ESTAMOS ante un hombre récord. La persona que más años ha ocupado el sillón de alcalde de los 75 municipios de Córdoba. Y uno de los más obstinados de España. Nada menos que 32 años al frente del Consistorio. Media vida. Ocho mandatos consecutivos. Y todos por mayoría absoluta, alguna de ellas por auténtica goleada. Hoy, sin embargo, se cumplen cinco meses desde que puso fin a su inacabable reinado y es simple y llanamente concejal de Festejos.
—Usted dirá por qué se fue.
—Porque estaba más visto que los tebeos.
Como se ve, Pedro Antonio Barbero (Valsequillo, 1944) tiene un saludable sentido del humor. Y una genuina biografía de hombre de pueblo. Con ocho años ya estaba cuidando cochinos y con doce puso fin a su corta vida de estudiante. Era entonces la España de las restricciones y de la cruda existencia humana. «Cuando yo nací, la gente se alumbraba con candiles», rememora. «No había agua corriente. La cogíamos del pozo. Colocábamos un regador grande en la pared y una alcachofa para lavarnos. Eso en verano. En invierno era más crudo. Los dineros eran escasos y malcomíamos. Poníamos trampas y salíamos de noche a cazar algún conejo para comer. Muchas personas pasaban hambre. Y otras cogían bellotas para cebar a sus cochinos. Pero venía la Guardia Civil, que daba un miedo tremendo, y se las requisaban para llevárselas a los señoritos del pueblo».
Luego se hizo actor aficionado, agarró una furgoneta y se subió a los escenarios de decenas de pueblos de la provincia. Hasta que un día llegó la democracia, montó el Grupo Independiente Local (GIL) y arrasó en las primeras elecciones municipales. Desde 1979 no ha soltado el bastón de mando, primero como regidor independiente y poco después en las filas del PSOE. Eso sí: su bagaje ideológico era más bien liviano. «Yo no tenía ni idea de política. ¿Qué iba a entender yo de eso?». Lo cual, según parece, no fue un factor determinante en su dilatada biografía política.
—¿Nos puede decir cuál ha sido el secreto de su éxito arrollador?
—Pues no lo sé. Por el comportamiento quizás. Soy una persona abierta. Con cualquiera me siento y con cualquiera hablo. Me ha querido la izquierda y la derecha. Y estoy dispuesto a ayudar a todos en lo posible y en lo imposible. Estos años hemos tenido muchas penas con el agua. Y me han llamado a las dos de la madrugada: «Alcalde, que tengo la casa inundada». «Y yo la mía. ¿Qué quieres que haga?». Pero al final he salido a dar la cara.
—Se supone que con la limitación de mandatos no comulgará.
—Mientras que un pueblo te respalde, no entiendo que un político diga hasta aquí hemos llegado.
—No ve efectos perniciosos en la perpetuación del poder.
—No lo haré tan mal cuando han seguido votándome. A mí me han dicho que estoy más visto que el Guerrero del Antifaz. Pues muy bien. Pero luego llega la hora y me piden que me presente.
—¿Qué le seduce del poder?
—No creo que el poder sea una droga para seducirme. Tengo la satisfacción de que todos mis vecinos me quieren y me hablan. Con eso tengo bastante.
Cuando Pedro Antonio Barbero se hizo alcalde, el Ayuntamiento no tenía archivo, incendiado en la guerra, ni dinero. Sólo una finca de 400 hectáreas por cuyo arrendamiento percibía un millón de pesetas (6.000 euros). El proyecto municipal más acuciante era ayudar a los vecinos a edificar sus casas con tapial de piedras y barro. «Vivíamos en la penuria», reconoce gráficamente. El Consistorio tenía entonces un secretario, que compartía con el municipio de Peñarroya, un administrativo y un empleado que se encargaba de asuntos judiciales. «Hasta mi quinto mandato no cobraba ni un duro. Me levantaba a las cinco de la mañana, trabajaba en el campo y a las doce me presentaba en el Ayuntamiento. El secretario me enseñaba los papeles, firmaba y por la tarde volvía al campo otra vez. He sido muy trabajador. Un día me llamó un periodista de Sevilla. Eran las doce de la noche. Entonces me dijo: «¿Y ese ruido que se siente?». Claro, soy yo: es que estoy arando todavía en el campo.
—Usted ha dicho que militar en un partido trae muchos quebraderos de cabeza. ¿Tiene antídoto contra el dolor?
—Quebraderos no, pero me ha costado el dinero.
—¿Militar en el PSOE?
—Teníamos muchas reuniones en Córdoba y recogía a la gente de esta zona con mi coche. Eso suponía un dinero. El PP sí le ponía a sus cargos una paguilla. Yo ni la he pedido. El partido me ha ayudado poco. No quiero cargos. Pero tengo el resquemor de que a algunas personas, cuando han llevado tres o cuatro legislaturas, las han colocado bien colocadas.
—Por cierto, ¿el PP no le ha tirado los tejos?
—Sí. Yo le he dicho que estaba donde estaba y que iba a tener amigos hasta en el infierno. Dentro de la política, me hicieron varios homenajes y quien más me aplaudía era la oposición. A mí me quiere todo el mundo.
—También ha dicho que va a su aire. Es usted una especie de verso suelto del Guadiato.
—Yo no he ido nunca a mi bola. Yo voy a la bola que le interesa al partido.
—Pues eso ha declarado usted.
—¿Sí? Bueno, a veces no sabe uno lo que dice.
—¿En un partido se puede hablar claro?
—Muchas veces es mejor callarse.
—¿Usted se ha callado mucho?
—Yo no suelo callarme.
—¿Y se lo perdonan?
—Siempre me lo han perdonado.
—¿Qué pieza hay que cambiar de la política?
—Yo entiendo que lo primero que se necesita para ser político es tener formación. Si no tienes formación puedes meter la pata por todos lados. Y eso es primordial. Aquí no puede llegar un tonto del pueblo como yo sin cuarto de reválida.
—¿En la política están los que saben?
—Saben porque les interesa. Porque viven de la política.
—¿Por dónde hace aguas el sistema?
—Tenían que reunirse todos los grupos y llegar a acuerdos para solucionar el problema de España. O el de esta provincia. Y, sin embargo, se juntan con el ánimo de colocarse los cuatro que están en el partido.
—¿Dónde ha tropezado Zapatero?
—Eso es difícil de decir. Zapatero quiere lo mejor para su pueblo. Que haya tenido un traspié porque la economía está muy mal, eso nos pasa a muchos. Yo hubiera querido hacer más cosas de las que he hecho.
—¿Un buen político tiene que poner los pies en el suelo o la cabeza en las nubes?
—No se puede echar las campanas al vuelo si no lo tienes atado.
—¿Usted ha vendido mucho humo?
—Posiblemente algo habré vendido. Porque he querido hacer más cosas de las que he hecho.
—¿Hay futuro en la España rural?
—La España rural es muy compleja. Sobrevive por el paro. El campo no lo quiere nadie.
—¿Y tiene alguna receta?
—No lo sé. La gente joven se tiene que concienciar de que no se puede vivir del paro porque es vivir del cuento.
—¿Sabe cómo combatir el éxodo?
—Ya no existe. Es a la inversa. La gente vuelve.
—La población rural sigue bajando.
—Si en la campiña cordobesa baja la población, con lo rica que es, suponga en estos pueblos. Lo que no se puede es comprar un coche con las ayudas. Es lo menos importante. Cómprate tu huerta y vive de ella.
—Confiésenos un error político imperdonable.
—No estoy arrepentido de nada. Si no, la conciencia no me dejaría dormir tranquilo. Y yo comulgo todos los domingos.



