Feria de Abril

sol921

Feria de Abril / UN PASEO CON HISTORIA

Caballos y enganches, pasión y tradición

El paseo de caballos es el alma de la Feria y nació con ella, a mediados del XIX. Y como ella vivió el tránsito de lo comercial a lo lúdico

Día 27/04/2011 - 17.16h

Los alegres sonidos de los cascabeles se mezclan a compás con las pisadas de los animales, el brillo del charol de los coches se entrecruza con la visión de las flores que embellecen a las mujeres vestidas de flamenca y los caballistas luchan en agilidad con la de los cocheros que guían, sabios, los enganches tirados por hermosos caballos en el bullicio de la tarde. Es el Paseo de Caballos, el apogeo de la Feria de Abril, cuando los sentidos se embeben de una fiesta que se disfruta, sí, en el interior de las casetas pero también allí donde se luce más, en sus calles, abiertas a todos.

Nació con la Feria. Allá por 1848 cuando se hizo realidad la idea de montar una feria ganadera en Sevilla, los caballos, y con ellos los carruajes enganchados por equinos, eran el transporte más lógico para acercarse del campo a la ciudad, para hacer tratos primero y para, una vez terminada la venta o la compra de animales, pasearse y disfrutar. Con el tiempo, y conforme la vertiente comercial fue dejando paso a la lúdica, el carruaje también se acopló a esa función. Cuentan que el hecho de que los duques de Montpensier decidieran en esos años instalarse en Sevilla imprimió carácter a la feria y que los coches de caballo que acudían a éstas, en principio más rústicos, empezaron a ser más señoriales. Los enganches empezaron a ser sinónimo de poder social y empezaron a engalanarse para pasear por un real en el que mostrar lo mejor de cada casa: los mejores animales, mulas o caballos, y, por supuesto, los coches más lustrosos. Entonces a la Feria muchos llegaban así, en hermosas carretelas tiradas por impactantes caballos, en faetones señoriales donde lucirse y en graciosos charrets con los que circular alegres por las calles del real.

El paso del tiempo hizo evolucionar el paseo. La irrupción del automóvil como medio de transporte también. Las hemerotecas guardan imágenes de la Feria de los años veinte y treinta en los que sus calles no están invadidas por caballistas con flamencas a la grupa sino por coches de enormes ruedas y capos, entre los que intentan llevar el paso de sus monturas los jinetes. Fue un tiempo de declive. Entonces lo que mostraba el tronío era tener un coche a motor y si podía ser uno de hispano-suiza,o un pontiac de la General Motors, mejor que mejor... el coche de caballos no estaba acorde a los tiempos y eso hacia del real un espacio motorizado y lleno de un ruido en el que los cascos de los caballos se harían casi inaudibles con el paso de tantos coches por el adoquinado y eran pocos, muy pocos, los buenos enganches que paseaban por el recinto ferial. La Guerra Civil y los años de necesidad que siguieron a la contienda, en la que el gasóleo era un bien escaso y muy preciado, hizo volver de nuevo los coches de caballo. En los años cuarenta las calles de la Feria se llenaron de nuevo de hermosos enganches, de jinetes con mujeres a la grupa: no había dinero para coches ni para gasolina y el caballo como medio de transporte recuperó su importancia. La lenta mejoría de la economía hizo que durante las dos décadas siguientes el paso solemne del caballo, el ritmo cadencial de los enganches, tuviese que compartir espacio con los vehículos que, poco a poco, fueron copando el real de nuevo, hasta que en los años cincuenta se prohibió que los coches a motor circularan por el recinto ferial. Hubo quien años después consiguió llegar con el seita a la puerta de su caseta, pero es que entonces estaba permitido el acceso de vehículos hasta que empezaba el paseo de caballos, que ya se había convertido en verdadero protagonista de la Feria.

Había muchos caballistas y buenos enganches. El Paseo era un espectáculo que empezaba temprano, sobre las once o las doce de la mañanaa y se alargaba generalmente hasta la hora de los toros, no como ahora en el que dura desde las doce de la mañana a las ocho de la noche y son muchos, sobre todo los caballistas, los que tienen que ser «invitados» a marcharse fuera del recinto ferial.

Fue la ebullición del real, la Feria de Abril se hizo más internacional con la visita de muchos famosos que se paseaban en hermosos coches tirados por no menos espectaculares caballos y contemplaban, con ojos de asombro, el real desde arriba, en pleno apogeo.

Pero la eclosión de la fiesta dejó paso a años de languidez. Los caballistas inundaban las calles, pero el número de enganches empezó a decaer conforme avanzaba la transición política. Entonces, aparecían muy pocos por el real y no siempre bien enjaezados. Allá por 1984 un grupo de aficionados decide crear el Real Club de Enganches de Andalucía. Uno de los objetivos que se marcó fue recuperar la tradición de los coches de caballos. Y poco a poco lo lograron, se vieron hermosos enganches por el real pero al renacer la afición por llegar en coches de caballos a la Feria y disfrutar de un paseo por sus calles también trajo consigo que muchos se aprestaran a llegar al recinto con coches más propios de una romeria, charres con ruedas de gomas, que de esta fiestas. El Real Club de Enganches decidió apostar entonces por la calidad y puso en marcha una iniciativa, la Exhibición de Enganches de la Feria, que este año celebrará su XXVI edición, con el objetivo de mostrar los mejores coches de caballos que acuden a la Feria de Abril. Fue todo un repulsivo. La belleza de los carruajes que han ido asistiendo, edición a edición, a este evento ha conseguido revitalizar una afición y recuperar coches de caballo que hasta hace años se guardaban en las haciendas o cortijos e incluso en museos, para que todos los que acuden a la Feria lo puedan disfrutar.

El empeño por mejorar el Paseo de Caballos continuó. Se había logrado recuperar la afición por los enganches, tanto que se vivían antiguos atascos en la feria, en la que enganches y caballistas difícilmente podían pasar no ya lucirse. Era tiempo de bonanza y el coche de caballos se convirtió, de nuevo, en símbolo de poder social, pero a veces la forma de llevar al real estos impresionantes carruajes no era la más adecuada.

Le llegó el turno al Ayuntamiento de Sevilla. Modificó la ordenanza hace unos años y ésta, además de regir el horario y establecer normas como que los caballisats no pueden acceder a las aceras, obligó a los propietarios de enganches, además de a contar con un seguro de responsabilidad civil ante posibles accidentes, a solicitar un permiso para acceder al paseo, prohibe los coches de caballos con ruedas neumáticos o los coches de domas, así como acceder al recinto a caballistas, propietarios o cocheros que no vayan vestidos de forma tradicional conforme al tipo de enganche que guíen o montura que usen. Para evitar el colapso del Paseo de Caballos se limitó el número de enganches a un máximo de 1.400 pero en días alternos, por lo que, como máximo cada jornada de la feria podrán circular por el real 700 coches de caballos.

Para los caballos no hay más límite que el marca la crisis, que, como en todo, también se nota en el real. Pero con esos 700 enganches y los centenares de jinetes y amazonas que se cruzan cada día por el real, las calles del recinto de Los Remedios se convierten en los días de Feria en un mundo aparte, colorista, feliz, una especie de paréntesis en el tiempo, en el que no hay que pensar más que en tener cuidado cuando se cruza la calle y la belleza de un coche bien enjaezado te lleva a volver la cara y extasiarte. El Paseo de Caballos tiene ese poder, atrae a todos y para todos está abierto al disfrute. Es de lo mejor de la Feria de Abril, no lo duden, disfruten de él.

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