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Wallada y el Monumento a los Enamorados

La gran pasión de su vida fue el poeta Ibn Zaydun. Fue una relación complicada, porque el poeta pertenecía a un clan rival de los Omeyas

Día 27/03/2011 - 12.05h
Wallada y el Monumento a los Enamorados
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Wallada fue una princesa y poetisa muy adelantada a su tiempo

Ayer se cumplieron novecientos veinte años de la muerte de la princesa y poetisa cordobesa Wallada, cuyo recuerdo en piedra encontramos en el llamado Monumento a los Enamorados, donde sus manos tocan las de su amado Ibn Zaydun y versos de ambos las sostienen.

Wallada bint al-Mustakfi nació en Córdoba en el año 994, hija de Mohamed III, califa Omeya (1024-1026), y de una esclava cristiana. Su niñez coincidió con la época de Almanzor y su adolescencia con el inicio de la guerra civil que puso fin al Califato. Como su padre no tuvo descendencia masculina, heredó sus bienes y abrió un palacio donde se dedicó a educar a chicas de buena familia y al que acudían también los poetas y literatos de su tiempo.

Asegurada su independencia económica, optó por un modo de vida de absoluta despreocupación por los convencionalismos sociales. Fue la mujer más hermosa e inteligente de la Córdoba andalusí: rubia, de piel clara y con los ojos azules, además de culta y vanidosa. Bordaba sus versos en sus trajes, según la moda de los harenes de Bagdad, y osó participar en competiciones masculinas de completar poemas inacabados, mostrando libremente su rostro, sin velo.

Fue criticada muy duramente por los integristas, pero también tuvo numerosos defensores, como el escritor Ibn Hazam y el visir Ibn Abdus. La gran pasión de su vida fue el poeta Ibn Zaydun, al que conoció a los veinte años. Fue una relación complicada, porque el poeta pertenecía a un clan rival de los Omeyas. El encuentro fue buscado por Wallada en una noche de justas poéticas y la princesa llevó siempre la iniciativa en la relación.

Sobre esta pasión tratan los nueve poemas que se conservan de Wallada: dos expresan los celos, la añoranza y los deseos de encontrarse; otro, la decepción, el dolor y el reproche; cinco son duras sátiras contra su amante, al que reprocha engañarla con una esclava negra y tener amantes masculinos: «Sabes que soy la luna de los cielos mas, para mi desgracia, has preferido a un oscuro planeta». El último poema alude a su libertad e independencia.

En los jardines del Campo Santo de los Mártires (llamado así porque allí eran martirizados los cristianos en época musulmana) se alza desde 1971 un original templete, monumento al amor entre Ibn Zaydun y Wallada, obra del arquitecto Víctor Escribano y del escultor Pablo Yusti. El césped, las palmeras, los plátanos y naranjos, dan sombra y descanso a cuantos visitan estos jardines, vecinos del Alcázar, Caballerizas Reales, Mezquita-Catedral y Baños Árabes.

En el pedestal del monumento figuran estos versos de Wallada: «Tengo celos de mis ojos, de mí toda, / de ti mismo, de tu tiempo y lugar. / Aún grabado tú en mis pupilas, / mis celos nunca cesarán...». Y este poema de Ibn Zaydun: «Tu amor me ha hecho célebre entre la gente. / Por ti se preocupan mi corazón y pensamiento. / Cuando tú te ausentas nadie puede consolarme. / Y cuando llegas todo el mundo está presente». Las inscripciones están hechas en árabe y español.

Ibn Zaydun trató de hacerse perdonar su infidelidad, en balde, por la orgullosa Wallada. Córdoba lo vio errante y ojeroso, cantando a su amada: «¡Ay qué cerca estuvimos y hoy qué lejos! / Nos separó la suerte y no hay rocío / que humedezca, resecas de deseo, / mis ardientes entrañas; pero en cambio, / de llanto mis pupilas se saturan». Terminó exiliado en Sevilla, muriendo rico y poderoso, y seguro que nostálgico de la princesa poetisa.

Por su parte, arruinada en fama y dinero, Wallada se entregó finalmente a su protector, el visir Ibn Abdus, rival de Ibn Zaydun. Recorrió las taifas de Al Ándalus, exhibiendo su talento y acaso otorgando sus favores, pero siempre volvió a Ibn Abdus, en cuyo palacio vivió pero sin casarse con él, siempre altiva y hermosa. Wallada, anciana, murió el 26 de marzo de 1091, mismo día que los fanáticos almorávides entraban en Córdoba.

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