Córdoba

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Cinco siglos y medio de clausura

El convento de Santa Marta se fundó en 1461 y celebrará el año que viene los 550 años de su creación

Día 09/10/2010 - 12.09h
A. V.
Las religiosas jerónimas del convento de Santa Marta posando para ABC.
En pleno centro de Córdoba, pero en un discreto rincón, se halla el monasterio de religiosas jerónimas de Santa Marta. Se trata tal vez del convento de clausura más antiguo de la ciudad con actividad ininterrumpida: «Ni siquiera tras la Desamortización dejó de haber aquí monjas», afirma con orgullo la actual priora, Madre Fátima, una religiosa de origen castellano a la que varias décadas de vida en Córdoba no han acostumbrado al calor veraniego de la ciudad.
Fue el segundo convento de religiosas jerónimas; el primero fue el de Toledo, y data de 1461, por lo que el año próximo cumplirá cinco siglos y medio. La orden, entonces recién fundada, quería entroncar el humanismo naciente con la tradición de los Padres de la Iglesia y se fijó en San Jerónimo, patriarca del eremitismo en el siglo V y columna vertebral de la veneración y el estudio de la Sagrada Escritura en la Iglesia Católica. «El carisma especial de nuestra vocación —añade Madre Fátima— es precisamente la Sagrada Escritura: San Jerónimo decía “que nos coja la noche leyendo la Escritura”, y eso es lo que hacemos».
El pasado miércoles recibieron la visita del obispo, que permaneció una hora y media rezando y departiendo con las religiosas. Con una de ellas, Sor Inés, postrada en cama por enfermedad, recitó varios salmos de memoria, y las monjas sintieron con la presencia del obispo su condición de «corazón de la Iglesia» que recibe y ha de repartir por todo el Cuerpo Místico la gracia de Dios. Según las monjas, «el obispo quedó impresionado por la paz de esta casa».
Labor constante
Desde el silencio exterior, la paz del alma, el trabajo humilde y la oración continua, las religiosas de clausura de este histórico cenobio trabajan incansablemente por la Iglesia. Una de ellas, Madre Sacramento, tiene ya 90 años de edad y 66 de vida monacal, pero eso no le impide levantarse todos los días a las cinco de la mañana, llena de ilusión, para ponerse a rezar: «Tengo mucho que rezar por las necesidades de las personas que vienen aquí pidiendo oraciones», dice con el rostro traspasado de alegría. A las siete comienza el oficio divino y luego tienen la misa, cumpliendo todo el día las obligaciones de la regla de San Agustín, adoptada por su orden.
Nada turba la paz de estos muros, que durante cinco siglos y medio han visto pasar generaciones y generaciones de hijas de San Jerónimo. Y se sale de aquí respirando aire puro, con las pilas del espíritu cargadas para proseguir la vida en la vorágine de nuestro tiempo.
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