Córdoba

Córdoba / pretérito imperfecto

El «jardín» de los patios

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«En el fondo, el informe de la Unesco, más o menos justo, más o menos vinculante, más o menos interpretable, nos ha dicho lo que todos pensamos y nadie se atreve a asumir...»

Día 30/10/2011 - 10.49h

Escribía Francisco Quesada Chacón, corresponsal en Córdoba de ABC, en un artículo del 24 de junio de 1962: «Si no hubiera en Córdoba estos patios, si no hubiera callejuelas recónditas, perfumadas por el aliento de aquéllos, la ciudad sería para el turista como otra cualquiera, más en ninguna otra halla el visitante esta pluralidad poética que dan los patios a las calles cordobesas».

El revés de la Unesco en primera instancia a las aspiraciones de convertir el Festival de los Patios en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad vuelve a desnudar las vergüenzas de la más (y diría única) genuina manifestación cultural, antropológica y popular de cuantas habitan el acervo cordobés. Y no es que esta etiqueta etérea vaya a prestarle más vocación universal a este fenómeno del que hablamos, donde van de la mano sabiduría humana y naturaleza en plena conjunción, de la que ya posee. De hecho, la fiesta de los Patios ha sobrevivido en Córdoba durante casi un siglo gracias a sus propietarios y al impulso y promoción adusta de los poderes públicos (sin olvidar al turista, claro está). Y no ha hecho falta grandilocuentes y rimbombantes heráldicas menesterosas. Sólo perderse para encontrarlos.

Cierto es, no obstante, que este episodio calificado por el propio alcalde como «contratiempo serio» tiene mucho más recorrido que el que el comité técnico que prepara la sesión de la Unesco en Bali dentro de un mes ha plasmado en su polémico informe (apenas un carilla de folio). Redunda en la impotencia que muchos sentimos cuando nos acercamos a analizar esta forma de vida, esta costumbre filosófica y urbanita; artística y natural; económica y sociológica... Una especie de mundo aparte donde el tiempo se para y donde la vida cae con otra cadencia distinta. La rabia que produce imaginar el potencial desaprovechado de este rosario de universos tan personales que salpicados en San Basilio, la Judería o Santa Marina funcionan como sistema circulatorio de la ciudad que todos queremos llevar dentro alguna vez. Cada casa-patio de Córdoba es un patrimonio de la humanidad en sí mismo, por las virtudes y utopías del ser humano que desprenden como si brotaran de un tarro de las esencias. Por el hábitat equilibrado y de respeto entre el hombre y su entorno que procura. Porque reproduce el principio de todo y aquilata el más progresista y políticamente correcto discurso de la oficialidad cultural, a la vez que derriba con su impronta la base vanguardista del disfrute efímero en el mercadeo global. El ocio-basura.

En el fondo, el informe de la Unesco, más o menos vinculante, más o menos interpretable, más o menos justo, nos ha dicho lo que todos pensamos y nadie se atreve a asumir con valentía. ¿De verdad sabemos lo que tenemos, hacemos universal su quintaesencia y estamos seguros de hacia dónde queremos ir con los patios...? ¿Podemos creer, ciertamente, que en el ánimo de los políticos está salvaguardar este bien intangible del que bebería cualquier ser humano de cualquier rincón del mundo...? ¿Se ha hecho todo lo posible por preservarlo, protegerlo, enaltecerlo y asegurar su continuidad en el tiempo y la memoria...? ¿O, simplemente hay que tomar cierta distancia para arrojar algo de luz en esta ceguera egocéntrica que nos nubla la razón...?

Aunque hay que reconocer que el proceder del alcalde, José Antonio Nieto, ha sido inteligente al concentrar los esfuerzos en intentar salvar «in extremis» otro tren que parece que vamos acabar perdiendo, llegará un momento en que sea necesario depurar y exigir responsabilidades a todos los niveles —desde el técnico hasta el político— sobre este dantesco episodio que caricaturiza nuestras aspiraciones como si fueran prestadas y entre esas gitanillas floreciera nuestra infinita ingenuidad sobre lo desconocido.

Hemos tenido que aguantar a un consejero de Cultura que cada día que pasa surge como una bestia negra cada vez que pisa la ciudad y abre la boca. Su bufonada de autocomplacencia. Hemos aguantado callados —la mayoría— que la Junta de Andalucía nos obligara a retirar la candidatura del Festival de los Patios en 2010 para que el flamenco tuviera el camino expedito. Tragó sin rechistar el ínclito Ocaña, a quien tocó defender un dossier que ahora está en el punto de mira por sus flaquezas y debilidades, aunque nos pongamos estupendos pensando en que estos <CF2>juanlanas </CF>de la Unesco no entienden lo que son los patios cordobeses.

Cuesta entender y hasta, si me apuran, ver cómo se duda del supuesto arraigo popular de una fiesta que nace precisamente de la calle, del pueblo, del sentimiento, de los valores más dignos de la humanidad (entre la generosidad y la armonía). Pero resulta difícil demostrar lo contrario cuando queremos reducir este fenómeno a una larga cola de turistas a los que debe sonarle mucho la cartera a las puertas del negocio de turno. Ni lo uno ni lo otro y ambas cosas a la vez. La fiesta de los Patios precisa con urgencia de una estructura, un cuerpo, un tronco que sustente su raíz y dé paso a su futuro, que en gran medida seguirá siendo el nuestro. Un ente serio, desideologizado, profesional capaz de sembrar para recoger. E independientemente de que el 27 de noviembre, en el hotelazo de lujo de Bali, se decante el dedo victorioso o ruin, podamos decir de verdad que estamos salvando a los patios sin necesidad de marketing turístico (que también), sino porque de verdad hayamos comprendido su verdadero sentido. Que es el nuestro.

fjpoyato@abc.es

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