Arranca la campaña. Empieza «la aceituna», la que está sosteniendo a miles de hogares en los que han vuelto a verse en sus tendederos la ropa usada de antaño que se arrastraba por el barro. Vuelven a salir los capachos. Desfilan las talegas y las cuadrillas se arremolinan en la parte trasera de los amaneceres camino de la finca. Ahora los complejos, los remilgos, muerden... Y el campo, que siempre está en crisis y que pasa por momentos delicadísimos, se torna valor refugio una vez que la fábrica de sol ha echado el cierre. Así es Andalucía, al fin y al cabo, temporal y cíclica. De cosecha en cosecha. De la playa al mar de olivos.
La campaña arranca con unas perspectivas de producción poco optimistas. Los primeros aforos prevén caídas del 20%. La oferta lleva años estancada a todos los niveles mientras se busca afanosamente mercado y demanda por doquier. Y ahí es donde ha residido el gran handicap del olivar andaluz, el de Jaén y Córdoba, básicamente, con algún resquicio del sureste sevillano y el noroeste malagueño. En la comercialización, en la red, teniendo en cuenta que el consumo nacional también está fijo y empobrecido en el lastre de la guerra de los precios por las grandes distribuidoras y los productores y el propio conocimiento del usuario o consumidor a la hora de pagar por el oro líquido. Pero aunque las campañas se auguren en números rojos, por malas que sean, acabarán aguantando siempre el tipo con una horquilla más o menos estable de tonelaje.
Con todo, hay en esta campaña una variante que podría ser determinante para centenares de almazaras y miles de productores. Un entramado productivo y recolector el del aceite andaluz atomizado, con claves internas difíciles de manejar. Politizado, a veces. Intereses que lo mismo un día se unen que al día siguiente se dispersan en la más nimia batalla. Ya me dirán, si hay muertes hasta por lindes, ¿se imaginan al olivar andaluz pujando por un tercio del gigante empresarial que controla el 20 por ciento del aceite en todo el mundo...? ¿Pujando por la firma que controla las principales marcas que operan en Estados Unidos e Italia y mirando a China...? ¿Nosotros vendiéndole aceite a los que nos compran las cosechas por adelantado y a granel para envasar el aceite con sus marcas y chequear el valor añadido en su cuenta corriente...?
Pues sí, en esas está el olivar andaluz ahora mismo aunque no lo parezca entre los preparativos de aperos y fardos, entre esa normalidad casi autocomplaciente de lo rutinario y autosuficiente que imprime el campo. Frente a un salto al vacío o a otra dimensión anhelada como un oscuro objeto del deseo.
SOS, la dueña de nuestra emblemática Carbonell de Alcolea que envasa casi la mitad de todo el aceite del grupo, está culminando una enorme reconversión interna tras auparse hace años como un gigante mundial alimentario (arroz, galletas y aceite, principalmente) y romperse la cara con una deuda superior a los mil millones de euros. Fracturada por el escándalo de los préstamos redirigidos de sus anteriores dueños, los hermanos Salazar, el nuevo consejo, con importante presencia de las cajas de ahorros andaluzas —y Caja Madrid— y la vicepresidencia de José Miguel Salinas (¿dónde no está este hombre...?) en representación de Unicaja, ha logrado dar salida a un emporio que, pese a la crisis externa e interna, sigue vendiendo aceite a diferencia de las promotoras, a diferencia de los concesionarios,...
Han refinanciado deuda y apuestan por una ampliación de capital ambiciosa en la que ponen a la venta por unos 125 millones de euros casi un 30% del accionariado que resulta determinante para dirigir el futuro de un buque que, a diferencia del Titanic, parece que puede seguir a flote.
A ese bocado han presentado cartas de compra seis empresas que mezclan a una multinacional del girasol norteamericana, con una aceitera gala o fondos de inversión o capital riesgo, amén de Sovena, la portuguesa que sirve de plataforma interproveedora a todo el aceite de Mercadona, y que se ha retirado finalmente de la puja. Se había convertido en la diana de todos los actores en liza: empresarios, olivareros, políticos, cajas,... por la batalla del precio. En este contexto aparece la opción andaluza. Una operación liderada por las almazaras cordobesas y jiennenses, principalmente, que copan un tercio de la producción en Andalucía y representan a ese olivar atomizado pero a la vez potente en suma. Y a la par, el interés del grupo Hojiblanca, la principal cooperativa española aceitera al a que le va el envite.
La Junta de Andalucía, que lleva años y años anhelando una enseña empresarial de peso específico en el mundo, para jugar al lobby de la influencia y el poder; y que lo viene intentando, especialmente, con las cajas de ahorro con el nefasto resultado ya conocido por todos, sabe que es una oportunidad de oro que prefiere, al menos eso parece, no estropear con sus habituales injerencias. Un riesgo perpetuo, pues en esa atomización del olivar, la mano política también varea para según que lado toque. Griñán y su equipo estarían dispuestos a intervenir en la recta final para sellar una alianza entre almazaras y Hojiblanca y conformar la gran oferta andaluza, que gran parte del consejo de SOS vería como la más idónea. La suma de cajas andaluzas y esta oferta retendría el control de la compañía. Difícil. Mucho tendrá que hacer la Junta para aplacar egos y liderazgos.
De momento, hay dos movimientos interesantes que apuntan a que podría cuajar esa oportunidad que algunos expertos consideran histórica: si tenemos los olivos, ¿por qué no la distribución y los precios? En Asaja, su presidente nacional Pedro Barato respalda las negociaciones que está llevando a cabo Ignacio Fernández de Mesa, un importante referente en esta estrategia de las almazaras junto con Agustín Rodríguez, el líder jiennense de la UPA, en torno al cual se aglutinan las más variopintas estirpes olivareras, con heráldica o sin ella. De izquierdas y de derechas. Hora es.
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