Se cumplen hoy diez años de la declaración de los Sotos de la Albolafia como Monumento Natural. En medio de una ciudad de más de trescientos mil habitantes, encontramos una reserva medio ambiental. Una más de las bellas y genuinas sorpresas que alberga Córdoba. Su nombre se debe a la albolafia, la noria que existe allí y en cuya larga historia tiene un hueco la Reina Isabel I, Isabel la Católica, en una de sus estancias en Córdoba.
El río Guadalquivir, al cruzar la ciudad, configura este espacio natural, conservado en pleno núcleo urbano y enmarcado por un casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, con la Mezquita-Catedral y el Alcázar en una orilla y La Calahorra en la otra. La prolongada ausencia de intervención humana permitió que la sedimentación fluvial originara característicos sotos, islotes de limos y arenas, colonizados por vegetación y por una variada fauna.
Del Puente Romano al de San Rafael (hasta tres estatuas del Arcángel miran a los sotos), los retazos del bosque de ribera, abundante en el pasado, constituyen un pequeño espacio con una variada avifauna, compuesta por unas ciento veinte especies. Siendo la mayoría aves protegidas, unas lo utilizan como zona de invernada, otras estacionalmente o como descanso migratorio.
Destacan las abundantes garcillas bueyeras, garceta común y garza real, próximas al agua donde se alimentan, además del martinete y la cigüeña blanca. Bajando las escaleras hasta el agua, o en barca, es frecuente ver ánades reales y frisos, gallinetas y fochas comunes, alimentados por plantas flotantes como la lenteja acuática. Entre eneas, juncos y carrizos aparecen calamones y chorlitejos. También existen especies marinas, como gaviotas y cormoranes, que duermen sobre los eucaliptos. Incluso se ve alguna nutria.
Bajo álamos y sauces crecen el lirio amarillo y la menta de agua, junto a abundantes tarajes y floridas adelfas. Con suerte se observará descendiendo en picado al colorido martín pescador, haciendo honor a su nombre. Completan la visita las torres vigías de la muralla del río y los molinos harineros, como el de la albolafia.
La albolafia es un molino de origen romano al que, en tiempos de Abderramán I (mitad del siglo VIII) se le añadió una noria para elevar agua hasta el Palacio de los Emires, hoy Palacio Episcopal. En el XVI, las monjas del convento de Jesús y María, sus propietarias, se ocuparon de su restauración, siendo las obras dirigidas por el maestro Juan de Ochoa. Desde este siglo y hasta nuestros días, la noria fue reflejada, junto con la Catedral y el Puente Romano, en el sello del Concejo de la ciudad. En época de Antonio Cruz Conde y en los años noventa se le acometieron nuevas restauraciones.
Cuentan las crónicas que, residiendo la reina Isabel en Córdoba, en el Alcázar de los Reyes Cristianos, ordenó desmontar los canjilones de la noria de la albolafia ante el tremendo ruido que producían, impidiéndole descansar. Isabel la Católica (1451-1504) residió unos mil días en nuestra ciudad, repartidos entre los años 1478 y 1492, al ser Córdoba la capital de la frontera durante la Guerra de Granada.
En ese tiempo y junto a su esposo el Rey Fernando, la Reina recibió a sus súbditos cordobeses, departió asuntos de política interior y exterior, repartió limosnas, en 1482 dio a luz a la Infanta doña María, recibió al Rey Boabdil, capturado tras la batalla de Lucena, y a Cristóbal Colón, alojado en el convento de la Merced, quien les expuso sus planes sobre un viaje en el que solo España confiaría.
POR JUAN JOSÉ PRIMO JURADO




