Córdoba

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El lodo que no cesa

Tras más de un año de las primeras inundaciones, aún hay familias que viven de alquiler y de la caridad

Día 21/02/2011 - 09.15h

Un año después de las riadas que inundaron las zonas de La Altea, Guadalvalle o Fontanar de Quintos, todavía hay numerosas familias que no han podido regresar a sus viviendas habituales y permanecen en casas de alquiler, de familiares o de amigos a la espera de que se puedan retirar por completo los lodos que depositó el río y que han dejado inhabitables e impracticables sus parcelas.

Rafaela Rabal es una de esas personas. Ella, su marido y los siete hijos de ambos residían en el número 38 de la calle Las Tórtolas de Guadalvalle, la vía donde se encuentran, precisamente, la mayoría de las viviendas que ya están precintadas. Desde aquella fatídica madrugada del 21 de febrero de 2010, todavía no han podido volver a sus casas, ya que cuando habían conseguido limpiar en parte la casa y ya volvían para quedarse llegó la segunda riada «y ni siquiera pudimos quedarnos a dormir esa noche».

La mala suerte se ha cebado con esta familia desde entonces. Ambos están sin trabajo y «mi marido, que tiene ahora 55 años, se ha quedado sin derecho a nada por sólo 60 días y nos mantenemos con 400 euros al mes». Amén de eso, sólo les queda dos meses y medio más de ayuda para seguir viviendo en la casa de alquiler donde se encuentran y donde el pasado día de San Rafael «se me murió mi madre en mis brazos».

Caridad vecinal

Ahora, prácticamente viven de la caridad de vecinos y amigos, porque tres de sus hijas, hartas de la situación, se han marchado con sus respectivas parejas a casas de alquiler y «ya no aportan a la casa», mientras que los otros «se niegan a ir a comer a Cáritas, porque se hace duro tener que depender de eso».

Recientemente, tuvieron un accidente con el coche cuando llevaban a los niños al colegio, lo que obliga a Rafaela Rabal a llevar un collarín, al tiempo que está soportando una neumonía «de caballo». El coche, que se salió de la carretera, «tuvieron que rescatarlo con una pluma, porque con la grúa no podían, y ahora Cáritas me recomienda que lo venda para ir tirando, cuando es lo único propio que nos queda». Lo que pide Rafaela es que se limpien los lodos a la mayor celeridad posible «para regresar a casa y poder aguantar allí lo que Dios nos tenga guardado de más». La mujer carece de palabras para definir sus sentimientos: «Para saber cómo nos sentimos hay que vivir este infierno».

Julio Cortés tuvo algo más de suerte. Hace ya tres semanas que regresó a su casa, el número 3 de la calle Jazmín de La Altea, pero eso no significa que su vivienda esté ya habitable. «He tenido que disponer de una habitación para vigilar, porque nos avisaron de que había grupos de gente que estaban robando las rejas y otros materiales metálicos». Efectivamente, el mismo día en que desapareció el cableado del puente de Ibn Firnas, «aquí desaparecieron los cables de Fontanar de Quintos y, además, intentaron robarle la bomba del pozo a Elena Moyano, la presidenta de la Asociación de Vecinos de Guadalvalle».

Al menos, han logrado arrancarle el compromiso al subdelegado del Gobierno, Jesús María Ruiz, de que habrá algo más de vigilancia policial, «y es verdad que ahora pasa un vehículo con mayor frecuencia para disuadir a los ladrones».

La realidad es que a La Altea han regresado buena parte de sus habitantes. Así, en su calle, habrá una quincena de vecinos que están limpiando las parcelas desde dentro, mientras que del resto, hasta 26 que son, «que yo sepa, hay dos que están de alquiler y los demás viven alojados en casas de familiares». Él mismo estuvo hasta ahora en casa de su madre, en la calle Cardenal González, «que es zona inundable», y con todo este proceso se ha convertido en un auténtico experto en urbanismo, normativas y PGOU.

Agencia del Agua

Además, su posición como presidente de La Altea le ha permitido tener «una visión amplia del problema de las inundaciones, porque conmigo han hablado hasta ministros y altos cargos de la Junta». Por esa razón, cada vez cobran más fuerza las acusaciones vecinales de que las dos últimas riadas se debieron no a las lluvias, sino a una política de desagüe de pantanos con una protesta de funcionarios detrás.

«Nos dicen que los trabajadores de la Confederación Hidrográfica no quieren pasar a la Agencia Andaluza, entre otras cuestiones, porque bajan de categoría y cobran menos, y que cada vez que llueve sueltan el agua de todos los pantanos a la vez a modo de presión a la Administración», señaló Julio Cortés, quien no se cortó a la hora de considerar que esos funcionarios, con esa actitud, «están rozando el delito, y se han quedado solos sin el apoyo inicial de los políticos».

Los vecinos viven con el corazón en un puño cuando caen cuatro gotas y no quieren seguir gastando dinero en limpieza (la media está en unos 9.000 euros por familia). «Estamos cansados de vivir bajo ese chantaje e invirtiendo el dinero del seguro y de las ayudas, los pocos que la reciben, en limpieza y muebles», sentenció.

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