Nada másentrar en el salón de su casa, este patriarca gitano de 87 años, venerado con devoción por sus conciudadanos, nos echa abajo alguno de los tópicos sobre su raza. Nos recibe sentado en una butaca, asido a un bastón de madera y, cómo no, ataviado de cadenas, pulseras y anillos dorados.
—Curiosa relación la del oro y los gitanos.
—¿Usted sabe cuánto vale lo que tengo puesto?
—Mucho dinero, se supone.
—Treinta euros. A los gitanos nos gusta la fantasía.
José Córdoba Reyes (Cabra, 1925), fundador de la Romería de los Gitanos, despacha con una risotada maliciosa uno de los lugares comunes que han arraigado sobre la raza calé. Este hombre campechano y sin dobleces ha empleado media vida en desmontar la leyenda negra de los gitanos y la otra mitad en dinamitar las fronteras que los separan de los payos. Y en Cabra, por lo que se ve, lo ha conseguido. Hijo de tratante de ganado, nació en el seno de una familia interminable. «Éramos trece o catorce. Una piara», asegura con sorna. Y ya de niño arrancó a cantar como habían hecho su padre y su madre toda la vida. «Con ocho años canté mi primera saeta y cuando terminé, el hermano mayor, que era muy “esaborío”, me dijo: “Canta otra”. Allí estaban el Niño Mairena y el Chato de Linares, vestiditos de soldado en un balcón, esperando para cantar cuando terminara yo. Y cuando iban a cantar, se llevaron a la Virgen».
Lo de la Romería de los Gitanos vino mucho después, en el transcurso de una peregrinación que hizo a Roma en los años cincuenta. «Vi un campamento con muchísima gente de todos lados y me dije: “Qué bonito sería hacer esto en Cabra”. Entonces me vine a España y se lo dije a las autoridades, que me tomaron por un chiflado. Hasta que hablé con el hermano mayor de la Virgen y probamos el primer año. La mayor preocupación mía ha sido siempre unir a los gitanos y a los payitos. Que se lleven bien».
—¿Y lo ha conseguido?
—Aquí sí. En la romería todos comen, cantan y bailan juntos. Nosotros cuando casamos a una gitana nos rompemos la camisa. Y se las rompen los curas y la Guardia Civil.
—¿La Guardia Civil?
—Ya verá usted. Y bailan y todo. Y le cantamos a las gitanas mocitas.
—¿Esa tradición se conserva?
—Sí, porque los gitanos lo vemos muy bien. Si tú crías a una niña y estás al cuidadito de ella hasta que llega la hora de casarse, eso es muy bonito.
—¿No va a cambiar esa tradición?
—Eso no cambia en la vida. Si son los curas los primeros que cuando entran en la Iglesia dicen: «A callar, que ésta es virgen».
El salón de su casa es un museo fotográfico de su memoria. No hay centímetro cuadrado de pared que no esté ocupada por una imagen de Camarón, Curro de Utrera, Enrique Marchena, Luis de Córdoba y una interminable lista de artistas que han jalonado su intensa biografía personal. Por sus recuerdos desfilan incontables anécdotas a cada cual más desternillante. Como aquella de la mili en Cádiz cuando se reunía en el bar de Jesús el Gallego con Beni, Ramón Velez, Chaqueta de Chiclana y Caracol de Jerez. «Aquello era un “reñiero” de gallos. Sin pedir nada, llegaba el dueño con la botella de tinto y empezábamos a tararear. Una noche me tenía que ir al cuartel y no me dejaban. Estaba aquello así de mujeres. “Hombre, por Dios, que me pelan”, les decía yo. Así que se vinieron todas detrás de mí, más de cuarenta, hasta el Castillo de San Sebastián, y empezaron a gritar: «¡Que no lo pelen, que no lo pelen!». Entonces salió el alférez y dijo: «Iros tranquilas que no lo pelamos».
—He leído de usted: «Don José Córdoba Reyes, Tío José, gitano de respeto». Explíquese, por favor.
—Un gitano mayor que se preocupa de los demás es gitano de respeto.
—Usted se siente respetado.
—Yo sí. Pero no por los gitanos, sino por los payos. Me adoran todos.
—¿Y qué es un gitano del siglo XXI?
—Un sobrino mío está casado con la hija del más rico de Cabra. Y la gente hipócrita me decía: «José, eso no pega». ¿Cómo que no pega, hombre? «Es un señorito». ¿Y qué? Yo estuve casado 30 años con una paya.
—¿Su familia se lo permitió?
—¿Qué va a hacer? En la de ella sí hubo problemas. Y le decían a mi suegra: «María, ¿tu hija no tiene con quién casarse?» Y mi suegra decía: «Mira, quien tiene hijos con quien casar, con el demonio tiene que emparentar».
—¿Qué tiene un gitano que no tenga un payo?
—Nada. ¿Qué va a tener? Somos iguales todos. Pero todavía hay gentecilla que le tira al racismo. Incluso conmigo.
—¿Con usted?
—Sí. Me han llegado señoras y me han dicho: «Qué lástima que sea usted gitano». Mujer, ¿por qué? Yo qué sé qué tienen metido en la cabeza.
—¿Qué prejuicio racista le ofende?
—Un día viene Paco Carmona y dice: «¿Por qué no hacéis una misa flamenca?». Y yo digo: «¿Y eso cómo es?» Me puso el disco de Mairena y lo aprendimos enseguida. Entonces una mujer le dijo a monseñor Cirarda: «Qué listos son los gitanos de Cabra que ustedes estudian años para ser curas y ellos han aprendido la misa en una hora».
—¿La educación nos hace mejores?
—Hombre, por Dios, claro que sí. Una persona que no esté educada es una persona muerta y «pelá». Juan de Dios Ramírez Heredia me decía: «Mira, primo, esto lo tenemos que solucionar nosotros con escuelas, escuelas y escuelas». Y es verdad.
—¿Le ha dado escuela a sus hijos?
—Hombre, claro. Y tengo 25 nietos y veintitantos biznietos. Esta niña de la foto está casada con quince años. Ya tiene dos niños.
—Demasiado joven, ¿no cree?
—Si se enamoran, ¿qué les vas a decir?
—¿Cuándo habrá un alcalde gitano?
—Eso ya lo veo yo peor.
—Usted dirá por qué.
—A los gitanos no les gusta la política. Yo estuve tentado de que me nombraran teniente alcalde y mis amigos me decían: «¿Tú quieres que te manden o mandar tú?». Hombre, no sé. Después querían que presentara a Felipe González. Para eso era yo valiente.
—¿Y lo presentó?
—Qué va. Yo les dije: «¿Tengo que pertenecer al partido? Pues entonces no».
—No tiene ideas políticas.
—Yo que va. Ayer paró por ahí el alcalde y me dio un abrazo. A mí me tienen que dar abrazos todos. Porque yo he hecho cosas muy buenas.
—¿Qué se deja en el tintero?
—Me hubiera gustado tener un par de cortijos. Pero eso no ha podido ser.
—¿Qué le ha hecho feliz?
—Ver la Virgen salir de la Iglesia. Cuando la veo sacarla me lío a llorar.
—¿De qué se arrepiente?
—No he hecho mal a nadie. Cuando enviudé me casé con Josefina, que es «mezclá». Ha ido por la calle con unos zapatos nuevos, se ha encontrado a una amiga que le gustaban y se ha venido descalza. Tiene un corazón de oro.
—¿Qué principios son inmutables?
—Ser honrado y buena persona. Y ya está.