He aquí una rareza del flamenco. Una mujer al mando de la guitarra. Una de las escasísimas féminas que se atreven con un instrumento reservado tradicionalmente a hombres. Pero aquí la tienen. Desafiando los códigos dominantes. Con las ideas claras como el agua. Desde que un día se presentó ante su padre para anunciarle que quería tocar la guitarra flamenca.
-¿Y su padre qué le dijo?
-Que no.
Así de rotundo. Así de concluyente. La guitarra clásica para las niñas. La guitarra flamenca para los hombres. Y Laura González, tímida hasta el tuétano, no dio un paso atrás. Guitarra flamenca o nada. Y aquí está. Profesora de las seis cuerdas en el Conservatorio de Jaén y dueña de un apreciable currículo como concertista en Francia, Suiza, Portugal o España. La voluntad mueve montañas. Tanto que su progenitor, ajeno por naturaleza a la música flamenca, es hoy secretario de la peña de El Mirabrás, de Fernán Núñez, y aficionado declarado del género.
Laura González (Fernán Núñez, 1980) llegó a la guitarra por azar. Lo suyo era el baile. Como la mayoría de las niñas de su pueblo. Estuvo largos años aprendiendo en una academia privada, pero había algo que no acababa de funcionar. No la convencía exponerse en medio del tablao, a los ojos de todo el mundo. «Es cuestión de carácter», argumenta a modo de pretexto. Prefería un segundo plano. Alejado de la atención inquisitiva del público. Y se inclinó, casi de forma natural, por la guitarra. Un instrumento sobrio, austero, protegido de todo protagonismo escénico.
Su primer profesor fue Luis Calerito, conocido guitarrista de la Campiña. Al principio, no fue un camino fácil. «Las primeras veces que iba a la Peña de El Mirabrás no se me hacía muy natural. Me llevaba mi padre y él decía nada más llegar: “Aquí traigo a la niña para que toque un rato”. Era todo muy forzado. Luego vas cogiendo confianza y la cosa va cambiando poco a poco. La gente de la Peña eran buenas personas y me facilitaban mucho las cosas».
Hasta que un sábado noche mientras tomada unas copas con sus amigos, fueron en busca suya. El malogrado Enrique Morente estaba en una boda del pueblo y buscaba guitarrista para echarse un cantecito. «Fue una experiencia muy bonita. Yo era una niña y me dio mucho respeto. Pero era un hombre muy amable y lo disfrutamos mucho». Desde entonces, ha acompañado a un buen puñado de cantaores, entre ellos a Pedro Obregón, Manuel del Rosal, Antoñita Contreras, Anabel Castillo o Gloria Núñez.
Puertas abiertas
Es consciente de que su condición de mujer le ha abierto algunas puertas, que de otra forma quizás no se hubieran podido abrir. Pero no le ofende esa circunstancia y acepta con tranquilidad las oportunidades que les brinda el oficio. Hoy día, las guitarristas flamencas son una especie verdaderamente escasa. Hay una profesora en Córdoba, otra en Sevilla y otra en Granada. Una inmensa minoría entre todo un mar dominado por hombres. Y entre sus treinta alumnos en Jaén, sólo hay una fémina.
—¿Se ha encontrado mucho «venao» por ahí?
—En alguna ocasión, sí. Pero por suerte, no muchas.
—¿Cómo sobrevive una mujer en un mundo tan masculino?
—Buscando tu sitio. Hay momentos en que no te encuentras muy cómoda. Y es porque, quizás, no tienes que estar ahí.
—¿Lo suyo qué fue: valentía o inconsciencia?
—Al principio inconsciencia. Luego, valentía.
—¿La mujer lo tiene más negro?
—En la guitarra flamenca, sí. Hay menos trayectoria. Las primeras guitarristas están saliendo ahora. Tendrá que pasar tiempo para que encuentren su sitio.
—¿Cuándo nos toparemos con un Paco de Lucía con nombre de mujer?
—Eso es lo que haría falta. Pero lo veo difícil. Una mujer al nivel de Paco de Lucía es muy complicado. Ya lo es entre los hombres. La guitarra tiene una cosa difícil: componer.
—¿Y cómo ve a Laura González como creadora?
—Es muy complejo. Yo compuse al terminar el Conservatorio y aún no me explico cómo lo hice.
—¿Qué añade una mujer a la guitarra flamenca?
—Nada que no pueda añadir un hombre. La música es música y cada uno tiene su sensibilidad y su forma de expresar.
—¿Qué hay que tener para este oficio: alma o tenacidad?
—Las dos cosas. Tenacidad porque hay que echar muchas horas. Y porque hay que ser persistente cuando la moral se viene abajo. Y deber saber decirte a ti misma: «Hoy tengo un mal día». Y alma, porque sin alma no se puede ser músico.
—Paco de Lucía dice que la guitarra puede llegar a ser un castigo. ¿La búsqueda de la perfección puede producir angustia?
—Yo creo que sí. Y más en artistas de ese nivel, que se ven sometidos a tanta tensión. Son artistas que están en constante renovación y son el punto de mira del resto de guitarristas del mundo.
Laura González forma parte de la hornada de jóvenes guitarristas flamencos con formación académica. Nada que ver con la tradición oral de la mayor parte de los tocaores de toda la vida. «La enseñanza reglada no encorseta al flamenco. Son importantes las dos formaciones. No debe existir ni el mero sometimiento a la partitura ni el aprendizaje de oído sin conocimientos musicales, que te pueden enriquecer», reflexiona. Pero no sólo de flamenco vive la joven guitarrista. Aficionada a la música clásica, también escucha pop, rock y hasta heavy.
Llega puntual a la cita, pertrechada de su guitarra para la sesión fotográfica, a la que se presta con educada paciencia. Laura González no es mujer de verbo excesivo. Contesta claro, directo y sin rodeos. Con la misma determinación con que eligió el flamenco contra viento y marea.
—¿Le seduce el éxito?
—Como es algo improbable, no me seduce mucho. Estoy centrada en mi docencia y en preparar los conciertos.
—¿Le da vértigo el escenario?
—Una semana antes duermo y como peor. Me da respeto, pero me gusta.
—¿Teme a los críticos?
—Temo a la maldad. La crítica hecha con respeto, aunque ponga los puntos sobre las íes, me parece correcta.
—¿La ha padecido en carne propia?
—No. Pero he leído cosas sobre otras personas que se podrían haber dicho de otra forma.
—¿Dónde está el límite?
—Mi límite es justo lo que yo pueda dar de sí.
—¿Le duelen sus impurezas?
—Trato de aceptarlas. A un concierto voy yo y mis errores. Sólo gente como Paco de Lucía puede salir de un concierto diciendo que lo ha hecho perfecto.
—¿Quien acepta sus limitaciones está más cerca de la felicidad?
—Yo creo que sí. La felicidad es un asunto importante. La vida es lo que tú decidas hacer de ella.
—¿El flamenco o la vida?
—Ojalá no tenga que elegir.
—Vicente Amigo dice que el camino es aceptarse. ¿Usted se acepta?
—Si no me acepto yo, ¿quién lo va a hacer?
—¿Qué le pide al futuro?
—Que como mínimo me quede como estoy.
La mejor escuela de flamenco
Se ha curtido donde se curten los guitarristas de raza: al calor de una peña flamenca. En El Mirabrás, de Fernán Núñez, ha tocado un buen puñado de veces, con los aficionados de toda la vida. Y se ha fogueado en todos los terrenos: acompañamiento para el cante y para el baile, donde de vez en cuando se ha pegado sus «pataítas».
—Ha sido usted una artista completa.
—He sido una artista indecisa.
Así lo admite, con una pizca de fina ironía. Es consciente de la importancia crucial de las peñas como escuela básica de aprendizaje, pero también lo es de que su supervivencia no está garantizada por las nuevas generaciones.