Córdoba

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Córdoba / Salvador Guzmán, BIÓGRAFO DE LA VIZCONDESA DE TERMENS

«La Infantona no fue una nueva rica; se distinguió por su creatividad»

El profesor egabrense acaba de publicar una biografía de Carmen Giménez Flores (1867-1930), amante del infante Antonio de Orleans y autora de una notable obra benéfica y social

Día 26/02/2011 - 09.55h

—Carmen Giménez fue una mujer relevante y controvertida. ¿Quién fue realmente?

—La Vizcondesa de Termens, la Infantona, fue un personaje de armas tomar, según sus coetáneos. Era una persona muy humilde, afincada en Cabra, donde sus primeras actividades conocidas son las de una aceitunera, hija de una madre y un padre que fueron sirvientes. De ahí llegó a ser, nada más y nada menos, que la amante oficial de Don Antonio de Orlans y de Borbón, primo hermano del Rey Alfonso XII y casado con una hermana suya.

—¿Y cómo una mujer de origen tan humilde llegó ahí?

—Esta mujer a lo largo de su vida demostró ser una persona de una valía personal indudable. Es de estas personas que no se conforma con lo que el destino le reservaba. Mi lectura es que fue una persona muy inquieta, de esta inteligencia emocional que decimos ahora, y que supo en su momento aprovechar todas las circunstancias que se le ofrecían. Según tenemos recogido en su cofradía, estuvo al calor de Don Juan de Ulloa y Valera, un diputado por Cabra que era un personaje muy conocido en la noche madrileña: jugador de cartas, amigos de políticos y gente relacionada con la Casa Real. La familia de la Infantona estaba sirviendo en esa casa y allí tuvo la ocasión de ocasión de conocer al infante.

—Nunca se casaron, ¿no?

—La relación se inicia en 1888 y termina más o menos en 1914, con lo que estamos hablando de casi treinta años, casi una pareja de hecho.

—El papel habitual de las amantes de grandes hombres es pasivo, discreto, pero ella no asumió el segundo plano, ¿por qué?

—Carmen Calvo, que estuvo en la presentación, decía que era una aristócrata de raza: de estas personas que son distinguidas no por su origen, sino por su forma de comportarse. No sólo asumió su papel de amante del Infante, sino que luchó por ser una distinguida señora. La influencia que llegó a tener a Don Antonio fue tal, que éste le pidió al Rey, su primero, que le concediera un título, el de Vizcondesa de Termens. Una vez que rompieron relaciones, siguió una vida a su altura, como aristócrata, reconvirtiendo su vida a la educación, a la cultura y las obras benéficas.

—¿Y qué hizo?

—En esta segunda etapa de su vida se distinguía por sus obras, sus donativos y su sensibilidad. Esto es una cuestión que en este libro se deja muy claro: Carmen Giménez Flores no es una nueva rica, sino una persona que se distingue por su creatividad. Gastó el dinero muy bien, lo dedicó a obras muy concretas y de una calidad artística excepcional. Prueba de ello es su mauselo, obra de Mariano Benlliure. Creó un convento en Berja, el convento y la fundación en Cabra, ayudó a las parroquias, patrocinó la educación religiosa de muchos sacerdotes y monjas... Fue una persona muy inquieta. A su muerte, con parte de su dinero se creó un barrio humilde para trabajadores pobres de Cabra. Era una persona muy especial y que ese comportamiento lo aprendió de la nobleza.

—Es decir, se comportó como una aristócrata.

—En Sevilla, los Montpensier fueron patrocinadores de cofradías y ese tinte también lo hizo ella. En Cabra patrocinó a dos de las cofradías más importantes: las Angustias y la Expiración. Les compró pasos tallados y dorados al estilo sevillano; impuso una serie de estéticas y gustos que eran aprendidos y llamaron la atención.

—¿Cómo se llevaba esta religiosidad con el hecho de ser amante de un hombre que estaba casada?

—Ella tenía una conciencia religiosa y católica muy fuerte. Vivió siempre la religión de una manera muy personal, muy basada en la religiosidad popular, en los símbolos, preceptos y formas, pero que también le marcaba en su perfil psicológico. Ella sabía que su vida no era un paradigma de buenas costumbres, que había vivido «en pecado» durante muchos años con una persona. Sufrió las consecuencias por ello y, desde mi punto de vista lo pagó caro. Pero tenía esa conciencia de arrepentimiento. Tanto es así, que en el camarín de la Virgen de la Sierra hay una placa, donde ella escribe algo así: «Oh, Madre Santísima, ¿aparece justificada alguna vez ante tu presencia?». Dando a entender que esperaba el perdón divino, y de que de alguna manera, y eso va en la religiosidad popular del siglo XIX, quiso, no comprar, pero sí hacerse con ese perdón divino a base de obras de caridad, de educación y religiosas.

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