José Rodríguez Rueda
Arquitecto
Defiende José Rodríguez Rueda una planificación urbanística plenamente democrática. Casi nada. Quizás por eso, el señor Rueda se ha convertido desde que se apeó de sus responsabilidades públicas en una especie de «enfant terrible» del urbanismo. Una suerte de piedrecita molesta en el zapato del equipo municipal. El problema es que no habla de oídas. Conoce la letra menuda de las leyes. Y eso es todo un incordio que puede llegar a ocasionar más de un quebradero de cabeza.
—Se ha opuesto a la Torre Prasa, a la Torre Noreña, a las naves de Colecor. ¿Es usted un kamikaze o un visionario?
—Soy consecuente con mi itinerario. Siempre he actuado con criterios claros: el sentido de la planificación democrática. Y cuando veo que se atenta contra eso se me revuelven las tripas. No me puedo contener.
Y no se ha contenido el señor Rueda. En ninguno de estos tres casos. Para infortunio del equipo de gobierno. Su biografía personal, todo hay que decirlo, le otorga cierta autoridad profesional en sus posicionamientos urbanísticos. Pero empecemos por el principio. José Rodríguez Rueda (Córdoba, 1947) fue un alumno infalible en sus estudios básicos. El número uno del Colegio Cervantes. Estudió Arquitectura casi por azar. Por amor al dibujo y a las Matemáticas. Y acabó en Madrid trabajando en un ministerio. Allí se casó y residió durante cuatro años. Hasta que se convocó una plaza en Córdoba y tomó billete de vuelta.
—Aún hoy no estamos seguros de haber actuado correctamente. Volver a una ciudad de la que yo huí.
—¿Todavía es una ciudad para huir?
—Yo creo que sí. No del espacio físico, ni de su calidad vital, sino del espacio intelectual, que es un espacio estrecho. Córdoba es una ciudad enormemente conservadora y cuando me pregunta gente de fuera que cómo es posible que aquí gobierne el PCE, yo les digo exactamente eso: por ser una ciudad conservadora.
—¿Cómo explica usted esa ecuación?
—Porque el proyecto del gobierno municipal del PCE ha sido conservador. No progresista.
—Si no, no nos hubiéramos llevado tan bien con el «stablishment»...
—En efecto.
Su inmersión en el mundo de la política vino de la mano de la amistad. Rodríguez Rueda nunca militó en partido alguno. Ni ahora ni entonces. Fue Jaime Montaner, amigo y colega de oficio, quien lo captó para sentarlo en la delegación de Obras Públicas de la Junta a principios de los ochenta. En el paleolítico del proceso autonómico. Luego, en 1986, lo nombró viceconsejero de Obras Públicas, desde cuyo cargo participó activamente en el Plan Renfe, la mayor operación urbanística contemporánea de la ciudad.
—¿El Plan Renfe se hizo como se tenía que hacer?
—Yo me siento muy satisfecho teniendo en cuenta que no podíamos anular todos los planes generales anteriores. No estábamos por la ruptura, sino por la reforma, que no era sólo un concepto político. Yo no pertenezco a la utopía: pertenezco a la praxis. Me parece que tenemos una magnífica estación, un magnífico paseo, unas densidades razonables y una buena dosis de aparcamientos. El soterramiento, quizás, debería haber sido más largo.
Sus convicciones urbanísticas parecen fuera de toda duda. Y su jubilación no parece haber diluido la intensidad de sus opiniones. Tomamos café en el Siena y Rodríguez Rueda exhibe entusiasmo en su medido discurso urbanístico. «Yo ya no sé si mi punto de vista puede ser de interés. Si lo considera así, no tenga inconveniente en tirar a la papelera esta entrevista». Nada más lejos, desde luego, de nuestras intenciones.
—¿Qué hay en la trastienda de las naves de Colecor?
—Un trato de favor a un promotor (y muchas cosas más) de esta ciudad.
—En el que ha participado mucha gente.
—Básicamente, el equipo de gobierno.
—¿Por qué cambió la Junta de opinión?
—Por lo que sé no ha cambiado de opinión. El último informe de la delegación de Obras Públicas es impecable y absolutamente desfavorable.
—La consejera de entonces, Rosa Aguilar, parece que no estaba de acuerdo con ese informe.
—Yo no lo sé. Es una lectura posible. Supongo que tiene que cuidar su recorrido, su pasado.
—¿Qué va a pasar ahora?
—No tengo ninguna duda de que si se aprueba (el Plan Especial) va a ser recurrido por la Junta. Y como no lo recurra, tendremos que hacer algo. Es igual de ilegal que el anterior. No es un tema de porcentajes. Es un uso prohibido en esa clase de suelo.
—¿El urbanismo es siempre terreno pantanoso?
—Como la vida misma.
—Una jungla.
—No diría tanto. Es un territorio muy complejo donde confluyen muchos intereses.
—¿El alcalde de una ciudad es necesariamente el hombre que manda?
—Debería serlo. Para que el mandato sea eficaz exige conciertos con otros poderes. Si no, el gobierno deviene en ineficaz. Hay que componer con los demás el escenario de poder.
—¿Los poderes económicos están aquí en su sitio?
—El sector inmobiliario ha tenido mucha presencia. Pero, en general, se ha concertado bien. Salvo la operación de Colecor, lo que me resulta incomprensible, o el intento de la torre Prasa, que era una actuación desmedida. Los planes han concertado bien el interés público con los intereses privados.
—¿Qué aberración urbanística dinamitaría?
—Aparte de las naves de Colecor, algunas parcelaciones. Salvaguardando la vida y derechos de sus moradores. No digo todas, porque es un tanto utópico.
—¿Un concejal de Urbanismo es una persona fiable?
—Yo no me he contagiado del síndrome Marbella y peleo mucho para hacer ver que eso no es generalizado. Se hace un flaco favor a muchos administradores del urbanismo que están entregando su vida y dedicación en aras del interés público. La inmensa mayoría de concejales de Urbanismo que conozco han salido con manos limpias.
—¿Una ciudad moderna es una ciudad con rascacielos?
—Nada tiene que ver. Yo me opongo a los edificios en altura, en primer lugar, porque el plan no los habilita. Digan lo que digan. Es una cuestión de principio de legalidad. Una cuestión absolutamente esencial. El modelo de ciudad que tenemos está muy bien. No necesita de «imputs» de esa naturaleza. No añade ninguna ventaja y desvirtúa el modelo de ciudad, que tiene un centro histórico que no es cualquier cosa. No niego el debate, pero tiene que producirse en el marco adecuado: el de la planificación democrática, con reglas iguales para todos.
—¿Un arquitecto con cargo público viene a ser como un tigre de bengala enjaulado?
—Arquitectos de perfil artístico o creativo hay muy pocos. La mayoría somos profesionales. Pero no somos artistas porque no somos libres. Trabajamos para clientes.
—¿Le deslumbran los arquitectos estrella?
—Ahí tengo el corazón partido. La mayoría son muy buenos profesionales. Pero anteponen su lucimiento al lugar. Ni Vázquez Consuegra (Torre Noreña) ni Carlos Ferrater (Torre Prasa) han tomado en consideración el lugar.
—¿En coche o en bicicleta?
—A pie.
—¿Qué es lo esencial?
—Vivir en equilibrio.




