Córdoba

Córdoba / VERSO SUELTO

Como esponja vieja

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El otro día, en este periódico, a Córdoba la sacaron fea y mucha gente parece que no se había dado cuenta antes

Día 09/12/2011 - 09.19h

Guapa lo serías, y desde luego seductora e hipnotizante en tus mejores años, aunque no salieras en las canciones que más sonaban ni te retiraran la silla para que te sentaras en reservados de restaurantes de cava de puros, bodega y platos sin precio. La tuya dicen que era una hermosura natural y escondida, desvelada en sutilezas silenciosas e intacta de afeites y abalorios, con unas gotas del perfume delicioso de aquello que brilla sin la purpurina de los tópicos. Pero entre todos —serán desagraciaos— pocharon la rosa. Hace tiempo que te pintas como una treintañera en crisis permanente o como una cuarentona en busca de guerra nocturna sin mirar la matrícula, con mallas de leopardo y escote de burda insinuación en las mejores calles de la Judería, y todavía tienes la pobre ilusión de pisar fuerte y altanera con los tacones de plataforma cuando te chillan al pasar por una obra.

Para hacerte moderna te quisiste asfaltar de humo las venas y los pulmones, y, como a los fumadores, se te fue quedando cara de esponja vieja usada después de un perol. Ahora sudas tinta para dejarlo porque te da agorafobia tanto espacio libre y te tienen que alicatar las calles de veladores si es que no viene el rigor de la abstinencia de los cláxones y los tubos de escape después de tantos años. El adelanto de los tiempos te arrolló sin contemplaciones como si fueras una liebre despistada por una carretera comarcal y te lanzaste a comprar temiendo que se fuesen a acabar de un día para otro los zapatos, los televisores o los flamenquines. Con razón te salieron aquellas cartucheras grasientas de basura en la puerta de Almodóvar y esos bultos que tapaban tus mejores vistas y a nadie se le ocurría enterrarlos, porque costaría una pasta y, total, a lo mejor la Unesco los declaraba también patrimonio de alguien.

Con el tiempo hasta dejabas de asearte. Te hiciste con criados que de vez en cuando te frotaban las manchas y te paseabas orgullosa con la cara llena de churretes y el pelo sucio, con la sombra de ojos encima de los párpados hinchados y el maquillaje pudriéndose con el sudor, con los cables como un complemento posmoderno y epatante y las antenas sin control haciendo de peinetas deconstruidas contra el cielo de bloques.

Para cuando quisimos darnos cuenta la cirugía antiestética te había extirpado unos cuantos trozos de la cara, los más cascados por la nicotina, y te los había cambiado por granito multicolor, no fuera alguien a reconocer a la que fuiste. El otro día, en este periódico, te sacaron fea, a ti, con lo que fuiste, y mucha gente parecía que no se había dando cuenta antes. Habrá quien les eche la culpa a los políticos, pero a mí me parece que no es que los de un lado y los de otro no se dieran cuenta de cómo te maltrataba tu gente un día detrás de otro, sino que, como cordobeses normales que son aunque sea con corbata y sin parar de hablar, les habría parecido todavía más bonito verte llena de tatuajes, piercings y anillos de calaveras.

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