Alberto Díaz-Villaseñor reune casi 1.500 entradas, todas ellas palabras típicas utilizadas por nosotros
Día 28/11/2011 - 09.24h
El pasado jueves, día 24, en la taberna Patios de la Aljama —uno de los establecimientos del ramo con más encanto de nuestra ciudad— tuvo lugar la presentación de un curioso y muy interesante libro; absolutamente recomendable para quienes deseen conocer una parte del más hondo acervo cultural cordobés, cual es la forma de expresarnos que tenemos los habitantes de la provincia. Se trata del «Diccionario del habla cordobesa», compilado por el escritor, poeta y crítico Alberto Díaz-Villaseñor y publicado por la editorial Almuzara, un cuidado volumen que sigue la estela de anteriores diccionarios sobre las formas peculiares de expresión que podemos encontrar en otras provincias de Andalucía, díganse Sevilla, Málaga y Granada. Se agradece el esfuerzo de la editorial paisana por dar a conocer los más diversos aspectos de nuestra tierra, basten como ejemplo los documentados trabajos que el actual concejal de Patrimonio y colaborador de ABC, Juan José Primo Jurado, elaboró para modernizar los «Paseos por Córdoba», de Ramírez de Arellano.
Y aunque pueda parecer que en Córdoba no hay tantos vocablos típicos como para escribir un diccionario, el autor ha reunido casi mil quinientas entradas, todas ellas palabras típicas utilizadas por nosotros; palabras que no se dan en otros lugares, ni recogidas por la Real Academia de la Lengua. O que, en caso de ser utilizadas en otros sitios, no significan lo mismo. Obviamente, se trata de palabras y expresiones de uso común, aceptadas por todos, pues Díaz-Villaseñor no incluye en su estudio aquellos términos que se utilizan en lugares muy concretos y reducidos, o que pertenezcan a profesiones o jergas. Lo cual es obvio, pues entonces más que un diccionario tendríamos la Enciclopedia Británica.
Si a todo esto unimos que las palabras están recogidas tal como nosotros las pronunciamos (pues no es lo mismo que te digan «hediondo» que…, «jeyondo»), incluidos los seseos y los ceceos —que de todo hay por la provincia— es fácil deducir que estamos ante un libro ameno, que no pretende ser un estudio académico, sino un volumen de puro entretenimiento, aunque puede utilizarse como libro de consulta sobre nuestra más pura y peculiar manera de usar el idioma castellano.
Así que, si quieren echar un buen rato y, de paso, reconocerse en su forma de ser y expresarse, no dejen de hojear este Diccionario. Lo digo de verdad. No piensen que, como me suele ocurrir bastante a menudo, estoy diciendo pegoletes. No. Pegos, los justos. Ni tampoco me he vuelto asipotao perdío. ¿Lo ven ustedes?: ¡ha sido terminar de leerlo y ya me ha salido la vena cordobita!


