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José Luis García Sánchez «Esta película era la asignatura pendiente del cine español»

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El cineasta lleva a la pantalla la novela de Rafael Azcona, una historia de apariencia disparatada que se ambienta en un velatorio que retrata la España de los años 50

Día 19/11/2011

DIRECTOR DE «LOS MUERTOS NO SE TOCAN, NENE»

Silvia Marsó, Carlos Iglesias, Carlos Alvarez-Novoa, Álex Angulo, Blanca Romero, María Galiana, Airas Bispo y Javier Godino protagonizan «Los muertos no se tocan, nene», en cuyo guión ha colaborado David Trueba.

—En el cartel de «Los muertos no se tocan, nene» llama la atención que el nombre de Rafael Azcona esté muy por encima del director y los actores.

—Hombre, es que sin decirlo es un homenaje a Rafael Azcona, sin la plastería de decir que está dedicada. Hemos hecho unos títulos de crédito en los que lo hemos sacado cuando era joven y toreando, que es lo que más le hubiera gustado a él. No hemos llegado a la vulgaridad de ponerle su pasodoble, pero casi. Por cierto, y hablando de pasodoble, Rafael era un admirador de Córdoba.

—Pues no era algo muy conocido en la ciudad.

—Nunca llegó a decirlo, porque él era muy pudoroso. Nos pasó una cosa haciendo la película «Pasodoble»: rodamos en una calle muy grande, con mucho tráfico, una de las que van a la plaza de Las Tendillas. Cortamos la calle en un momento determinado con una vía de «travelling». Era un sábado. Rodamos y tardaríamos veinte minutos o media hora, por lo menos. Y no sonó ni un solo claxon. Esto lo contaba Rafael como ejemplo de una ciudad cinéfila: ante la posibilidad de estropear una toma de sonido, los automovilistas no hicieron sonar los claxones. Rafael fue el impulsor de que la película se hiciera en Córdoba, porque decía una cosa en la que tenía bastante razón: que la película tenía un sustrato de tolerancia profunda, que el mejor sitio donde se daba era en Córdoba. Y es verdad.

—¿Por qué se ha recuperado precisamente ahora la novela para llevarla al cine?

—Cuando Marco Ferreri llegó a España vendiendo lentes, ya había hecho documentales y le dio por dirigir. Le pareció que era un sitio estupendo para ello. Leyó la novela «Los muertos no se tocan, nene», y le deslumbró. Es la primera que quiso hacer: preguntó quién era Azcona, le conoció y luego lo intentaron, pero no lo permitió la censura. Y de ahí pasaron a «El pisito». Es una asignatura pendiente del cine español, y también la quiso hacer Berlanga y más gente. No lo permitía la censura, porque era tomarse a coña un velatorio. Hacer humor sobre la muerte, la religión... afectaba a todos los principios del Movimiento.

—Y nunca se hizo...

—La película nunca se hizo y poco antes de morir Rafael, yo se lo decía, y él contestaba que ya no tenía fuerzas. De todas maneras, yo sospecho que si hubiera vivido más tiempo, no habría querido hacer él el guión. Le conté las dos o tres transgresiones que hay con relación a la novela y le parecieron estupendamente. La más importante es que hubiera una televisión, y eso la databa muy bien en su época, cuando aparecían los primeros televisores.

—La historia puede parecer en principio rocambolesca y disparatada, pero después las características de los personajes y lo que hacen son muy reales, ¿no?

—Yo me dedico al cine porque una vez, siendo un chaval, me metí en un cine de programa doble. Y vi «El Pisito». Cuando salí pensé que la gente de la calle eran como los de las películas. Es Valle-Inclán: la anécdota esperpéntica es lo de menos, aunque sea lo más divertido y lo más aparente. Pero por debajo tiene que haber personajes que sean reales y reconocibles. Yo creo que esa es un poco la característica del arte narrativo español que a mí más me interesa.

—La obra está ambientada en Logroño, la ciudad de Rafael Azcona, y se identifica a Fabianito, el niño protagonista, con el propio autor. ¿Es su obra más autobiográfica?

—Es más autobiográfica como memorias del niño y del adolescente. Rafael tenía un pudor terrible, era un hombre de un lirismo pudoroso, pero claro que es autobiográfica.

—Lo de ser asignatura pendiente, ¿ha motivado el rodaje en blanco y negro doblando el sonido de las escenas, como se hacía en los años 50?

—Es completamente anacrónico, sí. Lo hemos querido hacer voluntariamente, pero me parece que hemos conseguido un sonido como de entonces. No tiene la profundidad del sonido directo, pero sí una inteligibilidad que sí era de la época. Ha sido un trabajo bonito y difícil, hecho en Andalucía. Y en blanco y negro... ¿Usted se imagina «Plácido» en color? Son cosas obligadas.

—¿Que esta película la quisieran hacer Ferreri y Berlanga impone para ponerse delante de la cámara?

—Sí, pero lo he hecho con mucha astucia, porque he hecho cómplices a todos los actores y todo el mundo, les he involucrado y es de todos. Yo solo sería incapaz de una muestra de talento como el de Berlanga.

—El propio Antonio Mingote, autor del cartel, recordaba que Azcona llegó a Madrid de poeta. ¿Está tan presente la mirada de poeta sobre la realidad en esta obra?

—Durante muchos años, se podía decir que Rafael Azcona era el humor negro, y no se tenía en consideración porque sólo veía la negrura de la vida. Rafael tenía un sentido poético humorístico. Hay dos caminos: el de «Platero y yo», y el del humor, y el tiró por el del humor. En esta película sale un mendigo, que ha decidido no trabajar, porque de mendigo se vive mejor. Es mentira, pero remite a unos personajes heterodoxos de aquel tiempo.

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