El próximo miércoles, 17 de noviembre, se celebra la festividad de los Santos Acisclo y Victoria, patronos de Córdoba hasta 1994, cuando pasaron a ser compatronos en favor de la Virgen de la Fuensanta. Desconocidos para la mayoría de los actuales cordobeses, sin embargo, sus nombres aparecen en diferentes lugares de la ciudad, el más destacado la ermita que se alza junto al Guadalquivir, en el sitio donde recibieron martirio. Su vida se enmarca en los primeros tiempos del cristianismo.
Los primeros momentos del cristianismo fueron tiempos de valiente testimonio. Córdoba será siempre una ciudad gloriosa. A la sombra de sus muros milenarios han vivido hombres y mujeres de talla gigante: mártires y santos que son estrellas en el firmamento de la Iglesia española. Los primeros fueron los hermanos adolescentes Acisclo y Victoria, que sufrieron su martirio un 17 de noviembre de principios del siglo IV, condenados por el prefecto Dión durante la gran persecución del emperador Diocleciano.
La muerte de Acisclo, decapitado a orillas del río, nos la confirma el escritor Prudencio sobre el año 400. De la existencia de Victoria y su muerte asaeteada en el anfiteatro sólo tenemos noticias a partir del siglo X. Desde muy temprano se le comenzó a rendir culto oficial a San Acisclo. Dice la tradición que Minciana, ciudadana romana, recogió el cadáver de Victoria y lo llevó junto al de su hermano, donde éste fue martirizado, construyéndose una basílica en tiempos finales del Imperio Romano, la cual perduraba en época visigoda.
El poeta cordobés Pablo García Baena los evoca con sentida emoción: «Estréchame en tus brazos helados como sombras, fría noche de noviembre, / y que de tu regazo / gotee la caricia suave de la lluvia, / de la lluvia que oculte a mis ojos / el cuerpo de Victoria en el anfiteatro, / allí donde los mármoles son blancos / como un deseo insatisfecho. / Aparta de mí, ¡Oh, noche!, / la sangre que resbala hasta teñir el río / de su cárdeno grito, / la sangre que derrama la cabeza cortada por un sueño de espanto, / de Acisclo, puro y limpio».
En el lugar de su martirio se alzaría luego el convento de los Santos Mártires, como tantos otros desaparecido con la desamortización de 1835. La piedad cordobesa les levantó un altar en la confluencia de las calles Lineros y Candelaria, donde se venera también al Arcángel San Rafael, el Custodio. Un centenario colegio lleva el nombre de Santa Victoria, así como la parroquia del barrio del Naranjo. La de Valdeolleros porta el de San Acisclo. Y en el nuevo Puente Romano, una hornacina recuerda a ambos, con sus nombres y las palmas simbólicas del martirio.
Pero quizás el lugar más hermoso para la evocación de estos cordobeses es la ermita neogótica construida en 1881 por Felipe Sainz de Veranda, arquitecto municipal, sobre los terrenos del antiguo convento de los Santos Mártires, en la Ribera, frente al Molino de Martos. En su interior se puede admirar un bello sarcófago paleocristiano realizado en mármol de Carrara, datado en torno al 330, que fue encontrado en la propia ermita. En 1949 fue declarada Patrimonio Histórico Español.
Cerrada durante unos años, en 2005 la ermita reabrió sus puertas para el culto semanal, con motivo del decimoséptimo centenario de la muerte de los mártires cordobeses de época romana. Propiedad del Obispado de Córdoba, la lograda restauración fue realizada por el Plan de Excelencia Turística. También se renovaron los alrededores, con la creación de un bello paseo ajardinado.
A San Acisclo y a Santa Victoria les faltó procesión que los sacara cada año a la calle. Y a los cordobeses, entre tanto Custodio, Patrona, Señoras y Señores de Córdoba, romerías, santos y devociones miles, se nos ha terminado olvidando que fueron siempre los patronos de la ciudad y hasta su festividad ¿Qué más les da a ellos? Ya están en la Gloria.




