El palco presidencial de Sevilla está, de unos años a esta parte, demasiado revuelto. A nadie escapa la disparidad de criterios existentes entre los presidentes que, habitualmente, tiene el coso del Baratillo. Una circunstancia que adquirió tintes realmente preocupantes el pasado año y que llevaron a la dimisión de Gabriel Fernández Rey, uno de los más veteranos que había hasta ahora en dicho palco.
Pero es que el anterior también se produjo otra dimisión, la de Juan Murillo, quizá el más ecuánime —sin menosprecio al resto— de los que se han subido al palco en los últimos años y con una experiencia fuera de toda duda. También el cese de Antonio Pulido vino a acrecentar ese estado de desasosiego que existe a la hora de aplicar el reglamento. Y para acabar de rematar todo, el pasado año la delegada del Gobierno de la Junta de Andalucía, Carmen Tovar, «rescató» al siempre polémico Francisco Teja y que había sido cesado por su antecesor en el cargo, Demetrio Pérez. Ahora, el polémicopresidente presentó su dimisión la pasada semana y ayer no estuvo en el palco, ocupándolo Anabel Moreno.
No lo tiene fácil, desde luego, Carmen Tovar, que ya se ha encontrado con los primeros problemas este año en torno a los cuatro equipos presidenciales. A los nombres de Anabel Moreno y Julián Salguero, que continúan de la temporada anterior, hay que sumar el de Fernando Fernández-Figueroa, que debuta en estas lides. Aficionado de reconocido prestigio, fue novillero e incluso llegó a torear en la Maestranza. Ahora hay que ver si le toma la medida al palco. En todo caso, ya han salido voces señalando que sería bueno que hiciese una especie de «rodaje» —en las novilladas de promoción nocturnas, por ejemplo— y que esperase algo para subir al palco.
Veterinarios
Junto a ellos, delegados gubernativos, veterinarios y asesores artísticos donde también se ha producido cierto revuelo a la hora de los nombramientos. Todo ello ha venido a enturbiar el panorama que se abre en el palco presidencial. Porque la raíz de todo hay que buscarla en la disparidad de criterios de un equipo a otro, algo que se puso de manifiesto, de manera clara y contundente, el pasado año en cuanto a los reconocimientos de los toros y las distintas varas de medir que se aplicaron dependiendo de quién fuese el presidente. Algo que no puede consentirse en una plaza de la categoría de la Real Maestranza de Sevilla.
Y, claro, todo esto lo paga el aficionado, el público que paga, valga la redundancia, su entrada —nada barata, por cierto—, y que ve impotente cómo aquello de «público soberano» queda en aguas de borrajas. Sería conveniente que la delegada del Gobierno de la Junta, y el nuevo director general de Juegos y Espectáculos de la Junta, Luis Partida, pusiesen especial énfasis en la consecución de esa unidad de criterios por parte de todos y cada uno de los que se suben al palco. De lo contrario, podemos encontrarnos otro año polémico en decisiones que pueden perjudicar a los diestros actuantes pero, sobre todo, ir en contra de los aficionados.
No se trata de regalar las orejas, de aprobar toros pequeños o de pasar la mano en cuestiones relativas al reglamento. Sevilla tiene una medida tanto para el toro como para el torero, y ésta es conocida por la mayoría de las personas que se sientan en sus tendidos y que está viendo, de un tiempo a esta parte, un palco presidencial que está perjudicando a la Fiesta Nacional.




