Durante las vacaciones he leído uno de esos atrabiliarios estudios que, de vez en cuando, elaboran ciertos organismos dependientes de la Unión Europea, no me pregunten cuál porque no me acuerdo. Venía a concluir tan sesudo informe que los españoles pasamos muchas más horas en el trabajo que, por ejemplo, alemanes y holandeses, pero la productividad de cada trabajador español está una barbaridad por debajo de la media europea. La brillante conclusión es que los españoles pasan, efectivamente, mucho tiempo en su puesto de trabajo, es verdad, pero sin rendir en el mismo. Incluso se han inventado un nombre para dicho fenómeno: «presencialismo»; o sea, estar ahí, al pie del cañón, pero pensando en las musarañas o echando pestes del jefe.
Cuando hablamos de «presencialismo» lo primero que nos viene a la mente es el ámbito funcionarial, siempre tan laxo en algunos negociados. Cierto es que la Administración necesita una urgente poda y una reordenación del trabajo, pero el sesudo informe de Bruselas no se ocupaba tanto de la función pública como de la empresa privada, e incidía en dos rémoras que lastraban la productividad en España: 1) las innumerables y reiteradas reuniones y, sobre todo, 2) el excesivo alargamiento de la sobremesa tras las mal llamadas «comidas de trabajo»; pues destrozan la jornada laboral de tarde.
Tengo para mí que la «reunionitis» —darle vueltas y más vueltas a un asunto que a un niño de teta le llevaría 5 minutos, o un golpe de ratón— es el modo con el que determinados directivos justifican la existencia de su puesto de trabajo y, por ende, su gruesa nómina; peaje que el sistema capitalista paga para que el engranaje del consumo siga funcionando. Lo contrario sería reconocer la inutilidad de buena parte de ese engranaje, díganse esos puestos de trabajo absolutamente superfluos con business class añadidos.
Pero donde no transijo es respecto a las comidas de trabajo, un pierde-tiempo y un pierde-dinero en donde ni se come ni se trabaja. Por mi parte, nunca he creído que haga falta agasajar a nadie con una comilona a costa de la empresa para cerrar un negocio. Y no sólo comilona, ya me entienden. Porque en el caso de que fuera necesario… ¡mal negocio te estarían proponiendo, amigo! No. El que quiera comida, bebida o cama, que las pague con su Visa oro. Porque, tal como está la cosa, no conviene desgastar ese oro. Que luego vienen los ERE's con las rebajas. Esos terribles ERE's que, en Córdoba, ya nos pesan como una terrible Locsa.
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