Apesar del lamentable alejamiento de la política que se percibe entre los ciudadanos, siempre ocurre que, ante una cita electoral —mientras no se encuentre una fórmula mejor que la consulta a los ciudadanos cada cierto número de años es la forma más adecuada de hacer efectiva la soberanía nacional—, se levantan grandes expectativas. Eso es lo que nos encontramos de cara al próximo 22 de mayo. Expectativas de los diferentes partidos y también de parte importante de los cordobeses. Porque Córdoba es como un enfermo al que le aliviaría un cambio de postura. Esas expectativas son muy diferentes entre los partidos y entre la gente. En el caso de IU-CA se busca mantener un gobierno que para la izquierda, desde la época en que no se irritaban cuando se les llamaba comunistas, es emblemático. Sin embargo, la lamentable espantada de Rosa Aguilar les va a pasar factura. Sus expectativas buscan minimizar los efectos del cambio de chaqueta de la díscola ex alcaldesa. Por su parte, el PSOE tiene en su horizonte mantener al menos los resultados alcanzados por Blanco en el 2007 y poder utilizar sus concejales como moneda de cambio para cerrar algún acuerdo con IU-CA si las cifras lo permiten, a cambio recibiría su apoyo en otra capital andaluza. No hay más cera que la que arde.
El PP parte como favorito, pero Nieto y los suyos saben que no le basta con ganar, ya lo consiguieron hace cuatro años. El viento sopla a su favor, pero si quieren hacerse con la Alcaldía tienen que alcanzar la mayoría absoluta porque si se quedan a las puertas, puede ocurrirles lo mismo que en 2007. Digo puede porque «Empleo y Progreso» —ahí es nada— podría distorsionar el esquema esbozado. En ese caso, que Dios se apiade de Córdoba porque ya tenemos sobradas experiencias de los populismos.



