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Retrato de Fray Zeferino González, obispo de Córdoba de 1875 a 1883
Esta semana se cumplen ciento treinta y cinco años del inicio del pontificado del obispo de Córdoba de más talla intelectual en el siglo XIX, fray Zeferino González Díaz de Tuñón, quien permaneció al frente de la diócesis durante ocho años, tras los cuales seguiría su carrera eclesiástica, siendo designado cardenal, motivo por el cual el Ayuntamiento le dedicó en 1884 una calle con su nombre, Cardenal González.
Nació en Villoria (Asturias) el 28 de enero de 1831. En 1844 toma el hábito dominico y con 18 años llega a Manila, donde termina sus estudios. Lo delicado de su salud privó probablemente a la Orden de Predicadores de un nuevo mártir en Indochina y determinó la dedicación de González no a la misión sino a la academia, llegando a ser el filósofo sistemático más riguroso durante la segunda mitad del siglo XIX en España e importante impulsor del intento de restauración del tomismo dentro de la filosofía cristiana en las últimas décadas de ese siglo y primeras del XX.
En 1866 es trasladado a España. A partir 1868 comienza a publicar estudios filosóficos y en 1873 es elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En 1875 es designado obispo de Córdoba, donde llega en noviembre. Setenta años antes de otro asturiano, dominico y filósofo, que también dejaría huella en el episcopologio cordobés: fray Albino González Menéndez-Raigada.
En Córdoba fue pionero en la organización de los Círculos Católicos de Obreros y en la adaptación del seminario de San Pelagio a las enseñanzas del bachillerato civil. Aquí preparó la obra que le ha dado más prestigio, su monumental «Historia de la Filosofía» (tres tomos la primera edición, 1878-79; cuatro tomos la segunda, 1886): la primera gran historia de la filosofía escrita en español y primera del campo católico que quería mantenerse en un horizonte filosófico, con pretensiones sistemáticas y críticas.
En 1883, González pasa como arzobispo a Sevilla, donde en 1884 es preconizado cardenal por el papa León XIII, quien lo admiró hasta el punto de recoger ideas suyas en la encíclica «Providentisimus Deus», de 1893. Con motivo de su cardenalato, Córdoba, orgullosa de su paso por la diócesis, le honró con una importante calle, la antigua Herrería, que pasó a denominarse Cardenal González y que une el final de San Fernando con la Catedral.
Esta vía siempre ha tenido mucha vida y actividad de transeúntes y establecimientos. El decano de éstos es la taberna El Tablón. También son de destacar el bar Los Palcos, los Ultramarinos Unquiles y el Horno San Luis. Con fuerza han aparecido en los últimos años los baños árabes Hamman, el mesón el Jaular, el restaurante de cocina argentina La Tranquera y hasta un nuevo concepto de bar-tienda, El cazador de iconos. Cerrado quedó el famoso Don Manuel, con su cocido de madrugada.
La prostitución caracterizó durante años la calle en su tramo inicial, hasta el punto de que algún maledicente apuntaba la vinculación entre ese oficio y calles con nombres eclesiásticos: Cardenal González y Obispo Fitero. Hoy pervive, pero discretamente y en una calle paralela. El nombre de Cardenal González, en fin, está tan arraigado que, cuando el Ayuntamiento de Herminio Trigo, sin justificación, se lo cambió por Corregidor Luis de la Cerda, hubo tal malestar que a la mayor parte de la vía se le restituyó la denominación original.
Regresando al personaje, fray Zeferino González en 1885 ocupó la Sede Primada, Toledo, pero hombre de Iglesia y celoso organizador y administrador, se enfrentó con el aparato clerical toledano y prefirió en 1886 dejar ese Arzobispado y volver al de Sevilla, del que en 1889 dimitió para jubilarse. En 1893 ingresará en la Real Academia Española de la Lengua, ocupando el sillón que dejó vacante José Zorrilla. Falleció en Madrid, víctima de un cáncer maxilar, el 29 de noviembre de 1894, siendo enterrado en Ocaña.