El próximo martes se cumplen 130 años del nacimiento de fray Albino González Menéndez-Reigada, obispo de Córdoba entre 1946 y 1958. Para siempre su memoria estará vinculada a la construcción de los barrios de Cañero y Campo de la Verdad, de acuerdo con las clarividentes palabras con las que empezó su pontificado: «Tenemos que hacer viviendas dignas para los cuerpos, templos para las almas y escuelas para educar a la infancia».
Nació en Cangas de Narcea (Asturias), ingresó en los dominicos y a sus 25 años fue ordenado sacerdote. Estudió en las Universidades de Salamanca, Madrid, Berlín, Roma y Friburgo doctorándose en Teología y Derecho Civil y dominando varios idiomas. Regresó a España en 1912 y, antes de ser nombrado obispo de Tenerife, ya era considerado como uno de los más brillantes intelectuales de la Orden de Predicadores.
Como responsable de la diócesis de Córdoba destacó por su visión de las necesidades, sentido organizativo y dinamismo, por sus continuos viajes por la provincia, construcción de treinta y tres templos, creación de las Hermandades del Trabajo, convocatoria de oposiciones a parroquias por primera vez en veinticinco años y por la eficaz reorganización de instalaciones y profesorado en el Seminario.
Aquí se convirtió el intelectual, y franquista duro en su momento, en hombre clarividente ante la situación real de gran parte de la sociedad. Impregnó su pontificado de un profundo sentido social y de una inmensa humanidad: su estilo de vida pobre, la acogida en el Palacio Episcopal a los damnificados por las inundaciones del río, los primeros pasos de los movimientos obreros cristianos o las invitaciones para que hablasen en el Seminario a personalidades comprometidas socialmente como el padre Llanos.
Para los cordobeses quedó el sentido social del Obispo Blanco, su valentía y determinación en querer plasmar en la tierra cordobesa «La Ciudad de Dios» de San Agustín, rescatando a los pobres de su miseria y ofreciéndoles una vivienda digna, humanizada, con su pequeño jardín a la entrada, pero también con la iglesia, las escuelas, el cine, el estadio, la cooperativa, el mercado. Creó la Asociación de la Sagrada Familia, «no para vender casas sino para crear hogares». Sus principales colaboradores fueron José María Padilla, Juan Font, Martín Moreno y Baldomero Moreno
El Campo de la Verdad, al otro lado del Puente Romano y tras la Calahorra, existía desde muy antiguo. Su nombre nace con una batalla librada el año 1367. Asediada Córdoba por Pedro I, la madre del jefe de las tropas cordobesas, Alonso Fernández de Montemayor, echó en cara a su hijo los rumores que le culpaban de pretender pactar con el Rey, y aquél, cuando salía a combatir a los sitiadores, le respondió: «Señora, al campo vamos y allí se verá la verdad». Luego, en el siglo XVI, por allí pasó Santa Teresa y se construyó la iglesia de San José para atender a un pequeño núcleo de población.
Desde 1947, la Sagrada Familia, comenzó a construir allí centenares de viviendas. También los colegios San Álvaro, Fray Albino y Santa Rosa de Lima, la parroquia de Jesús Divino Obrero y la hermandad del Cristo del Amor, el cine Séneca, la imprenta Tipografía Católica y un campo de fútbol, San Eulogio, donde jugaba el equipo del barrio, el San Álvaro, que cedería su plaza en la Liga al nuevo Córdoba CF. Hoy el barrio recuerda a su fundador con el nombre de una calle y una escultura, la única de un obispo en Córdoba, aparte de Osio.
Los últimos meses de vida de fray Albino fueron muy dolorosos: una terrible enfermedad lo consumió entre mayo y agosto de 1958 y en el Palacio Episcopal experimentó la soledad y el desengaño de quien pone su confianza en el hombre. Córdoba, sin embargo, le tributó un sentido entierro y hoy lo tiene como uno de los grandes pastores en la larga historia de la diócesis cordobesa.
