Córdoba

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«Lleno de ceniza»

El tiempo no pasa en balde y las tradiciones se olvidan. Asar castañas en la calle es un oficio en peligro de extinción

Día 07/11/2010
L olor y el humo que producen las castañas asadas nos dan la pista de que se acerca el invierno. Pero la figura del castañero se va perdiendo. Cada vez hace menos frío en otoño y la gente ya no tiene la costumbre de comprar este fruto para entrar en calor. Lo que más les divierte es cantar y se reúnen en los karaokes con sus amigos. Eso sí, a las once de la noche ya no ves a nadie. Deben madrugar para ir al trabajo.
—¿Cuántos años hace que se dedica al oficio?
—De castañero llevo diez años. En invierno aso castañas pero cuando llega el verano vendo sombreros y gorras en el Rocío, en romerías y en las ferias de toda España.
—¿El calor ha retrasado la venta de castañas?
—Entre el cambio climático y el cambio de horario se acerca muy poca gente al puesto. También es posible que haya elegido una mala ubicación porque el Paseo de la Victoria parece un desierto. Tal vez cambie la suerte cuando los vendedores ambulantes monten su carpa; supongo que entonces habrá más animación. Y el caso es que las castañas han salido muy buenas esta temporada. A mí me las traen de Ronda y de Galicia.
—¿Cuánto tiempo permanece el puesto?
—Lo monté a primeros de octubre y lo tendré abierto hasta finales de diciembre.
—¿Y qué dura su jornada laboral?
—A las seis de la mañana me levanto y empiezo a partir castañas. Hay que practicarles un corte en la piel para que no estallen en el momento del asado. Yo lo hago con un mazo y una cuchilla fija. A las cinco de la tarde comienzo a asarlas y no me voy a casa hasta las nueve de la noche.
—¿Cuál es el secreto para asar bien las castañas?
—No tiene misterio. Es preciso avivar el fuego con el fin de que la candela esté siempre muy intensa. A la olla se le hacen unos agujeros en la base para que el calor llegue bien. Hay que echarles sal y esperar luego a que el fruto se ase.
—¿Tardan mucho en asarse?
—Es mejor no mirar el reloj. Todo el proceso hay que hacerlo sin prisas y lentamente para evitar que las castañas se pelen. Las que mejor se asan son las de tamaño mediano. Una vez asadas las tapo con un paño para que «suden» y luego las vendo en cucuruchos de papel.
—¿Este oficio da para vivir?
—Un cucurucho de catorce castañas lo vendo a dos euros. Nadie se hace millonario con semejante trabajo. El negocio sale a cuenta porque de lo contrario sería una locura pasar tantas horas en la calle. Pero la cosa anda muy mal. Hay días en que a lo mejor saco 20 euros. Yo monté el puesto por mi nieto, que está en el paro, pero con lo que vengo ganando no vale la pena que aparezca por aquí.
—¿Tanto se nota la crisis?
—La otra noche vino un señor que quería que le vendiera una sola castaña por 20 céntimos. No sé si estaba de guasa pero a mí no me hizo ninguna gracia.
—¿Se está perdiendo su profesión?
—¿Es que aún queda alguna que no se haya ido al garete? Éste es un trabajo de toda la vida y que no ha cambiado nada con los años. Con suerte vendo siete kilos de castañas diarios pero acabo lleno de ceniza y con las manos tiznadas. Si empieza a llover pongo un plástico encima del puesto y cuando de verdad haga frío me tendré que acercar a la lumbre para calentarme. La costumbre de comprar castañas se va olvidando.
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