Blanca del Rey, la reina del Corral de la Morería, recorre la desnuda plaza del Zoco con la mirada luminosa de felicidad. Hace 50 años que zapateaba aquí cada noche ante decenas de turistas, en aquella España con fragor a bulerías y vino blanco. Entonces tenía doce años y un futuro inédito por estrenar. Hoy regresa a la Córdoba que la vio nacer apenas dos meses después de anunciar su retirada. Y en sus espléndidos 63 años no se advierte un ápice de tristeza por haber dicho adiós para siempre.
—¿De qué no se jubila nunca una artista?
—De una manera de ver la vida y el arte. Pero no me gusta la palabra jubilación. Ni siquiera para cobrar.
Podríamos decir que Blanca Ávila Molina (Córdoba, 1948) nació bailando. Baste sólo un dato: a los seis años ya se subió al escenario del Gran Teatro. Pero su nervio artístico arrancó incluso antes: cuando con sólo dos años se escapaba de casa para meterse en el Bolero de la calle Cruz Conde, uno de los primeros bares con música en vivo de Córdoba. «El baile ha sido tan natural para mí como mi pelo o mi brazo. No he ido a ninguna academia. Mi madre pedía partituras de Falla, Granados o Turina y el maestro Fragero las tocaba al piano mientras yo bailaba. Ésa era mi escuela. Yo aprendí de forma natural. Soy flor silvestre. No de invernadero».
—Y pronto descubrió que ése iba a ser su futuro profesional.
—En esa época no nos planteábamos el futuro. La ingenuidad de aquella sociedad era un don maravilloso, que se perdió con el tiempo.
—Hemos perdido frescura.
—Y espontaneidad. Te enredas en planificar las cosas y las cosas salen luego como quiere Dios que salgan. Hemos perdido vida.
Las cartas de su destino en Madrid estaban marcadas desde muy niña. «Mi marido sabía de mí desde que yo tenía 9 años, por un pintor que vivía aquí, que se llamaba Ginés Liébana. Era muy amigo de mi marido y le decía: “Hay una niña en Córdoba que tienes que traerte”». Y el destino, en efecto, pasó delante de su puerta. Un día apareció por el Zoco un empresario madrileño que tenía un tablao llamado las Cuevas de Nemesio. El señor le extendió un contrato y lo firmó. Fue entonces cuando cogió las maletas junto a su madre y se plantó en la capital de España. Semanas después estaba trabajando en el Corral de la Morería, con cuyo propietario acabó casándose cinco años más tarde.
En el Corral de la Morería ha forjado la armadura de su biografía profesional. La catedral del flamenco, como Blanca del Rey gusta de referirse al mítico tablao. «Aquí ha venido lo mejor. Y sigue viniendo. Lo inauguró Pastora Imperio. Y con eso le digo todo. Lo abrió mi marido (Manuel del Rey, de quien tomó su nombre artístico) en 1956 y fue el primer tablao con restaurante de España. La primera vez que debuté estaba en la barra Rock Hudson. Todas estábamos entonces enamoradas de Rock Hudson. Pasé delante de él para ir al escenario, lo vi y me quedé trastocada. Él se dio cuenta, se acercó donde estaba yo, me quitó la flor que llevaba y la puso en la barra».
—¿Cómo se baila ante una estrella?
—Muy nerviosa.
—¿Y ante el poder?
—Cualquier persona tiene poder. Bailar a diario me dio tablas. Y cuando tienes ese poder, esté sentado quien esté sentado delante tuya no te intimida lo más mínimo.
Blanca del Rey tenía dos pases diarios. A las 22.15 y a las 23.45. No había tiempo para el descanso. Ni para el ensayo. «En aquel momento, bastaba con que cogieras el ritmo con el guitarrista. Todo era espontáneo». Hasta que se casó con 19 años. Y se retiró. «A mi marido no le gustaba que bailase. Las cosas propias de la época».
—¿Y lo aceptó con naturalidad?
—Cuando vienen los niños te vuelcas con ellos. Pero luego, cuando se hacen autosuficientes, te llega un vacío. Necesitaba bailar y entré en una especie de depresión. El médico de la familia le dijo a mi marido: «Blanca nació bailando y necesita bailar».
—Hoy no le hubiera pedido permiso.
—No. Bueno: no y sí. En un matrimonio tienen que valer las dos opiniones. El equilibrio es el centro.
—¿Se puede vivir sin aplausos?
—Perfectamente. Cuando se han recibido tantos...
—Hay quien se queda enganchado.
—No son inteligentes. Hay que retirarse a tiempo.
—¿Se ve mucha vanidad entre bastidores?
—Mucha. Pero no puedes caer en lo que no te gusta.
—¿Usted mantiene su ego a raya?
—La dignidad se confunde con el ego. El ego es patético, mientras que la dignidad es brillante y hermosa.
—¿Qué le queda por hacer?
—Muchas cosas. Pero tengo años por delante. Me encanta escribir, leer, la poesía. Sobre todo Francisca Aguirre, Félix Grande y Lorca, por supuesto.
—¿Quien ha sido Blanca del Rey encima de un escenario?
—Todo el mundo habla de la «soleá del mantón», que está dedicada a Córdoba. Pero aporté cosas como la guajira, que estaba olvidada, o el lenguaje del abanico. Cosas que imaginaba. Es muy importante no haber sido castrada mentalmente para el baile. Porque a mí no me dieron alpiste. Yo fui a cogerlo. No fui un pajarito en la jaula.
—¿Y a dónde fue a coger el alpiste?
—Del propio flamenco. De la literatura. Cada letra de flamenco te abre un mundo a desarrollar.
—¿Qué bailaora le deslumbró?
—Aquí, en Córdoba, La Tomata. Era una flor silvestre como yo.
—Si le digo Zoco, ¿qué me dice?
—Mi mejor escuela. Mi primer guitarrista, El Niño del Lunar, y Merengue, al que le tengo mucho cariño.
—¿Córdoba olvida a sus hijos?
—Córdoba y cualquier sitio en el que no estés presente. Quizás Córdoba tenga un pecadillo más.
—¿Qué le reprocha?
—Nada. Córdoba es así y la quiero así. Si amas a un hombre y tiene ese defecto, ¿vas a dejar de amarlo por eso?
—Se la ve benevolente.
—La vida me ha hecho así. La reflexión sirve para rectificar.
—¿Qué se aprende del fracaso?
—Una buena reflexión, si eres humilde. El don de la humildad es el camino de crecer, de ser mejor.
—Un camino difícil de transitar.
—Se nace con ello, si has tenido una madre un poco sargento. Mi madre era muy tierna, muy bella, pero muy dura. Hoy hay mucha mano alta para los hijos. Y yo los he criado con mucha disciplina y mucha reflexión.
—¿Ha practicado usted la conciliación familiar?
—Siempre. Nunca firmé un contrato más largo de un mes. Y cuando volvía estaba cuatro o cinco meses sin moverme de casa.
—¿Qué precio se paga por el éxito?
—Las cervicales hechas polvo. Las tendinitis en los brazos.
—¿Ha querido bajarse del tren?
—No. He sabido dosificarme.
—¿Quién reina hoy en la danza?
—Mucha gente joven y muy válida. Hay una cordobesa que me encanta: Olga Pericer.
—¿A quién no le bailaría nunca el agua?
—A nadie que no fuera persona.
—Ha sido una mujer feliz.
—He tenido mis momentos duros por los seres que se van, pero he sido una mujer feliz.




