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Córdoba / CONTRAMIRADAS

Juan Manuel Fernández: «Queda bien poco del espíritu de la Transición»

Participó en el germen de UCD en Córdoba. Y fue, por tanto, observador privilegiado de aquel tránsito feliz a la democracia. Pero fue ave de paso y se retiró una vez culminada la obra irrepetible de la Transición

Día 20/02/2011 - 11.34h

Pudiera decirse que su viejo despacho es espejo de su biografía. Un teléfono antiguo, una dedicatoria de Pemán, una foto con Adolfo Suárez, un puñado de diplomas sobre la pared, un inconfundible aire clásico. Toda una vida que a punto estuvo de esfumarse cuando un miliciano detuvo a su madre en el año 36 y la condujo con sus tres hijos a la Iglesia de San Francisco, en Baena. «Afortunadamente, intervino un concejal y pariente de mi madre y la soltaron. De San Francisco, después, no salió nadie con vida». Ese pequeño detalle le permitió, a la postre, coronar un expediente profesional particularmente prolífico. Letrado del sindicato vertical, agente inmobiliario, inspector de cooperativas, delegado provincial de Expansión Industrial, fundador junto a Cecilio Valverde y Manuel Clavero del Partido Social Liberal de Andalucía y protagonista de otro nutrido puñado de responsabilidades que no cabrían en esta página.

—Menuda hoja de servicios.

—Si me hubiera dedicado a algunas cosas con más ahínco, hubiera sido más efectivo económicamente para mí. Pero en la vida tienes que tocar muchos palos. Siempre he tenido un gran espíritu de servicio. Servir a los demás y no servirte a ti mismo.

—Un valor en entredicho.

—Eso va con la persona, con la idiosincrasia de cada uno.

Juan Manuel Fernández Pastor (Baena, 1935) es, en efecto, titular de una apretada hoja de servicios. Interno en el Colegio de la Purísima Concepción, de Cabra, pronto obtiene el título de procurador y, posteriormente, la licenciatura en Derecho por la Universidad de Granada. En 1969 saca plaza como letrado en la Organización Sindical, el popularmente conocido como sindicato vertical, controlado férrreamente por el régimen. «Nos ocupábamos de los despidos, la aplicación del convenio, los impagos de salario. Éramos realmente los confesores del trabajador. Debo decir que los servicios jurídicos sindicales hicieron una gran labor. Se diga lo que se diga, entonces la Magistratura casi siempre fallaba a favor del trabajador».

—¿Qué vio usted ahí dentro?

—Era lo que había. Al final, en los últimos años, empezaron a salir abogados laboralistas. Yo tuve una entrañable amistad con Filomeno Aparicio y Martínez Bjorkman. No había confrontación ninguna. Nos pedían la venia y se la dábamos sin problemas.

—Del sindicato vertical al sindicato de clase. ¿Qué me dice?

—Según se lee en la prensa, los sindicatos están ahora muy subvencionados.

Formó parte de la junta de gobierno del Colegio de Abogados y fue testigo de uno de los incidentes más reseñables de los últimos años de la dictadura, cuando el organismo profesional de Córdoba se pronunció en contra de la detención de Juan Sánchez de Miguel, destacado opositor al régimen. El Colegio tildó de «injusto» y «vejatorio» el trato dado al joven abogado y las autoridades competentes le abrieron diligencias por desacato. «Parecía que iban a procesar a la junta de gobierno, pero hubo una adhesión de los colegios profesionales de Andalucía y se paró. Fue una anécdota».

—Una anécdota peligrosa.

—Bueno, sí. En aquella época había cierto peligro.

Fuera ya de toda actividad profesional, dedica su tiempo a gestionar una finca de olivar y a leer libros como roscos. Amante del teatro desde su adolescencia, en que hizo sus pinitos encima del escenario, aún mantiene viva su curiosidad por el mundo de la escena y no desaprovecha las oportunidades que se presentan en Córdoba para sentarse en el patio de butacas del Gran Teatro.

—¿Hay mucho teatro en la política?

—Siempre han procurado rodearse de bambalinas y uniformes. La política tiene su liturgia.

—Usted, por cierto, fue ave de paso en esas lides.

—Con la muerte de Franco se veía que iba a pasar algo. Los españoles estábamos preocupados y nos dimos cuenta de que había que crear algo para que no volviéramos a eso que tanto se recuerda ahora. Se creó el PSLA en Sevilla, con García Añoveros, Cecilio Valverde o Rodríguez Alcaide, y luego se integró en UCD. Trabajamos para llegar a los Pactos de la Moncloa y alcanzar la democracia. Y cuando entró a gobernar el PSOE, consideré que la Transición había cristalizado y que nuestra misión política había terminado.

—Y se fue.

—A mí nadie me echó. Yo seguí como funcionario y mientras confiaron en mí y me pusieron en puestos de responsabilidad dediqué lo mejor de mi esfuerzo.

—¿Qué pieza hay que reparar del sistema?

—De la política estoy francamente separado. Yo no soy un mecánico para poder dar un diagnóstico. Ahora hay un aparatito para los coches que detecta las averías. Y yo no tengo ese aparatito.

—¿Qué queda de aquel espíritu?

—Yo creo que queda poco. La Transición fue muy positiva. Sin grandes traumas para nadie. Y ahí entran todos los partidos, que hicieron una gran labor. Gracias a ello, hemos tenido la etapa más larga sin confrontaciones de ningún tipo.

—¿La función pública debe de tener fecha de caducidad?

—Yo no veo bien que la profesión de las personas sea la política. Esto de empezar en las juventudes y terminar con la jubilación en el Parlamento no lo entiendo.

—¿Hay razones para el desencanto?

—El paro y la crisis son motivos de desencanto. Ver que parte de la juventud termina sus carreras y no se colocan es una frustración indudable. El momento actual no es para tirar cohetes.

—¿Qué se llevará la crisis por delante?

—Muchos empresarios, muchos autónomos, muchos empleos. Estamos viendo que han congelado las pensiones y ahora se habla que los convenios no estarán atados al IPC, sino a la productividad.

—¿Siempre pagan el pato los mismos?

—El más débil es más fácil que sea quien pague el pato siempre. Éste es un hecho claro.

—Es Agente de la Propiedad Inmobiliaria desde 1964. Cómo ha cambiado el mundo del ladrillo...

—Se vendía mucho en plano y los precios estaban muy bajos. Pisos de 150 metros en lugares muy buenos por 700.000 pesetas (4.201 euros). También es cierto que el salario mínimo estaba en 60 pesetas (0,36 euros).

—¿Había especulación?

—La gente compraba lo que necesitaba. Cuando bajó el precio del dinero todo el mundo quería tener piso en propiedad y existía la teoría de que cada renta que se pagaba un ladrillo que se compraba.

—¿Hay quien entienda la burbuja inmobiliaria?

—Yo dejé la actividad hace muchísimos años y no tengo una explicación.

—¿Se ve la luz al final del túnel?

—Yo creo que, si Dios nos da salud y vivimos unos años, esto tendrá que acabar. Ahora, esos brotes verdes no los hemos visto todavía.

—¿Dónde se refugia la pasta?

—Esta pregunta es más bien para un banquero. Yo no sé dónde guarda la gente el dinero. ¿En una caja de zapatos?

—Y de Córdoba, ¿qué me dice?

— En la ciudad debe gobernar el partido más votado. Sea del color que sea. Todo lo que sean cogobiernos, aunque sean legales, perjudican a la ciudad y decepcionan al electorado.

—¿En qué clase de mundo vivimos?

—Lo bueno está por llegar. Hay que tener fe y confianza en la formación de la juventud. Esta situación pasará. Lo que no sabemos es cuándo.

Una inacabable hoja de servicios

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