Cuarenta mil duros era un dinerito, pero ¿a mí qué me duraba eso? Me lo gastaba en todo. Los primeros veinte mil duros eran para mi casa y lo demás para mí. ¿Y si me pegan una “corná” y se queda la viuda con todo? Yo he sido un hombre de taberna y de más cosas. Un hombre completito. ¿Qué le voy a hacer? Por lo menos te vas a gustito para el otro lado. Si tiene que venir la muerte, que venga. Yo ya tengo el tenedor y la cuchara limpios. No hay problema». La entrevista tiene lugar en la cafetería Siena, en pleno centro de Córdoba. El Hencho se abstiene de pedir nada. A palo seco.
—¿Dónde se estudia la torería?
—Viendo muchos toros, teniendo mucha afición y siendo una persona honesta y buena. No un sinvergüenza o un niñato de esos que dan dos pases y se creen que son unos figurones del toreo.
—¿Ha pasado miedo en las plazas?
—Yo no he pasado miedo en mi vida. Del toro, no.
—Un animal de esos causa respeto.
—¿No está uno casado que es peor? ¿Usted me puede definir a mí qué es el miedo?
—¿Usted no lo sabe?
—No. El miedo es el que se crea uno.
—¿No ha tenido miedo a la muerte nunca?
—Ni le tengo. Si yo sé que me voy a morir más tarde o más temprano.
—¿Dónde ha pegado más capotazos: fuera o dentro de la plaza?
—Fuera he pegado pocos. No escucho a nadie. Los que van de enteraos, de tunantes, se creen que saben más que nadie. Si quieren hablar de toros que se pongan delante de un toro y aprendan.
—El de Santa Marina es un barrio de toreros y piconeros. Le tocó a usted la mejor parte.
—Yo nací en La Lagunilla, junto a la casa de Manolete. Mi abuelo hacía picón y mi padre era íntimo de Manolete. Mi padre ha llegado a vender cosas personales para verlo torear. En aquel tiempo, la gente vendía las colchas, las sábanas, los borricos. Antes había más afición y se era más serio. No iba la gente «ahumaos» como ahora.
El diestro cordobés ha sido siempre su ídolo, aunque respeta a toreros de la talla de Enrique Ponce o Finito. Con José Tomás tiene sus reservas. «Rompe con todo. Es un suicida, hablando en plata».
—¿Qué aprendió del toro?
—Muchas cosas. El toro está las veinticuatro horas en el campo y es muy inteligente. Yo veo lo que puede dar de sí el toro. Ellos mismos te lo dicen. Pero conocerlo es muy difícil.
—¿Se fía usted más del toro o de los seres humanos?
—De las personas no se puede fiar uno. De ninguno.
—¿Más «cornás» da la vida?
—Alguna «corná» me ha dado. Y me han dolido mucho. Pero aquí estamos todavía.
—Dice Chiquilín que ya no quedan toreros trajeados. Que ahora van con la camisa por fuera.
—Chiquilín habla tonterías. Lo que pasa es que siempre va con el mismo traje y antes los toreros iban con un traje cada día. La vida cambia. Ese tipo de torero ya se ha perdido. Que cada uno vaya como quiera. No me gusta la gente de ahora. Ni esta vida de discotecas, de litronas, de droga y de todos los productos que hay por ahí.
—Menuda «corná» la del Parlamento catalán.
—Pero si Cataluña da ocho o diez corridas al año nada más. Los catalanes son para todo igual. Esos no son españoles. Es que no os enteráis.
—¿Estamos al principio del fin?
—No. Vaya usted a El Viso y le dice que va a quitar al toro. Verá cómo sale de allí.
—Dígame alguna razón para prohibir los toros.
—¿Qué razón va a haber? Ninguna. Si esos animales han nacido para eso. ¿Por qué van a quitar la Fiesta Nacional? Los miles de millones que se gana y los puestos de trabajo. ¿Dónde van esas personas?
—¿Ha sufrido por un toro?
—Sí. He visto a toros llorar.
—Póngale un par de banderillas a Córdoba.
—Banderillas de fuego. Córdoba para el toro ha sido siempre muy mala.
—¿Qué es tocar la gloria?
—La gloria es vivir la vida y ya está.
—¿Y le queda mucho por vivir?
—Me queda poco. Ocho o nueve años.
—Lo tiene ya todo previsto.
—Yo ya tengo la cuchara y el tenedor limpios y preparados.




