En principio, la sociedad Tipografía Artística San Álvaro es, con total seguridad, la imprenta más antigua que hay en toda la provincia en funcionamiento, y Juan Moreno junior, hijo del fundador del mismo nombre, fue todo un personaje en la ciudad de Córdoba hasta su jubilación en 1985, llegándose a codear con Manuel Benítez «El Cordobés», el caricaturista Antonio Díaz o uno de los promotores de la plaza de Los Califas, José Pérez Barquero, con quienes solía salir de paseo en avioneta hasta Lucena, amén de los miembros del Equipo 57, quienes le diseñaron una antigua papelería que daba a Cruz Conde muy similar a lo que se puede ver en el interior de la Cámara de Comercio de Córdoba.
Aquellos fueron muy buenos tiempos, con escasa competencia y muchísimo trabajo que elaborar, ya que toda la cartelería oficial y privada, amén de publicaciones, libros, revistas, la remendería (por ejemplo, las recetas de los médicos), invitaciones de boda, tarjetas de visita, etiquetado de botellas y un sinfín de cuestiones más pasaba por la maquinaria de esta empresa familiar para que cobrara forma de cara a la ciudadanía. Y lo hacía en cualquier idioma —como la boda del hijo de los actuales Marqueses del Mérito, dueños del monasterio de San Jerónimo, que por tener ascendencia belga se tuvo que confeccionar la invitación en español y en francés— y casi con cualquier tipografía (incluida la hebrea o el cirílico).
Por entonces, todo lo que no se imprimía carecía de existencia o simplemente se sostenía en la endeblez de la oratoria, tal era el poder de la palabra impresa. Y fue el altruismo de un «alemán de Madrid», Richard Gans, tal y como le denominó el fundador, Juan Moreno Amor, en sus memorias impresas en ese mismo taller, quien le cedió las primeras máquinas sobre las que se levantó este modesto, aunque influyente, imperio.
Para su funcionamiento, requería de una buena plantilla de unos 30 trabajadores, y a lo largo de sus 86 años de vida por sus oficinas y talleres han pasado cerca de 200 personas, que tenían que pasar unos 14 años formándose como aprendiz antes de llegar a ser oficiales, y no todos lo conseguían. No en balde, los cinco socios que hoy conforman la sociedad propietaria de la imprenta —Rafael Navarrete, José Roldán, José Tapia, Ángel de la Mata y Eugenio Castro— descienden de antiguos empleados de la empresa y decidieron conformarse en cooperativa junto a otros diez cuando Juan Moreno hijo decidió dejarlo todo para retirarse.
Ahora, como recuerda Rafael Navarrete, todo ha cambiado. La competencia es excesiva e «internet nos ha dado una auténtica puñalada al negocio», cuya pervivencia está seriamente amenazada. Y no sólo por la crisis generalizada que afecta a todos los sectores, sino especialmente al de la impresión ante el avance imparable de la palabra informatizada.