Olvídense de la política y sus memeces y centrémonos en lo importante: ¡el amor! Ustedes saben que me rechiflan ese tipo de organismos internacionales (Parlamento Europeo, la OCDE, la ONU…) que pierden su tiempo y nuestro dinero en realizar estudios sobre los más variopintos temas; informes que, dicho sea de paso, nos leemos cuatro locos y yo: Punset, su guionista y pocos más.
Uno de esos estudios ha descubierto que utilizar las redes sociales estimula en nuestro cerebro la secreción de dos hormonas: dopamina y serotonina, llamadas hormonas del amor, pues son las que nuestro organismo segrega durante los primeros meses de enamoramiento. Luego ya es otro cantar, en fin… Y así, prosigue el estudio, cuando interactuamos en las diversas redes sociales experimentamos una sensación de bienestar muy parecida al flirteo amoroso. Asegura el informe que la sensación de teclear nuestra contraseña y penetrar —¡uy, perdón!— en Facebook es equivalente a la que sentimos cuando alguien nos abraza y nos da un beso. No indica si un beso casto o con lengua. De ahí que haya gente que esté todo el día enganchada al ordenador. No es vicio, es que necesita cariño. Supongo que si Facebook equivale a beso más abrazo, Twitter o Tuenti viene a ser como si te pellizcan el trasero o te ponen ojitos. Lógico, pues Facebook tiene más fotos, y ya sabemos lo mucho que nos pone ver cómo juega al padel esa tipa buenorra que normalmente no nos saluda cuando nos la cruzamos por la calle. Aunque sea nuestra amiga-de-la-muerte en el feisbú. No digamos entonces la intensidad amorosa de Youtube, con imágenes en movimiento. Ahí se llega a un orgasmo de cataclismo japonés al darle rítmicamente con el dedito… a la tecla Enter, no me sean malpensados. Puro placer adulto, como pregona ese anuncio, «Valor» hay que tener para desliar el chocolate con leche en plena excitación erótica.
Yooo…, qué quieren que les diga. Cada vez que entro en el ciberespacio no siento ni fu ni fa. Nada de nada. Mejor así, pues sospecho que si hemos llegado al punto de sustituir un buen achuchón por un sucedáneo informático y hormonal, entonces es que algo falla, y que el único «vicio» que nos corroe es el de la soledad y la incomunicación. Siempre será mejor la triste realidad que la falsa fantasía imaginaria, que para eso ya están las campañas electorales, y hemos dicho al inicio del artículo que de eso… ¡ni hablar!
De todas formas, por mí que no quede. Quizás es que no logro ver el sex-appeal de mi ordenador. Cuando acabe el artículo, lo apagaré. Lo rodearé tiernamente con mis brazos, y le voy a dar un morreo que se va a quedar en la gloria. ¡Ya les contare…!

