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Enrique Garrido Poole: «Éste es el país de Rinconete»

Cincuenta y siete años después de colegiarse, aún se presenta cada día en su despacho de abogados. Letrado por vocación y guitarrista flamenco por afición, la suya es una biografía particular

Día 06/05/2012 - 10.43h
Enrique Garrido Poole: «Éste es el país de Rinconete»
RAFAEL CARMONa
Enrique Garrido Poole. Abogado

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Si usted le pregunta por qué razón a sus 82 años se sienta cada día en su despacho de Ronda de los Tejares, le soltará una sentencia sin artificios. «Es mi vida». Así de simple. Y, a juzgar por su larga trayectoria como letrado, podríamos decir que la respuesta cae por su propio peso. Enrique Garrido Poole es nieto de abogados y padre de abogados. Y en su vida profesional no ha hecho otra cosa que colocarse la toga para defender a sus clientes. Aunque no únicamente eso. También le ha tocado la guitarra a cantaores de la talla de Fosforito, Antonio Mairena y El Pele. Pero eso es harina de otro costal.

—Lleva más de 55 años en la brecha. ¿Nunca le tentó colgar la toga?

—Nunca. Y ha habido momentos muy difíciles. Tuve un maestro magnífico, José María Montoto, y luego me lo monté por mi cuenta. Ganaba sólo 20.000 pesetas al año. Verdaderamente terrible.

Llevaba, por tanto, la abogacía en la sangre desde generaciones. Pero no únicamente. Enrique Garrido Poole (Córdoba, 1930) es nieto de Duncan Shaw, ingeniero de minas y fundador de la sociedad que puso en marcha en el siglo XIX los yacimientos de Belmez y Fuente Obejuna, que han marcado la economía del Guadiato durante décadas. Su estirpe es mitad británica y mitad española, como queda reflejado en sus apellidos. «Mi madre fue de una belleza increíble. Fundó el grupo de poesía Wallada y tocaba el piano. Tenía un gran sentido del humor y enorme sensibilidad. Mi padre era jugador del Español en Barcelona y dirigía una compañía de seguros. Un día vino a Córdoba por motivos de trabajo y conoció a mi madre en una verbena de la Virgen de los Faroles. Le impactó de tal forma que ya no volvió». Su abuelo, de religión anglicana, se topó con una admonición del Papa, que advirtió al obispo de Córdoba de que se estaba captando a todos los trabajadores para su confesión.

Está colegiado desde 1955, el mismo año en que se inscribieron Rafael Sarazá y Rafael Mir, y gran parte de su vida profesional ha estado centrada en defender a bancos y seguros. Aunque en su primer juicio le tocó defender a una mujer que fue expulsada del trabajo por mantener relaciones con un profesor. Desde entonces, nunca más ha llevado casos de laboral.

—¿Un abogado vale lo que valen sus clientes?

—No lo creo. Hay abogados magníficos que, por mala suerte, no han llegado donde debían. Y otros que, por influencia, están en grandes despachos.

—Tiene sangre británica. ¿En qué se nota?

—Yo digo que siempre me sale el leucocito inglés y mis amigos dicen que soy muy agudo y tengo un poquito de mala leche. Pero no lo hago nunca con intención.

—Hay que tener mucho humor inglés para digerir el mundo de hoy.

—Sobre todo, en el país en que vivimos, donde la gente se dispara a la primera.

—¿Qué pesa más en su biografía: la flema británica o la indolencia senequista?

—Yo creo que la flema británica. Pero yo he sido guitarrista y he cantado flamenco. He acompañado a Fosforito o Antonio de Mairena.

Ahí tienen: de pronto, salta la sorpresa. Un abogado con pedigrí que al tiempo que letrado fue guitarrista y noctámbulo en aquella Córdoba bohemia de los sesenta. «Era abogado de Bodegas Campos y me enseñó a tocar la guitarra Antonio el del Lunar porque me di un golpe en un ojo con una bola de tenis y estuve tres meses sin poder trabajar. Tengo fotografías tocándole la guitarra a El Cordobés mientras bailaba la Tomata, que era una mujer singular, increíble, pura fibra. A la Tomata la defendí catorce veces. Era un personaje para escribir una novela». Hoy, tantos años después, ya no toca la guitarra. Prefiere la lectura, sobre todo la historia, Pérez Galdós y Arturo Pérez Reverte.

—Es usted un defensor a ultranza del secreto de sumario. No me diga que no ha habido filtraciones proverbiales.

—Yo comprendo que la prensa tiene que buscarse sus habichuelas. Pero que modifiquen la ley y digan que el sumario no es secreto. Hoy por hoy está condenado por la ley.

—Por cierto, ¿qué le dice su olfato de abogado en el caso de los niños desaparecidos?

—Estoy un poco confuso. Pero al hombre lo veo cínico y sabiendo salir de todas las trampas que le ponen.

—Incurre en contradicciones.

—No son contradicciones realmente. Hay fallos en los horarios y por ahí lo van a pescar seguramente.

—Usted tiene la misma convicción que el juez.

—Todos los indicios van contra él. Responsabilidad tiene, por supuesto. Que los haya matado no me atrevería a juzgarlo.

—¿Qué reforma espera como agua de lluvia?

—Una simplificación de todos los procesos y la agilización de la justicia. Hace poco me mandaron una citación para el 12 de febrero a las 12.00 horas. Me planto allí y me dicen que no había juicio. ¿Cómo que no?, pregunté. Pues no: era el 12 de febrero pero de 2013.

—¿Qué falla?

—La justicia siempre ha ido muy lenta. Demasiados trámites. Antes teníamos el principio de oralidad y ahora es todo por escrito. Y eso complica mucho las cosas.

—¿La justicia es igual para todos?

—Debería serlo.

—No lo veo muy convencido.

—No estoy muy convencido. Somos humanos.

—¿Por dónde se quiebra el principio de igualdad?

—No por la corrupción ni mucho menos. Vivimos en un país de «Rinconete y Cortadillo», donde todos son pícaros. En la época de la dictadura la justicia iba fenomenal. Ésa es la verdad. No en temas políticos, que sí eran al dictado del Gobierno. Hoy se ha perdido el respeto a los jueces.

—Díganos el pleito de su vida.

—Una partición endemoniada de una familia muy conocida de Córdoba. Lo pasé muy mal. Estuve a punto del infarto más de una vez. He apoyado siempre el papel del abogado, como en el asunto de Bretón. Yo he defendido a tres o cuatro criminales. Uno de ellos mató a una pareja en un coche en la Asomadilla. Me tocó de oficio. Dije en la sala que tenía tres hijos y que cualquiera de ellos podría haber estado en el coche. Pero mi obligación era defenderlo a ultranza.

—¿Qué escuece más: perder un juicio o ganarlo injustamente?

—Ganarlo injustamente te entra un reconcome interior muy grande. Perderlo también.

—Perdone el símil, pero con un hijo decano se sentirá usted el padre de la Pantoja.

—De verdad que no. Me siento orgulloso pero no en el sentido de figurar. He visto que ha seguido la vocación mía de amor al colegio. Y es el decano más joven de España, creo.

—¿Qué le falta en su expediente?

—Nada más que Dios me bendiga en el momento de mi muerte. Me voy muy satisfecho de la vida. Tengo cuatro hijos fenomenales y todos con carrera.

—Díganos su manual del buen abogado.

—Ir con tu conciencia limpia. No hacer nada que pueda perjudicar a nadie y estudiar los asuntos.

—Se va con la conciencia limpia.

—Completamente.

—¿Qué adjetivo le hace justicia a Córdoba?

—Indolente. Antonio Gala, que es amigo íntimo mío, decía una frase que siempre repito: «Córdoba es senequista no porque no diga nada, sino porque no tiene nada que decir».

—Un juicio muy duro.

—Es la verdad.

—¿Y qué nos falta?

—Un poco de ímpetu, un poco de creatividad y un poco de fuerza.

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