Es uno de los letrados más reputados de Córdoba. Y por sus manos han pasado alguno de los casos más sonoros de las últimas décadas. Como el incendio de Chirinos y la condena del alcalde Trigo
Día 31/07/2011 - 09.31h
PODEMOS decir sin temor a equivocarnos que estamos ante el único abogado de Córdoba que ha hecho caer a un alcalde. José Antonio Guiote (Granada, 1944) dirigió el caso que precipitó la dimisión de Herminio Trigo y provocó una convulsión política sin precedentes en la ciudad. De eso hace ya más de 15 años. Los suficientes para que Guiote contemple ahora aquel episodio sin asomo de jactancia, pese a la enorme repercusión mediática que tuvo la sentencia.
—¿Fue un éxito o un trofeo?
—Fue sólo un asunto que me encargó un cliente, al cual yo no conocía. Me contó lo que pasaba, me pareció injusto y vi que tenía forma jurídica para atacarlo. Jamás tuvo motivación política.
—¿Usted qué le puso: más técnica o más corazón?
—Ideología cero. Puse técnica jurídica. En aquel momento me pareció que mi cliente llevaba razón. En un pleito de esos, te echas encima a la ciudad. Estás en el periódico todos los días. Y yo soy muy enemigo de hacer declaraciones que tengan que ver con la profesión. Y sufres.
—Soportó mucha presión.
—Sí.
—Provocó usted un terremoto político considerable.
—Por desgracia, sí. Era una resolución injusta en la contratación de alguien (el director del Gran Teatro). Y de eso el país está ahora a tope. No sé por qué llamó tanto la atención. Pero sí le digo que no tuve una sola motivación que no fuera de abogado.
—¿Ha vuelto a ver a Herminio Trigo?
—Sí.
—¿Se saludan?
—.... muy distante. Y yo lo siento. Son gajes en esta profesión, en la que algunas veces queda alguien herido.
—¿Qué sensación le queda tantos años después?
—Una anécdota más en un mundo con millones de anécdotas.
Si usted le pregunta qué razón lo empujó a la abogacía, su respuesta no puede estar más gobernada por el sentido común. José Antonio Guiote eligió la carrera de Derecho para defender a su padre de la lluvia de pleitos que lo persiguieron en vida. Sencilla y llanamente. Puede haber argumentos más sofisticados pero pocos tan prácticos. «A mí me daban miedo los abogados. Y la única forma de que no me mordieran era morder yo igual». En efecto, Guiote ha «mordido» durante más de cuarenta años con solvencia y alta profesionalidad, según reconocen sus propios compañeros. «He sido un palizas. Le he dedicado miles de horas a esto y no me ha importado nunca estudiar en sábado o domingo. La búsqueda de la solución de un problema es apasionante. Como jugar al póquer».
—¿Aquí también se va de farol?
—En Derecho, los faroles tienen las patas muy cortas. Lo detectan los jueces enseguida. Tienes que usar la lógica, el racionamiento, el pensamiento construido y la persuasión.
—¿Y qué prevalece: la razón o la astucia?
—La astucia siempre juega un papel. Pero tiene un componente negativo. Es el empleo de fórmulas a sabiendas de que son injustas o que no tienen un verdadero fondo.
—¿Siempre defiende usted casos que tienen defensa?
—Vamos a ver: ¿cómo puedes defender a una persona a sabiendas de que es culpable? Para empezar, el más culpable del mundo puede tener defensa. Suponga que le piden una pena diez veces superior o con pruebas obtenidas ilícitamente.
—¿En un juicio siempre gana la verdad?
—No. La verdad judicial, sí.
—¿Y qué es la verdad judicial?
—El contenido de una resolución cuando la dicta el órgano competente. Será justa o injusta, pero es inamovible.
Llegó a Córdoba en 1969 con la decidida intención de trabajar de pasante y volver a Granada. Pero nunca regresó. Aquí fructificó su vida profesional y echó raíces su familia. En sus manos han caído cientos de casos, algunos de notoria trascendencia pública. Como el conocido «crimen del clavel», cuando una mujer apareció asesinada con una misteriosa flor en la boca. O el caso del incendio de la Plaza de Chirinos, que provocó la muerte de una mujer y dos hijos, en unas circunstancias dramáticas al no poder los bomberos acceder al lugar por aglomeración de vehículos. «Fue una lucha contra un muro de inoperancia y sinrazón. Era sábado de Carnaval, con muchos coches en la Calle Caño aparcados en la acera. Empecé a investigar y había denuncias de los vecinos desde hacía tiempo. Y un pivote que se podía quitar con la mano, porque no estaba anclado al suelo, pero que nadie reparó en eso». En primera instancia fueron condenados varios responsables municipales.
—¿Por qué acepta ese tipo de casos?
—Todo lo que sea complejo, tenso, me gusta. No es por dinero. Es un reto profesional.
—¿Qué es un buen abogado?
—Antes que nada tienes que ser persona. Tener una estructura de honradez importante. Y sentimiento de justicia. A eso tienes que echarle horas y horas de preparación humanística.
—¿Qué asuntos le seducen?
—Los que participan de flagrantes injusticias frente al débil. El abuso del poderoso frente al débil me quema.
—Y cuando tiene que defender al poderoso.
—Pues lo he defendido. Pero normalmente nunca frente al débil.
—¿El poderoso siempre gana?
—Lleva ventaja.
—¿Qué ventaja?
—Para empezar, puede contratar a los mejores abogados y rodearse de pruebas, peritajes, testigos o investigadores que otros no pueden. Lleva cierta ventaja, que no es definitiva.
—¿Podemos creer en la justicia?
—Yo diría que sin justicia no se puede vivir. Es la última razón que te permite albergar esperanzas de que esto no se desmadre.
—¿Le gusta meterse en los charcos?
—Sí, de vez en cuándo.
—¿Y de qué charco huye?
—Nunca he llevado laboral. La primera vez que aparecí por Magistratura defendí a una empresa en el despido de un trabajador. Me di cuenta que no llevaba razón y no volví a pisar laboral.
—¿La justicia es igual para todos?
—No. Tenemos casos evidentes. Vemos cómo la justicia va a por unos y no va a por otros.
—¿Qué pecado detesta más: la politización de la justicia o la judicialización de la política?
—Son dos caras de una misma moneda. La politización de la justicia es consecuencia de los sistemas de nombramiento de los jueces. Y a este país le vendría bien una menor dosis de politización.
—¿Y qué recetas tiene para ello?
—Empezando por crear más jueces y más medios. O, por ejemplo, el perjurio. Aquí miente todo el mundo. Y no pasa nada. Eso tiene que ver con la educación e inculcar a los hijos unos valores. Sueño con una justicia en la que el que mienta se la juega.
—¿De qué sentencia presume?
—En este oficio, los éxitos son efímeros. Y los reveses no te dejan dormir.
—¿Qué sentencia no le deja dormir?
—Hay algunas sentencias que me han hecho pupa. El abogado tiene que luchar hasta el final, pero si pierdes debes hacer un ejercicio de humildad.
—¿Y cómo se lleva usted con la humildad?
—Me he llevado mal. Pero los años me han hecho medio reconciliarme con ella.
—Por cierto, ¿qué espera de su nuevo alcalde?
—Por lo menos, modos de actuación menos opacos que algunos que hemos visto. A estas alturas, no creo mucho en las ideologías. Creo en la gestión, que es transparencia, honradez y limpieza.



