AL final, como si lo viera, la Alcaldía de Córdoba será una cuestión de liquidez y de sus efectos, y no se quiere decir que alguien se haya decidido a poner pasta gansa para una campaña a la americana o para una solución expeditiva y clandestina. Será cuestión de líquidos. Por caprichos del calendario en aquellos meses de 1979 en los que los españoles se hartaban de votar para purgar los cuarenta años en que les habían aliviado la molestia de ir a las urnas, las elecciones municipales casi siempre han coincidido con la Feria de Córdoba. Lo lógico es que fuera además con el último fin de semana, y que más de uno fuera a votar después de haberse llenado el cuerpo de whisky, fino, cerveza o mojitos, según las apetencias o las afinidades de cada cual. Cuestión de liquidez elemental.
Para muchos era un clásico acudir al colegio electoral con el dolor de cabeza acumulado de demasiadas noches de fiesta, abusos y solaneras inclementes en la Victoria o El Arenal. En la noche anterior, había quien prometía el sufragio en función de cualquier euforia etílica. El PP solía poner en su caseta una versión «bakalao» de su himno que igual ayudaba a la cosa.
Este año será en los primeros compases y habrá una semana para celebrarlo o para ahogar en la barra el fracaso, aunque hay una excepción. En 1999, las elecciones fueron el día de San Antonio, un cálido 13 de junio en que Córdoba inauguró el rosismo. Dice la leyenda urbana que a Merino se le fue la mayoría absoluta por los votantes que confiaban en su victoria y pusieron rumbo a Fuengirola. Cuestión otra vez de liquidez: igual los tres partidos tienen que hacer una rogativa a la Virgen de la Cueva («que llueva, que llueva») para que los que no pisan la Feria no vayan a tostarse a la Costa del Sol o a hacerse un arroz en la eremítica tranquilidad de la Sierra.
