Córdoba

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Camino de cruz y ensueño

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Las cofradías arropan al Cristo del Descendimiento en el rezo de las estaciones por un recorrido de gran belleza que tuvo en el Puente Romano uno de sus mejores momentos

Día 26/02/2012

¿Mirar al interior? No es que no haga falta, y muchos de los que estaban en las aceras lo harían y lo harán, pero la tarde de ayer era para beberse las calles, para empaparse de una ciudad que respiraba espiritualidad precisamente por su parte más hermosa y a la mejor hora del año y del mundo. Descendía primavera, que diría el poeta, aunque el almanaque diga que todavía habrá que esperar casi un mes. Pero el presentimiento es muy fuerte, y no había más que salir a la calle para darle pellizcos al aire y comprender que ya estaba a la vuelta de la esquina.

Por el Puente Romano, dorado en su cara occidental por un sol declinante que cada día quiere estar en Córdoba unos cuantos minutos más, llegaba el cortejo de estandartes y varas, guiados por una cruz que se sabe el camino del río de memoria. Por allí, arropada por varias decenas de hermandades de gloria y penitencia, venía el Cristo del Descendimiento, el titular de la más antigua de las cofradías que cruzan el Guadalquivir y en torno al cual las cofradías rezaban el Via Crucis.

Era una tarde como de deshielo, como si no hubiera derecho a templar el ambiente después de que los huesos todavía recuerden la severidad polar de las semanas anteriores. Por eso en la Puerta del Puente sorprendía una temperatura que contaba, sin que todavía se hubieran visto las primeras cruces, que algo grande esperaba a la vuelta de cualquier lugar hermoso.

Así sería. Tras del cortejo de hermandades, y precedido por su cuerpo de acólitos, llegaba el Cristo del Descendimiento. Le rodeaba un aire de novedad y otro de Viernes Santo de toda la vida. No había esta vez el brillo del oro de su paso y de los claveles rojos y los capirotes que le dan cortejo en la foto de la memoria. Ahora todo venía resuelto en la oscuridad y la penitencia de la Cuaresma. No iba el Señor bajando de la cruz, o al menos no de la arbórea de la que pende en su capilla y en su paso.

Dolores y Soledad

Iba sobre unas andas donde la cruz se reviste como un catafalco negro. Son las que llevan cada año al Santísimo Cristo de la Clemencia en su Via Crucis, y que la hermandad de Nuestra Señora de los Dolores había cedido. Para que no se perdiera el aire a Viernes Santo que había en el aire, la luz también era de la que brilla en esta tarde. En las esquinas estaban los faroles de caoba y bronce de María Santísima en su Soledad, con su cera tiniebla. En los dos laterales de las andas, centros de iris morados.

Por el Puente Romano, cuando el sol empezaba a declinar con más dulzura, venía el Señor con la mano derecha tendida al pueblo, como suele, y tendido sobre el negro casi llegaba a parecer un yacente. Pasó por primera vez bajo la Puerta del Puente, porque la lluvia se lo impidió en la Semana Santa pasada.

No era un Via Crucis de siseos ni silencios obligados, porque la presencia fúnebre de la imagen obligaba a hablar en voz baja y a acompañar. Delante, el quinteto musical de la banda de la Esperanza (oboe, flauta, clarinete, trombón y bombardino) contribuía al tono reflexivo de la tarde.

Por todo el camino se iba rezando el Via Crucis, acompañando al Cristo del Descendimiento en el recuerdo de la Pasión. Lo hacían el pregonero de la Semana Santa, Enrique León; el de la Juventud, Álvaro Espejo; y el de las Glorias, Fermín Pérez. En el barrio, las cofradías vecinas se hicieron cargo de las estaciones.

Y si delante estaba el ambiente nuevo, detrás del Cristo del Descendimiento era el Viernes Santo de siempre, el de la gente que sigue al Señor en su camino. Pura cofradía de barrio, decenas de personas acompañaban a la imagen y, aunque no eran tantas como en Semana Santa, servían para demostrar que la devoción no es una vez al año. Un recorrido de incomparable belleza llevó al cortejo hasta la Catedral y allí, por el interior de las naves, todo se hizo mucho más íntimo. Bajo los arcos se siguieron rezando las estaciones y la música de viento casi llenaba el silencio de las naves, por un recorrido que esta vez no incluyó el altar mayor por indicación del Cabildo. Por segundo año consecutivo, no acudió el obispo de Córdoba.

Las cofradías del Viernes Santo, que, como el Descendimiento, saben que el fin de sus estaciones de penitencia es la Catedral, se hicieron cargo del rezo de las estaciones en el interior. Al volver por el Puente Romano estaba cayendo la noche. En el monumento a los Mártires, frente a ese San Rafael que la hermandad se sabe de memoria, estaba la Misericordia. Y de allí a casa, donde el consiliario y delegado de Cofradías, Pedro Soldado, presidió la misa con la que se daba por cerrado el Via Crucis.

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