Día 23/10/2011
LA constatación de la quiebra de Grecia constituye un amargo fracaso para las instituciones europeas y los gobiernos de los países miembros, que conocían —en todo o en parte— la situación real de su economía y han esperado hasta el último momento para intervenir. Cuando lo han hecho, han tardado más de lo razonable en poner en marcha medidas que pudieran poner remedio a la situación. Ahora han diseñado un mecanismo, que hoy se discute en Bruselas, para transferir las pérdidas de la deuda griega a los bancos, que a su vez recibirán ayudas para poder financiar esta merma en sus balances. De alguna manera, al menos una parte del coste de la quiebra griega se transferirá a las deudas de los demás países.
La consideración de «soberana» significa que su valor está vinculado a la independencia y soberanía del país que la emite. No resulta extraño que un gobierno que ha despilfarrado a manos llenas y ha dejado la economía española como un campo de minas no tenga meridianamente claro lo que significaría una rebaja del valor de la deuda soberana española. Independientemente de lo que consideren las agencias de calificación, cualquiera que compre deuda española ha de tener la seguridad absoluta de que su inversión está respaldada en cualquier eventualidad, porque está en juego el crédito de un país entero. La reacción del Partido Popular frente a los rumores de que el Gobierno podría estar pensando asumir la propuesta de reducir el valor de la deuda española ha sido la correcta. Alemania sigue insistiendo en que España ha de tomar más medidas para alcanzar el objetivo de déficit, pero, a falta de un mes para las elecciones, el Gobierno al que se lo piden está ya en una situación de agonía política.
