Aunque la vida de Manolete ha generado abundantes textos continúan apareciendo originales publicaciones que no sólo resaltan la figura del torero sino también la época que le tocó vivir y las personas que con él la compartieron. Alfredo Asensi nos cuenta esas historias en su libro.
— Se ha escrito mucho sobre Manolete. ¿Qué aporta su obra?
—Numerosas historias y a la vez una sola: la de una ciudad que buscaba su identidad y que se proyectaba al mundo tras las huellas de un torero. Las tribulaciones de la política, la guerra y de la posguerra, la vida cultural y sus tradicionales tertulias. Los sucesos que estremecieron a todo un pueblo y, por supuesto, el nacimiento de un mito: Manuel Rodríguez Sánchez.
—¿Tenían entonces los cordobeses muchas ambiciones?
—Luchaban por la subsistencia y ya era bastante. Por lo demás era una ciudad tranquila y pacífica. La mayor ilusión de sus habitantes era el perolillo de los domingos y si además tenían algo de pollo para echarle al arroz ya eran felices.
—No parece muy distinta a la actual.
— La diferencia es que entonces se pasaba hambre y el hambre lo marca todo. Eran tiempos de penurias y escasez. Cada dos por tres se producían tumultuosas manifestaciones por este motivo. Se llegaron a hacer «tortillas de patatas» sin patatas ni huevos utilizando para ello la parte blanca de las naranjas. Era necesario aguzar el ingenio con tal de sobrevivir.
—¿Cómo era Manolete?
—A Manolete había que quererlo. Era generoso y divertido. Mucho menos serio de lo que aparece en las fotos pero nunca en público, sólo con los amigos. Iba siempre con gente de su confianza a los que llamaba «su charpa». Se reunía con ellos en las tabernas de la ciudad y se integraba perfectamente en la vida de Córdoba. Su imagen de hombre reservado y distante no tiene nada que ver con la realidad.
—¿Era feliz?
—Empezó a ser un hombre triste y amargado justo cuando ya lo tenía todo para ser feliz. Se enamoró de Lupe Sino y su amor era correspondido. Ella sacrificó su carrera artística por Manolete pero el entorno del torero nunca la aceptó. Creían que iba a por su fortuna e intentaron separarlos. Y lo consiguieron. Incluso le prohibieron verlo en sus últimas horas ante el temor de que se casara con él «in artículo mortis».
—¿Por qué toreó en Linares?
—A Manolete lo explotaron. Muy pronto se dio cuenta de que sólo era una persona que generaba mucho dinero a su alrededor y a quien no dejaban hacer su vida. Él ya estaba cansado de torear. Completamente agotado. La presión del público cada tarde era tremenda. Le exigían que toreara los toros más grandes. Y siempre con esa quietud. Hasta que llegó Islero.
—¿Estaba destinado a Islero?
—Aquellos Miuras de Linares tenían que haberse lidiado en Murcia. Aquel Islero tenía que haberlo toreado Gitanillo de Triana. Aquel quirófano, en el que goteaba su sangre a través de la camilla, también estaba escrito para él. Nunca debió morir de aquella cornada. Lo mató la época en que le tocó vivir.
—¿Qué queda actualmente de Manolete?
—Su secreto. Espero que mi libro ayude a entender a Córdoba y al torero.



