El sueño está al alcance de la mano. Y la ciudad supo disfrutarlo. A su manera. No hubo plazas colapsadas ni demostraciones desbordantes de alegría, pero conforme los vecinos comenzaron a tomar conciencia de que 2016 ha dejado de ser una quimera para convertirse en una posibilidad cierta no costaba intuir en cada cual el semblante de la satisfacción. La gran prueba se pasó en la sobremesa. La Televisión Municipal daba en directo la designación de las capitales que pasan a fase final y la audiencia se disparó. Ramón Medina hizo de maestro de ceremonias. Pocas veces su plató ha vivido momentos tan trascendentales.
Llegó pronto la hora esperada. Se formaron coros en torno a los televisores. Muchos espectadores contuvieron la respiración. Como si Villa fuera a lanzar un penalti. Como si Iniesta encarara la portería holandesa para hacer historia. Lo de ayer no era una final, pero una ciudad poco acostumbrado al éxito saborea los trofeos menores como si fueran únicos.
Manfred Gaulhofer era el enviado del destino para darle a Córdoba la noticia. La buena o la mala. Eran las cinco y media de la tarde en el Museo Reina Sofía de Madrid. Entre el público, el alcalde, Andrés Ocaña, que sabía que se enfrentaba al que podía ser el momento más dulce de su mandato. O al más amargo. El presidente del Comité de Selección, el citado Gaulhofer, le dio emoción al asunto. Habló más de lo que podían aguantar los nervios de las dos centenares de personas que a esa hora se congregaban en el planta baja del Ayuntamiento para seguir la retransmisión a través de unas pantallas gigantes. Después de un exordio que pareció eterno, el alemán dijo Córdoba y se oyó un grito de celebración en la sala. «Éstas son las ciudades que concurren a la preselección, no las preseleccionadas», aclaró Gaulhhofer en inglés con una sonrisa en los labios. No pasaron ni dos minutos cuando el presidente del Comité de Selección que a continuación sí iba a citar a las elegidas, que anunció que eran seis. «Será por orden alfabético», advirtió. «Burgos...», empezó diciendo. Si a continuación no pronunciaba la palabra Córdoba toda la ilusión se desmoronaría. «Córdoba», se le escuchó. A algunos le dieron ganas de decir «gol». Tanta fue la emoción que un acompañante de Gaulhhofer le tuvo que pedir en castellano a los asistentes al acto en el Reina Sofía que guardaran silencio.
