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José Esquinas «El mercado no tiene alma»

Tiene un discurso contundente. Inapelable. Erradicar el hambre es cuestión de voluntad política. Y saca del bolsillo un aluvión de cifras para demostrarlo. ¿Están ustedes preparados?

Día 24/07/2011
José Esquinas «El mercado no tiene alma»

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EXPERTO DE LA FAO Y DIRECTOR DE LA CÁTEDRA DEL HAMBRE

Después de escuchar a este señor durante una hora y dieciocho minutos uno tiene la impresión de haber echado una ojeada a la trastienda del planeta. José Esquinas nos pone encima de la mesa un torrente de datos y consideraciones de tal alcance que es imposible digerirlos con un simple café con leche. Baste sólo una cifra: el presupuesto de la FAO para dos años es el equivalente a lo que gastan dos países desarrollados en comida para perros. Ahí es nada. O esta otra: el 15% de los alimentos se tiran sin abrir. Esquinas ha dedicado media vida a un único propósito: combatir el hambre en el mundo. Y tiene material suficiente como para dinamitar nuestras conciencias. He aquí la prueba.

—40.000 personas mueren al día como consecuencia del hambre. ¿Qué dice este dato del ser humano?

—Mire: Kennedy dijo en 1963 que nuestra generación tenía los medios y la capacidad de eliminar el hambre de la faz de la Tierra. Sólo se necesita voluntad política. Quizás nos miremos demasiado nuestro propio ombligo.

José Esquinas-Alcázar (Ciudad Real, 1945) no es un indocumentado cualquiera que se apunte al primer discurso bienintencionado que le salga al paso. Estamos ante todo un experto, Premio Nacional de Carrera, que ha construido una fundamentada conciencia ética a partir del estudio y la investigación. Hijo y nieto de agricultores, ya conoció las leyes de la tierra desde muy niño. Y aunque su padre se empeñó en que realizara estudios universitarios, también se esforzó en que no perdiera contacto con el campo y los valores que lo adornan. Así que mientras estudiaba Agrónomos, los veranos aprendía a aventar, trillar, acarrear sacos y recoger tomates. «Somos parte de la naturaleza y tenemos que aprender a convivir con ella en armonía», sostiene.

—¿Qué le ha enseñado el campo?

—A saber esperar.

Aprendió, en efecto, que la vida es un ciclo interminable y que para recoger una cosecha primero hay que sembrar una semilla. Pero también comprendió que la naturaleza es diversidad y que este hecho es crucial para garantizar la supervivencia del planeta. Su primera investigación fue, precisamente, sobre la variedad genética del melón, de cuya especie logró recopilar hasta 380 semillas distintas en España. Hoy sólo quedan 12. «La diversidad genética es clave», subraya. «En los años 50, un hongo mató a la mayoría de los maizales de EE.UU., que estaban basados en una sola variedad. Fue un desastre económico inmenso».

—Si la diversidad salvará al mundo, vamos por mal camino.

—Totalmente de acuerdo. Ante cambios impredecibles a nivel global y necesidades humanas cambiantes la receta tiene que ser la diversidad. No sólo biológica, sino de culturas, de lenguas, de tecnologías.

—¿Globalidad y diversidad es una ecuación que se puede conjugar?

—Tagore decía: «La unidad es deseable; la uniformidad detestable». Es imprescindible ir hacia una gobernanza mundial. Hemos avanzado mucho en libertad y también en igualdad. Pero ¿en fraternidad? Si no lo hacemos por solidaridad, hagámoslo por egoísmo inteligente. No es una opción sino una necesidad imperiosa. Estamos viendo cambios impensables y nuestra generación tiene una enorme responsabilidad. El hombre ha tomado el volante de la evolución.

—¿Confía usted aún en el hombre?

—Absolutamente. Si no, estás perdido. Estamos en un momento en que no podemos permitirnos el lujo de ser pesimistas. No podemos seguir corriendo sin saber a dónde. El objetivo debe ser el desarrollo. Pero atento: es fundamental no confundirlo con el crecimiento económico. Ser más rico no te hace más feliz.

—La economía nos ha abducido.

—Éste es el problema. Estamos confundiendo medios con fines. La economía, como el mercado, la ciencia o la tecnología son instrumentos, no fines, al servicio del desarrollo humano.

Investigó en California durante tres años y después ingresó en la FAO, donde impulsó uno de los proyectos más decisivos de las últimas décadas: una red de bancos de germoplasma para conservar la variedad genética mundial. La FAO ha sido el faro absoluto de su biografía durante 30 años. La organización le ha permitido viajar a más de cien países y conocer de cerca el dolor de millones de personas. «Sus ideales me cautivaron», admite. Desde hace cuatro años dirige la Cátedra sobre el Hambre de la UCO. Hoy, sin embargo, los periódicos han abierto con el ataque furibundo de los mercados contra la deuda de Italia y España.

—¿Me podría explicar en qué consiste todo este laberinto?

—Ojalá lo supiera. Pero sí sé que los mercados son ciegos. No tienen alma. Uno de los problemas es que hoy el poder económico controla al poder político. La especulación en la bolsa de futuros es la responsable de parte del incremento del precio de los alimentos. Es un crimen de lesa humanidad.

—¿El señor Esquinas es un utópico, un majadero o una chinita en el zapato de Occidente?

—Majadero no lo sé. Me gustaría ser utópico y una chinita en el zapato. Es la única manera de darnos cuenta de que tenemos pies y que tenemos que usarlos para algo.

—Sólo el 17% del gasto en España va a alimentación. ¿En qué tipo de fruslerías gastamos el resto?

—En ir a la moda, quizás, en comprar un calzoncillo de marca. Cosas superfluas, que no necesariamente nos ayudan a vivir mejor. No valoras lo que tienes, sino lo que te falta.

—Si acabar con el hambre es una cuestión de voluntad política, ¿a qué diablos se dedican los políticos?

—Los políticos tienen hoy menos libertad que nunca. Están condicionados por las cuestiones financieras. No se trata de que las empresas tengan una conciencia ética. La conciencia ética la tiene que tener la humanidad y los políticos. Son las reglas del juego lo que hay que modificar.

—Usted nos dirá cómo.

—El objetivo tiene que ser la felicidad. Erradicar el hambre. La regulación de los mercados de alimentos. El control de los paraísos fiscales, que son como coger agua con un colador.

—Defiende usted «convertir los carros compra en carros de combate». ¿En qué clase de guerra andamos metidos?

—¿Cómo podemos influir en la sociedad? A través de internet, de nuestra palabra, de nuestro voto. Y si eres consumidor, considera que en tu carro de compra tienes que tener en cuenta la calidad, pero también la limpieza ecológica y la justicia.

—¿De qué morirá el mundo: de hambre o de opulencia?

—El mundo morirá de desigualdad. Hoy, el número de obesos es igual al número de hambrientos. Gandhi decía: «La tierra tiene recursos para satisfacer las necesidades de todos pero no la avaricia de algunos».

—¿La verdad (del hambre) nos hace cómplices?

—Es una responsabilidad común de la humanidad y en mayor o menor grado todos debemos ser consecuentes con ello.

—Con esta cantidad demoledora de datos que usted maneja, ¿se puede conciliar el sueño?

—Cada uno de nosotros tenemos la obligación de sentirnos parte de un universo y saber que podemos poner nuestro grano de arena. La conciencia puede estar dormida pero no muerta. Actuamos para despertar las conciencias. Se debe conciliar el sueño, porque más que nunca necesitamos tener la mente clara.

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