La eliminación del barniz oxidado aclara la obra y permite apreciar sus detalles
Día 10/01/2012 - 09.02h
Desde el final de la primera sala del Museo Julio Romero de Torres, se puede distinguir, a unos 30 metros, uno de los cuadros que presiden la última estancia, la de las obras mayores del pintor. El mármol de la puerta le hace de marco improvisado a uno de los cuadros emblemáticos del centro: «La chiquita piconera». Ahora que el Museo Julio Romero de Torres abre sus puertas de nuevo y estrena disposición, será el momento para que los visitantes puedan ver por primera vez restaurada la obra más emblemática de este espacio y la más difundida del autor cordobés.
Enrique Ortega, restaurador de la Unidad de Museos Municipales, se ha encargado de la actuación en esta obra, una de las últimas de Julio Romero de Torres, en las que plasmó a la que sería su última musa y una de sus preferidas: María Teresa López, que ha pasado a la historia precisamente con el nombre de este popular cuadro.
Química y radiografía
Como otras de las obras del centro, «La chiquita piconera» presentaba tres problemas fundamentales que confluían en un único síntoma: la oscuridad del lienzo, que lo hacía parecer casi «tenebroso», explica Enrique Ortega, algo que está lejos de la realidad. A ello contribuían una paleta de colores oscuros, las clásicas veladuras del autor y, especialmente, el uso de aceites de baja calidad que al oxidarse terminaban por alterar la percepción del lienzo. Un estudio previo de los componentes químicos y una radiografía ayuda a conocer la obra más en profundidad antes de comenzar el trabajo.
Enrique Ortega aclaró que toda la limpieza se ha realizado con microcoscopio, que ha ayudado a distinguir todas las pequeñas manchas y depósitos de aquellos elementos que sí puso el autor intencionadamente. Aquí ayuda mucho la experiencia. «De los más de 70 cuadros que hay en el museo, ya he restaurado casi 60», con lo que ya tiene un sólido criterio sobre la obra de Julio Romero de Torres para discernir sobre lo que encuentra en los lienzos, en un proceso «lento y minucioso». Terminada la limpieza, aplica un nuevo barniz «de alta trasparencia» que devuelve el brillo a la obra sin riesgo de que la oxidación vuelva a oscurecerla. Es el proceso que se ha aplicado con otras muchas obras, entre ellas la también recién restaurada «Flor de Santidad», que ya luce en una de las salas del museo de la plaza del Potro.
Quienes se acerquen a conocer el remozado Museo Julio Romero de Torres encontrarán en «La Chiquita piconera» un tono distinto, mucho más claro, en las piernas de la modelo. También han experimentado ligeros cambios las manos, que tienen gran protagonismo en la obra, y a las que se han eliminado repintes realizados con posterioridad a la muerte del autor. Enrique Ortega, sin embargo, llamó la atención sobre un concepto que define como «profundidad de color», y que está presente sobre todo en el fondo de la obra.
Hasta ahora, en el fondo del cuadro se podía distinguir, aunque muy oscuro, el paisaje del Puente Romano y la torre de la Calahorra, que ahora se aprecian con una nitidez total, incluidos los molinos del Guadalquivir, y con los sutiles tonos que el pintor les dio.