El tiempo no se estiró lo suficiente para Emilio Serrano, que trabajó por mostrar su obra en una exposición, pero que no pudo verla realizada. La muerte sorprendió al dibujante, pintor y profesor cordobés el pasado mes de enero, pero sus obras ya están en el Palacio de la Merced, sede de la Diputación Provincial, como un recorrido por su vida y obra, admirada en toda España. «Emilio Serrano. Su fulgor» es el título de esta muestra que funciona como retrospectiva de todo el quehacer artístico de un pintor perfeccionista, de gran pericia técnica y de profundo significado simbólico. El visitante encontrará primero sus tres formatos fundamentales: la pintura sobre óleo, el grabado y sobre todo el dibujo a grafito sobre tabla, en el que desarrolló su talento para el detalle.
Después se recorren todas sus etapas. En la primera, de carácter formativo, se recogen los bocetos y obras realizadas en la Escuela de Artes y Oficios, de la que fue alumno y más tarde profesor, y donde ya se empiezan a adivinar algunos de sus temas principales: la presencia de la figura humana y la preocupación social. La infancia es una de las constantes, como se aprecia por ejemplo en «Niñas con aro», de 1968.
Introspección
Llega después otra etapa, denominada introspectiva, en la que el autor opta por figuras humanas con dos rostros. Una obra inquietante, donde pule su estilo, pero que desemboca en 1980, cuando Emilio Serrano inicia la etapa que se ha llamado retrospectiva. Es el periodo más amplio, como apunta Eduardo Mármol, comisario de la exposición, que conduce a una galería donde abundan dibujos a grafito y óleos. Entre los primeros están el homenaje a las artes, paradigma del hiperrealismo y un perfeccionismo extremo, donde el lenguaje clásico del bodegón se pone al servicio de un profundo simbolismo.
En muchos de sus cuadros y dibujos aparece la ciudad de Córdoba, casi siempre vista al otro lado del río porque, como apunta Eduardo Mármol, para él era como la puerta de entrada a la ciudad. Así aparece, por ejemplo en «El valle de Josafat» y «Soledad», dos obras llenas de un profundo simbolismo en las que están sus elementos característicos: la infancia, a través de niñas descalzas, el detallismo de los objetos y la ciudad.
Las cestas de mimbre con frutas y flores, llenas de un sutil tratamiento cromático donde sobresalen los tejidos con sus bordados, son parte de la producción de la primera década del siglo XXI. En muchos de ellos, el caballito de juguete, evocación de la financia. No se prodigó en el retrato, aunque en la exposición se pueden ver los que hizo al sacerdote Juan Moreno, a óleo, y los de Ángel Aroca y Pablo García Baena, a grafito.
La exposición se acerca al final con cestos de frutas reales en homenaje a los bodegones que plasmó en sus obras, y termina con una recreación de su estudio. Está el «Homenaje a Córdoba», inconcluso a falta de las hojas del naranjo. Era otra de sus señas distintivas: el afán de perfección que le llevaba a no conformarse con lo que no le gustaba y hasta a romper obras, algunas de las cuales se han recompuesto.