Día 23/10/2011 - 10.27h
Se cumplen el 29 de octubre noventa años del nacimiento en Córdoba del más joven de los poetas del Grupo Cántico, Julio Aumente (1921-2006). Hoy, víspera de San Rafael, rescatamos su Soneto a Córdoba, donde ocupa una parte central el primer monumento al arcángel erigido en la ciudad, el San Rafael del Puente Romano: «En las romanas piedras de tu puente / un arcángel destella luz alada».
Luis Antonio de Villena lo definió así: «Divertido, atrevido, disparatado a veces, la Belleza, con mayúscula porque puede tocar lo sagrado, fue una obsesión en la vida y la labor de Julio Aumente». Fue abogado y trabajó en Córdoba, antes de trasladarse a Madrid en 1965. Allí fue perito tasador de arte y antigüedades y experto en genealogía y heráldica, especialidades donde gozó de merecida reputación.
Pero Julio Aumente fue conocido, sobre todo, por su poesía. Junto a Pablo García Baena, Ricardo Molina, Juan Bernier y Mario López, fue uno de los fundadores y colaboradores asiduos de la revista Cántico, el mejor colectivo poético cordobés del siglo XX, una de las publicaciones más brillantes de nuestra posguerra y la primera que dedicó un número homenaje al exilado Cernuda.
En los cincuenta, Aumente publicó «El aire que no vuelve» y «Los silencios». Luego escogió el silencio y el alejamiento —guardó siempre un claro desdén hacia las intrigas y manejos de la vida literaria— hasta 1983, con el que muchos juzgan su mejor libro, «La antesala», finalista del Premio Nacional de la Crítica. En adelante dio un fuerte giro a su escritura: poemas coloquiales, palabras de marginación, mundo urbano, inmensa sed de vida, ironía, sátira y rechazo de la moral y rigidez del mundo viejo.
Falleció en Córdoba, en la madrugada del 29 de julio de 2006, en el Hospital de los Morales. En su necrológica, Villena escribió: «Con Aumente se va un provocador y un innovador, un sabio esnob que dejó de serlo y un abogado de la juventud y de la libertad absoluta, sin etiquetas. Un hombre refinado y bueno».
De los muchos triunfos y monumentos a San Rafael en Córdoba, el más antiguo es el del Puente Romano, sobre el Guadalquivir, obra de Bernabé Gómez del Río en 1651. La ciudad lo colocó en ese lugar para conmemorar que ese año el Papa autorizó la fiesta de la aparición de San Rafael al padre de las Roelas —7 de mayo— y con el sentido de proteger a los que saliesen o entrasen de Córdoba desde el sur.
Emplazado sobre el pretil del puente, forma parte de él y de la especial devoción de los vecinos del Campo de la Verdad quienes suelen santiguarse y depositar ofrendas en forma de velas. La escultura lo representa con el pie izquierdo adelantado, como protector de caminantes, y de la mano de ese mismo lugar cuelga el pez con el que se realizó la curación milagrosa que narra el Libro de Tobías.
En su mano derecha sostiene la cartela característica de San Rafael representado como custodio de Córdoba. En ella se lee el juramento y mensaje pronunciado ante el sacerdote Andrés de las Roelas: «Yo te juro por Jesucristo Crucificado que soy Rafael Ángel, a quien Dios tiene puesto como guarda de esta ciudad».
Este arcángel pétreo se convirtió en el centro del bellísimo Soneto a Córdoba que escribió Julio Aumente Martínez Rücker y recogió en su libro «El aire que no vuelve», publicado en 1955 en la prestigiosa colección Adonais:
«Amarillo el limón, la palma ardiente, / la granada de sangre, la dorada / naranja en el vergel, la perfumada / higuera, traen su aroma del oriente. / En las romanas piedras de tu puente / un arcángel destella luz alada, / ¡oh silenciosa Córdoba callada, / dormida en el rumor de la corriente! / Esmeraldas de fuego, en tus jardines / bajo el sol que calcina en el estío, / esbeltas torres a la brisa elevas. / Y un fondo de guitarras y violines / tu sierra cantan, tu glorioso río, / lauros de plata que en tu frente llevas».
POR JUAN JOSÉ PRIMO JURADO



