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Córdoba / SOCIÓLOGO E INVESTIGADOR DEL IESA

Manuel Pérez Yruela: «Somos seres muy previsibles»

Lleva observando el comportamiento humano unas cuantas décadas. Y es capaz de traducir nuestros actos en vectores, tendencias y quien sabe si en operaciones algebráicas

Día 22/01/2012 - 11.23h

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Hasta hace nada fue el rostro visible del Gobierno andaluz, el señor que se metía en el comedor de su casa para mostrarle las bondades de la Junta. Su aventura política duró poco. Apenas un año. Un suspiro si se compara con algunas biografías que se eternizan en el escaparate de la vida pública. Y regresó a territorios de la sociología, donde ha habitado la mayor parte de su trayectoria profesional. Porque lo suyo son los sondeos de opinión, los análisis sesudos, el examen científico de la realidad inextricable que nos circunda. En eso es un experto. Un observador perspicaz y privilegiado.

—¿La sociología es la más inexacta de las ciencias?

—Es inexacta, como todas las ciencias sociales, porque no tiene modelos matemáticos. La sociología es la ciencia de la modernidad. Un instrumento imprescindible para explicar el devenir histórico.

Manuel Pérez Yruela (Pozo Alcón, Jaén) se hizo ingeniero agrónomo para hacer la reforma agraria y se mudó a la sociología cuando comprendió que sus claves no eran técnicas sino socioeconómicas. En este terreno ha forjado un currículo particularmente solvente a lo largo de los años, cuyo principal logro fue el impulso del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), desde donde se radiografía la realidad sociológica de Andalucía. «Contribuí a hacer la reforma agraria», sostiene. «Pero esa ley vino a destiempo. Si se hubiera hecho en los años treinta hubiera cambiado Andalucía».

—¿Es la gran asignatura pendiente?

—Ya no tiene sentido hablar de reforma agraria cuando ha cambiado tanto la producción, la tecnología. Pero Andalucía hubiera sido otra. No es igual una sociedad escindida, polarizada como la del latifundio, donde una minoría detenta todo el poder y una mayoría vive en condiciones precarias.

—¿La sociología le ha dado muchas claves para entender el mundo?

—Y me las sigue dando. Ejerzo de sociólogo casi permanentemente.

—¿Los comportamientos humanos son previsibles?

—De no ser así el orden social sería imposible. Te levantas cada mañana y el pan está en la panadería, el autobús en la parada y el periódico en el quiosco. Hay una especie de orden social al que nos unimos sin darnos cuenta.

—Somos más matemáticos de lo que parece.

—Imagínese que cada día piensa una cosa diferente. O que cambia el tráfico a diario. O que el panadero dijera que hoy no hace pan.

—¿En qué clase de mundo vivimos?

—En un mundo globalizado. Anticipadamente globalizado. Los estados nación han abierto tanto sus fronteras que nos estamos viendo zarandeados por la mundialización. La globalización industrial, la de los mercados financieros. Un mundo que crea muchas incertidumbres. Habíamos construido uno bastante cómodo. Un gran pacto social en una comunidad nacional y solidaria.

—¿El Estado social está tocado de muerte?

—Creo que no. Los ciudadanos acabaremos reaccionando para recuperarlo. El Estado del bienestar ha sido un gran pacto entre el liberalismo y la socialdemocracia para mantener un grado de bienestar basado en una entente entre la economía, la democracia y la igualdad como valor fundamental de la vida.

—¿Andalucía es lo que parece?

—En el año 50 era una sociedad rural. Y de ahí a una moderna, informatizada y enganchada a la iPad es muy complicado de asimilar. Le contaré una anécdota: una noche fui a la calle Larios en Málaga y había un concierto de Chambao. Justo detrás pasaba un Cristo de Semana Santa que trasladaban a otra iglesia con cornetas y tambores. Es la Andalucía paradójica.

—¿Las dos pueden convivir?

—Es complicado. Pero hemos sabido hacerlo.

—¿Qué es la cultura andaluza?

—Una cultura muy rica en matices. Y en contradicciones. Tenemos un gran capital social, relacional, que es la base del desarrollo económico. ¿Pero qué pasa? Que aquí no está orientado hacia la producción. Tenemos un concepto de la «vida buena». De la convivencia, las redes sociales, el valor de la familia. No se vive sólo para trabajar. Ahora bien: ¿cómo la «vida buena» es compatible con las exigencias de la modernidad?

—La modernidad como productividad.

—Es un tema socialmente muy sensible. Reaccionamos con mucho cliché a las críticas a lo andaluz. Nos viene Duran Lleida y nos dice una tontería como la del PER.

—¿Hay motivos para ofendernos?

—Tenemos motivos. El PER es un seguro de desempleo tan digno como el que tienen los trabajadores industriales de Cataluña. Distinto es que algunos beneficios sociales se utilicen mejor o peor.

Se le percibe relajado, sobre todo en la víspera de un largo vuelo al otro lado del Atlántico. Es amante del senderismo y la montaña, quizás por haber nacido en el corazón de una de las sierras más agrestes de Andalucía. Su biografía se asienta sobre la tenacidad y el esfuerzo de superación para sobreponerse a una familia de recursos limitados y alcanzar el cénit profesional. Tiene un discurso bien armado y convincente, plagado de reflexiones sobre la sociedad en que nos ha tocado vivir.

—¿Lo suyo con la política fue un amor fallido?

—No. Fue una colaboración más con la vida pública. No es la primera. A la política se debe llegar más maduro que joven. Más ajeno a las pasiones, más ligero de equipaje. La cogí como una muestra más de mi compromiso con la izquierda moderna actual, que debe cambiar. La crisis nos está planteando unas cuestiones muy jodidas. La izquierda debe rehacer su discurso frente a la globalización o no va a tener capacidad de respuesta.

—Su paso fue fugaz.

—Duró un año. El modelo de portavocía no era el mejor. Ser portavoz exige ser consejero o ministro.

—Dijo que se fue «con alivio».

—Los cargos públicos son siempre muy gravosos. Ahora vivo la mejor etapa de mi vida. Siempre he estado metido en charcos y de pronto dije: «Qué relajo».

—¿Se comió muchos sapos?

—Churchill dijo que un político es un señor que es capaz de comerse un sapo vivo cada mañana. La política es muy compleja. Se cruzan muchos intereses donde todo el mundo aprieta para sacar adelante lo suyo.

—Usted cita un libro de Weber titulado «El político y el científico». ¿Son dos caminos antagónicos?

—Max Weber decía que las dos posiciones tienen lógicas diferentes y es complicado hacerlas coincidir. El científico tiene que alcanzar la verdad cueste el tiempo que cueste. Y el político tiene que resolver problemas inmediatos y no tiene tiempo para alcanzar la verdad.

—¿Hay razones para la desafección?

—Hay razones. La democracia es muy imperfecta. A veces, los políticos están muy ocupados de la gestión diaria y dedican poco tiempo a la autocrítica y la reflexión. Cambiar entraña riesgos y nos gusta poco movernos.

—Hay muchas cosas que depurar.

—Sobre todo, la relación entre los políticos y los ciudadanos. Los partidos tienen que abrirse a los ciudadanos y la democracia interna es perfectible. Pero mire: la democracia lleva poco tiempo en el mundo y el concepto de calidad democrática no más de 15 años.

—¿Tiene respuestas al desempleo?

—Andalucía tiene un problema histórico. El paro no ha bajado nunca del 15% desde que tenemos registros. Incluso en la época de mayor bonanza. Tenemos sectores que generan poco empleo. La herencia de una minoría que necesita hacer poco para ganar dinero. La cultura del latifundio.

—¿Qué dice de Córdoba el ascenso de Gómez?

—Es producto de la incultura, del populismo. Y ahí está el resultado final. ¿Qué es el populismo? Una mezcla de promesas falsas a personas incultas o con poca capacidad de discernir. El populismo suele acabar mal. En Córdoba se ha cultivado y se ha dejado que se cultive.

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