EL escritor Alejandro López Andrada ha logrado el XVIII premio de poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina por su obra «Las voces derrotadas», un poemario en el que anima al perdón y a la reconciliación en un país que todavía considera preso de su pasado.
—¿Para qué sirve leer un libro?
—Leer nos humaniza. La lectura nos hace más sensibles para abrirnos al mundo y profundizar en nuestro interior. Pero vivimos en una época en la que prima la imagen, la prisa y el vértigo y en la que resulta difícil tener tiempo para encontrarnos con nosotros mismos.
—¿Por qué dedica su libro a los perdedores?
—Desde niño me he sentido cerca de la gente pobre, de los que menos tienen. El contacto con aquella realidad es el que intento reflejar en mis libros.
—¿Quiénes son hoy los derrotados?
—Hay tantos derrotados. No sólo los que han perdido el trabajo y deben emigrar para subsistir. También los que confiamos en el poder del amor, del perdón y la reconciliación. A los que creemos en Dios, mucha gente no nos entiende. Nos tratan como a bichos raros. Todos tenemos una parte de derrotados. Es como si lleváramos una pequeña derrota dentro de nosotros mismos.
—¿Por qué no soporta usted las ciudades?
—Demasiado vértigo, demasiada deshumanización. En las ciudades te sientes un autómata porque nadie te dice «adiós». La gente va siempre con prisa y considera una pérdida de tiempo saludar a alguien, mirarlo a los ojos o sonreírle. Eso se echa de menos en las ciudades pero todavía existe en los pueblos pequeños.
—¿En qué ha cambiado la vida en los pueblos?
—Los vecinos se visitan menos. Antes éramos como de la familia. Los mayores permanecen conectados al televisor y los niños a Internet. Los chavales ya no van al campo a buscar nidos o pasear. Me parece que las comodidades del mundo moderno nos han vuelto más individualistas y hemos terminado por encerrarnos en nuestros hogares.
«Hay más recelo»
—¿Ya no se dejan abiertas las puertas de las casas?
—Ahora hay mucha más delincuencia, más recelo. Las puertas permanecen cerradas porque se desconfía de lo que pueda venir de fuera. Añoro aquellos días en los que existía auténtica solidaridad entre la gente más humilde. Lo poco que había se compartía con los demás. Hoy nos hemos vuelto más soberbios y egoístas y ése es un juego muy peligroso.
—¿Qué piensa cuando escucha hablar de la Memoria Histórica?
—No me gusta esa palabra. No está sirviendo para el perdón ni para la reconciliación. Más que en la Memoria Histórica creo en la memoria íntima, en el recuerdo a nuestros seres queridos. Una evocación que no impida tender la mano a los que piensan de manera distinta a nosotros.
—¿Cómo ve usted la situación que vive nuestro país en estos momentos?
—Se está reavivando el odio entre las dos Españas. Los políticos deberían empezar a buscar lo que les une en vez de hacer tanto hincapié en lo que les separa. Se necesita entendimiento porque el patio anda muy revuelto y lo que menos necesitamos ahora es agitar el ambiente.
—¿Qué significa para usted la felicidad?
—Amar y sentirse amado. Y vivir siempre con la conciencia limpia.