Tres alcaldes en tres años. El antojo de Benito García, exalcalde, exsocialista y personaje oscuro que hoy, con su grupo independiente, volverá a fijar el futuro
Día 29/07/2011
Sin duda una figura oscura y pintoresca. Amado y odiado por igual. Las relaciones con Benito García de Torres parecen no tener término medio. Ha coexistido en tres gobiernos diferentes y en todos fue clave. Sus actuaciones políticas siempre traen consecuencias para Pozoblanco, pero Benito nunca sale perdiendo. Se maneja en los callejones de la política con maestría y es capaz de convencer a sus contrincantes para amasar más poder.
Tras no consumarse el pacto con el PSOE antes de las elecciones, comenzó una campaña contra la ejecutiva provincial del partido mediante su blog oficioso, «Pozoblanco Opina», y en ruedas de prensa. Al final, sacó una moción de censura que le permite vivir de la política. El PSOE se plegó a sus condiciones. Todos suelen ceder a su paso, el PP no lo hizo y se ve en la calle.
Fue delfín de Antonio Fernández cuando ganó las elecciones de 2003. Tras la marcha de Fernández a la Delegación de Empleo de la Junta, un año después, este ugetista cogió las riendas del Ayuntamiento y se erigió en alcalde. Comenzó el ascenso de un «monstruo político» capaz de cambiar los designios de un pueblo a su antojo.
Ganó unos comicios, aunque en minoría, con el PSOE en 2007 y se peleó con sus propios compañeros. Los echó del gobierno y estuvo sólo al frente del Ayuntamiento durante dos meses. Presentó la dimisión repudiado por los suyos, que le acusaron de ser arbitrario, autoritario y de estar movido solo por el interés personal. Las conversaciones que mantuvo en Córdoba con la dirección del partido son una incógnita, nadie remueve el pasado.
La soledad del poder la pasaba entre copas de Cardhu, que guardaba en su despacho, y firmando órdenes de Alcaldía con el «run-run» de la televisión de plasma como fondo.
Se reincorporó a su labor de educador de niños con discapacidad en Toledo. «Vivo del colegio», repitió hasta la saciedad. Un centro al que no va a volver después de las vacaciones estivales. Su liberación como teniente de alcalde y los dos últimos años como alcalde de Pozoblanco se lo impedirán. «Quiere una liberación para no tener que irse a Toledo y dejar a la familia aquí», decían de él antes de las elecciones. Muchos dicen que era la meta de este político, fumador empedernido y amante de la aparcería.
Es habitual verlo despachando en la barra de alguna taberna cercana al Ayuntamiento o a la sede de su partido, donde en ocasiones se le suele soltar la lengua más de lo que debiera.
Fundó su propio partido y se acorazó en una guardia pretoriana que le sigue sin rechistar. Sus ojos claros favorecen una mirada gélida y punzante. Ha conseguido que su partido sea el que tiene más afiliados cotizantes de Pozoblanco. Como opositor al gobierno de Baldomero García (PP) fue un político estable y vehemente, que en muchos casos cruzó la línea faltando al respeto y cayendo en el insulto. Ganó los resultados electorales en los plenos, diciendo lo que nadie decía y saltándose, en varias ocasiones, las reglas de la cortesía.
Rodeado de palmeros
Es de esas personas que levantan expectación por ser imprevisibles. Sus comparecencias públicas son incógnitas y siempre está acompañado de un grupo de fieles que le arropan y le exaltan. Cuando habla suele escucharse: «Es el mejor político de todos. Nadie le hace sombra». Los suyos casi le idolatran, no le rechistan y le dan el poder para hacer o deshacer con total impunidad. «Lo que decida Benito», dicen antes de tomar las decisiones. Para los militantes de CDeI, donde tiene a varios familiares, si lo dice Benito, se aprueba.
Abel para unos y Caín para otros. Sus detractores lo abominan. Demonizarlo parece la práctica más habitual entre aquellos que no son partidarios de sus métodos, ni de sus ideas. Dicen sus rivales que no tiene ideología y que sólo se mueve por su bolsillo. Aunque él se reconoce abiertamente de izquierdas. Su verbo es fácil y abundante, en las entrevistas siempre reclama más tiempo. Muchos cayeron en el error de tratar sus discursos como verborrea y eso le aupó. Nadie le esperaba, y se coló para volver a mecer la cuna.



