El pasado 14 de abril se cumplieron ochenta años de la proclamación de la Segunda República española. Se trató de la primera experiencia plenamente democrática en nuestro país, que concluyó con la tragedia de la Guerra Civil. Tragedia colectiva con muchos responsables. Uno de ellos, no el mayor, fue el único cordobés que ha alcanzado la Jefatura del Estado, Niceto Alcalá Zamora y Torres, presidente de la República entre 1933 y 1935.
Alcalá Zamora había nacido en Priego de Córdoba en 1877, hijo de una distinguida familia. A los 17 años era licenciado en Derecho y a los 22, Letrado del Consejo de Estado. Monárquico y miembro del Partido Liberal, en 1917 fue ministro de Fomento. Su actuación fue gris y no volvería a ocupar una cartera hasta 1923, en el último Gobierno antes de la Dictadura de Primo de Rivera. Ésta le apartó de la política y provocó en él un rechazo hacia Alfonso XIII y el sistema monárquico, por permitir la ruptura de la legalidad constitucional.
Si la Dictadura nació entre el beneplácito general, su final también sucedió sin mayores sobresaltos. El gran perjudicado sería Alfonso XIII, que había jugado con unos y con otros, terminando por no contentar a ninguno y quedándose aislado. El 12 de abril de 1931 unas simples elecciones locales se convirtieron en un plebiscito oficioso entre Monarquía y República. En las grandes capitales el triunfo de los republicanos fue total y dos días después el Rey escogía el camino del exilio y en España se proclamaba la República con gran júbilo.
Alcalá Zamora se había declarado en 1930 republicano conservador, fundando el Partido Derecha Liberal Republicana y firmando el Pacto de San Sebastián, en agosto de ese año, pacto orientado a impulsar un movimiento popular que derribase la Corona. En diciembre participó en un intento de golpe de estado que lo llevó a la cárcel, donde se encontraba cuando se proclamó la República, siendo inmediatamente liberado y pasando a integrarse en el Gobierno provisional.
Socialistas y republicanos de Azaña acordaron promover a Alcalá Zamora a la Presidencia, temiendo que emprendiera una campaña hostil tras el sesgo izquierdista que había tomado el nuevo régimen en sus leyes y actos. Vanidoso, Alcalá Zamora aceptó el cargo y el 2 de diciembre fue elegido primer presidente de la República.
Ciertamente, el principal problema de la República fue que, habiendo nacido sin rechazo alguno, pronto marcó a sus enemigos: Iglesia, Ejército y derecha. La izquierda acaparó el concepto y la legalidad republicana, diseñando un modelo político sólo válido si ellos gobernaban. Alcalá Zamora navegó en esa situación, al tiempo que cimentó una profunda animadversión personal hacia Azaña y Gil Robles.
Cuando la CEDA ganó las elecciones generales de noviembre de 1933, le negó formar Gobierno. Él fue en parte responsable de que la derecha republicana no pudiera tener la opción seria de gobernar que las urnas le habían concedido. Y el Frente Popular alcanzó el poder en febrero de 1936.
En una España que se despeñaba en una primavera de odios y sangre, se diseñó la operación de colocar a Indalecio Prieto, socialista moderado, en la jefatura del Gobierno, y a Azaña en la Presidencia de la República. Dos líderes de prestigio para aplacar la espiral de enfrentamiento fratricida. En mayo de 1936 las Cortes destituyeron a Alcalá Zamora y eligieron a Azaña, pero la opción de Prieto fue boicoteada por su compañero de partido Largo Caballero, ansioso de la revolución. El estallido de la guerra pilló a Alcalá Zamora en el extranjero. No volvió, al enterarse que los milicianos habían asaltado su casa y robado sus memorias.
La victoria del bando nacional pudo permitirle regresar, al estar casado su hijo con la hija del general Queipo de Llano, pero prefirió morir en el exilio, en Buenos Aires en 1949. Sus memorias fueron halladas en 2008.



