Córdoba

Córdoba / 9 de gondomar

Enterrados

Día 19/10/2010 - 02.37h
Por fin se acabó el entierro de los 33 del desierto de Atacama en el norte de Chile. He sentido alivio al verlos salir en la cápsula Fénix 2 (nombre tomado del ave mitológica griega), porque sé que ahí acaba la epopeya de 70 días y se apagan los focos del plató televisivo en que se convirtió con 1.600 periodistas.
Me alegro por el pueblo chileno que ha sabido estar unido ante un accidente de semejante magnitud, pero me enervo contra los que vieron una oportunidad de negocio y/o promoción gracias a la tragedia de esos 33 mineros (uno de ellos boliviano).
Está bien que el guaje Villa se acuerde de los mineros porque su familia lo fue en la Asturias natal y que haya decidido enviar una camiseta firmada sin buscar nada a cambio. Otras iniciativas, nacidas de los institintos más bajos, también han llegado a la esa caja de resonancia en la que se convirtió el pozo San José: invitaciones a streptease, cantidades millonarias por trabajar en televisión o viajes de ensueño a las islas griegas pagados por un gobierno en quiebra, el del socialista Yorgos Papandreu. Veremos cuántos de esos presentes tienen fecha de caducidad, pero ahí ha quedado el gesto.
Visaje que no han olido los mineros leoneses de la marcha negra o los que se encerraron en la cuenca del Guadiato que salieron a protestar hace poco por el mantenimiento de sus puestos de trabajo y que la Comisión Europea quiere sepultar.
También han sido enterrados en vida, con su carbón nacional que no quiere nadie, y con ellos sus sueños de labrar una vida más próspera para sus hijos.
Pero ellos no han sido invitados al palco VIP del Real Madrid, ni a un viaje de lujo, ni tampoco han recibido tentadoras ofertas de programas del corazón y del hígado, nada de eso. Sólo tienen el decreto del carbón, que ni tan siquiera es un salvoconducto. Bruselas ya se ha encargado de que no hagan planes a largo plazo.
Cierto es que no han vivido en una situación extrema a 700 metros de profundidad durante dos meses, pero esa realidad no hace mejor la vida de los que se meten en la oscura mina sin saber si será la última vez o si ese día cobrarán los atrasos que les adeuda la empresa.
Me alegro por los 33 de Atacama, pero mi corazón está con los que siguen sin ver la luz del sol porque su pozo es mucho más profundo.
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