Aquí, el listillo que se beneficia y se enriquece a base de pelotazos es un modelo a seguir, mientras que al trabajador honrado se le ve un poco como el tonto de la película
Día 18/02/2012
LOS resultados de una reciente encuesta del CIS señalan que la clase política ocupa el tercer lugar entre las preocupaciones de los españoles, después del paro y la crisis económica, y superando a problemas como la inseguridad ciudadana, el terrorismo, la sanidad, la educación, o las drogas.
Y lo que preocupa de la clase política es tanto su incapacidad de resolver los problemas económicos y sociales como la corrupción en la que se ve envuelto un número lo suficientemente significativo de políticos como para que tiñan —de marrón— al resto que, estoy seguro, son mayoría. Los partidos políticos deberían reflexionar y ser mucho más contundentes con los casos de corrupción entre sus filas porque les salpican a todos.
La corrupción siempre estará presente porque es el negocio de los sinvergüenzas y en una sociedad el número de sinvergüenzas es inversamente proporcional a su nivel educativo. Porque la educación no sólo implica la transmisión de conocimientos, sino también de valores, costumbres y formas de actuar, y ahí va incluido el respeto a los demás. Y me refiero a la educación que empieza en la familia y se complementa con la de la escuela.
No cabe duda que la falta de respeto está detrás de los casos de corrupción y de otros muchos males, porque si no respetamos los derechos de los demás, ¿cómo vamos a respetar el dinero público que es de todos y que no es de nadie? En el fondo, detrás de esa falta de respeto, existe un egoísmo mayúsculo y, a partir de ahí, «todo lo que me favorezca» está justificado.
Si nos fijamos en países como Dinamarca, Finlandia, Suecia, Alemania, Canadá, Australia o Japón, podremos comprobar fácilmente que el número de casos de corrupción —en general— y entre sus representantes políticos —en particular— es mucho menor que en otros como España, Italia, y algunos países sudamericanos o africanos. Esto en un hecho indiscutible, por lo que este simple análisis de correlación nos lleva a una conclusión muy clara: cuanto más educado es un país, menos casos de corrupción se dan entre sus representantes políticos.
No cabe duda que el nivel medio de educación en España es muy inferior al de otros países a los que les va todo mejor. Aquí, el listillo que se beneficia y se enriquece a base de pelotazos es, muchas veces, un modelo a seguir, mientras que al trabajador responsable y honrado se le considera un poco como el tonto de la película que no aprovecha sus oportunidades. Sólo hay que ver los tiempos que la televisión (telebasura) dedica a personajes de uno u otro tipo. Y claro, así nos va. El esfuerzo es para los torpes que no saben llegar a la meta sin tomar atajos de dudosa legalidad.
Hoy día se habla mucho del esfuerzo, y es bueno que así sea. Lo que se consigue con esfuerzo sabe mucho mejor. Gandhi decía que nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Mi experiencia coincide totalmente con la del escritor francés André Gide cuando afirmaba que el secreto de mi felicidad no está en esforzarse por el placer, sino en encontrar el placer en el esfuerzo.
Esfuerzo y educación. Esas son las claves. Un país bien educado ni transige ni permite la incompetencia y la corrupción, elige a dirigentes honestos y competentes, y sabe diferenciar muy bien un discurso político serio de una prédica demagógica.
Y España es un país con un grado de ineducación alto, y por eso es un terreno abonado para algunas tropelías.
JUAN JOSÉ RUIZ ES CATEDRÁTICO DE QUÍMICA FÍSICA