Córdoba

Córdoba / Fermín Labarga, SACERDOTE, PROFESOR, PERIODISTA Y COFRADE

«Si las cofradías pierden su condición eclesial, acabarán por desaparecer»

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Es uno de los mejores especialistas de España en religiosidad popular y participará en el Congreso Nacional de Cofradías que se celebra en Córdoba

Día 25/11/2011 - 10.17h
«Si las cofradías pierden su condición eclesial, acabarán por desaparecer»
JUAN MARÍN
Fermín Labarga, durante un acto en Logroño

Las condiciones de sacerdote, doctor en Teología, director del Secretariado de Hermandades y Cofradías de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, profesor de la Universidad de Navarra, periodista y cofrade se concentran en Fermín Labarga.

—¿Qué valores propios tiene la religiosidad popular, cuál es su «carisma», si es que éste existe?

—La piedad popular, que es como la denominan los documentos de la Iglesia, tiene muchos valores. Entre otros muchos, la capacidad para acercar a Dios por medio de manifestaciones tradicionales, surgidas del enraizamiento de la fe en la cultura. Presenta a Dios cercano, singularmente en la persona de Jesucristo, que nace (Navidad), muere (Semana Santa) y resucita (Pascua) para salvarnos, y que sigue realmente presente en medio de su pueblo en la Eucaristía (Corpus). De igual modo, la piedad popular siente como propia a la Madre de Dios, a la que ama y venera de mil maneras. Y a los santos, que invoca como protectores. Y proclama su fe en la vida eterna a la vez que reza por los difuntos. En resumen, puede indicarse que la religiosidad popular expresa la fe de un modo sencillo pero muy completo y auténtico.

—¿Y qué cosas tiene que mejorar, o incluso eliminar?

—Por encima de cualquier otra sombra, se presenta —a mi modo de ver— cierta ausencia del sentido de pertenencia a la Iglesia; en muchos casos, parece como si algunas manifestaciones de piedad popular se vivieran al margen de la Iglesia en la que han nacido y que les da su sentido pleno. A ello se pueden unir toda una serie de fenómenos derivados: desconfianza respecto de la jerarquía, desvinculación de la vida parroquial y diocesana, entre las devociones y la vida de fe, poca frecuencia de sacramentos… Son fenómenos preocupantes porque denotan una progresiva secularización de la religiosidad popular que, de seguir por esta línea, acabará dando como resultado la repetición de ritos desprovistos de su contenido.

—La religiosidad popular ha sido vista con recelos por parte de la jerarquía. Y del mismo modo, muchos «cofrades» ven con desconfianza a la autoridad eclesiástica. ¿Qué tienen que hacer una y otros para beneficiarse mutuamente?

—Me parece que, afortunadamente, cada vez pasa menos. Los pastores de la Iglesia son conscientes de que las cofradías son una porción importante del pueblo de Dios, especialmente en algunas diócesis. Requieren una adecuada atención pastoral que no prescinda de las características propias de aquellos a los que se dirige. Por eso es preciso que quienes las atienden pastoralmente conozcan, comprendan y amen a las cofradías. Y sólo entonces podrán ayudarlas a mejorar en aquellos aspectos que lo requieran, empezando por el reforzamiento de su identidad eclesial. Si las cofradías pierden su condición eclesial (para transformarse en asociaciones culturales o cosas semejantes), más pronto que tarde comenzarán a languidecer y desaparecerán. Las cofradías o son Iglesia o no son nada.

—¿Cree que el auge de los llamados «nuevos movimientos» puede ser una especie de «competencia» para la religiosidad popular?

—En ningún caso. La piedad popular está muy bien integrada en la vida de la Iglesia y constituye un complemento perfecto para la liturgia. Por eso no existe ninguna forma de vivir la fe en la Iglesia que pueda prescindir por completo de algunas manifestaciones concretas de la piedad popular, como son por ejemplo casi todas las referidas a la Virgen.

—Las expresiones religiosas populares, con toda su carga estética y formal, ¿sirven para ayudar a rezar, a avanzar espiritualmente?

—Sí, sin ninguna duda. Ahora bien, siempre y cuando no se quede en lo exterior, en lo estético. Quien en lugar de entender el culto como un medio lo entiende como un fin, corre el riesgo de caer en un ritualismo, que por desgracia se aprecia cada vez más, singularmente entre los jóvenes. Cuando el culto es el fin, se olvida que el fin del culto es Dios. Y a partir de ahí nace una pseudo-religión ritual en la que la estética y la rúbrica son las leyes fundamentales. Y en el caso de las imágenes sagradas, este proceso lleva a divinizarlas, con el riesgo de idolatría y fanatismo.

—¿Se sigue emocionando cuando ve un paso de Semana Santa?

—Sí, aunque no en todos los casos. Y si quiere que la diga la verdad, entre todos los momentos plenos de emoción, me quedo con uno, que por fortuna he tenido la dicha de disfrutar en varias ocasiones. No tiene que ver ni con una imagen concreta, ni con un lugar, ni con una marcha, ni con la suma de todas esas circunstancias. Pocos momentos tan dichosos como aquel en el que una madre, o un padre, o un abuelo, o un hermano de más edad, explican a un niño qué representan las imágenes que ve sobre los pasos. Catequesis en estado puro. Trasmisión de la fe de generación en generación.

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