La llamada novela popular española gozó durante uno de los periodos más duros de nuestra reciente historia del favor de los lectores. Me refiero a los años que van desde la postguerra y el aislamiento internacional (1939-1953) hasta finales de los años sesenta, cuando el desarrollismo convirtió la televisión en el gran medio de distracción de masas. A partir de entonces la novela popular se sumió en una progresiva crisis hasta quedar sepultada en el olvido.
En los medios académicos ha sido considerada no solo un subgénero menor, sino que muchas plumas de la «inteligentzia» la consideran basura literaria, un producto detestable del que hay que abominar. Como suele ser frecuente, entre quienes se encierran en la torre de marfil de su mundo —único que consideran de valor e interés—, se le privó incluso del valor social que tuvo la novela popular y de la función que en ese terreno desempeñaron los autores que la cultivaron. A diferencia de lo ocurrido en otros países, como Francia o Gran Bretaña, que han rendido y rinden culto a sus autores de novela popular y los han consagrado como a maestros de la literatura de su tiempo, casos de Alejandro Dumas y Julio Verne en Francia, o de Conan Doyle y Agatha Christie en Gran Bretaña, en España han sido despreciados o relegados al olvido.
Ciertamente, salvo excepciones, la novela popular española no alcanzó elevados niveles de calidad. Sin embargo, en no pocos de sus autores se pueden encontrar excepcionales dotes narrativas que las circunstancias no les permitieron desarrollar de forma adecuada, sometidos a duras pautas de producción, como era entregar un original cada dos semanas para poder subsistir. Algunos nombres se salvaron del olvido como José Mallorquí, creador de «El Coyote», Marcial Lafuente Estefanía, autor por excelencia de novelas del oeste o la incombustible Corín Tellado, indiscutible en el terreno de la novela rosa, pero otros como López Hipkiss, creador de un personaje de valiosos perfiles literarios como «El Encapuchado» o Pedro Víctor Debrigode Dugi, han caído en el más profundo e injusto olvido.
Debrigode Dugi, hijo de padre francés y madre corsa, nació en Barcelona en 1914 y murió en Las Palmas en 1982, tuvo una vida agitada y llena de sobresaltos. Fue procesado por dos veces durante la guerra civil. La segunda de ellas, acusado de espionaje y de defraudar caudales públicos, fue condenado a prisión donde escribió su primera novela, de corte romántico, titulada: «Tres ases y dos damas». Una vez libre, a partir de 1945, dio vida a numerosas series populares que vieron la luz en la editorial Bruguera. Obligado a cumplir su cita quincenal con los lectores en los quioscos —lugar de venta de estas novelas—, escribió centenares de títulos protagonizados por el «El Halcón», «El pirata negro», «Diego Montes» o «El galante aventurero». Popularizó numerosos seudónimos, como el de Arnaldo Visconti o Peter Derby, al igual que muchos otros autores del género como José Mallorquí, quién utilizó en sus comienzos el de Carter Murfold
No es justo ni el olvido ni el desprecio que cayó sobre ellos. En los tiempos de la posguerra alegraron la vida a sus lectores y les ayudaron a superar los difíciles años de la España del hambre y del silencio.