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Córdoba / EL PATERO DEL LUNES

Elecciones

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Día 12/03/2012 - 09.43h

Un año más, la Cuaresma coincide con campaña electoral. El año pasado tocaron municipales. Este año autonómicas. (En junio a la Agrupación… )

Una vez más se repiten los esquemas. Promesas, críticas, demagogia… y halago al votante. Adular al votante es una de las más comunes estrategias para captar el voto. En la decisión de un voto, el cofrade ejerce su papel de ciudadano. Pero ¿puede sustraerse un ciudadano cofrade de ésta condición, a la hora de elegir una u otra opción?

Las cofradías tienen de bueno su arraigo popular, su pluralidad. Son un movimiento muy de base, en el que se funden y confunden toda clase de actitudes políticas. Ello tiene como positivo la capacidad de las cofradías de ser un ámbito fronterizo en el que puedan convivir muchas y diferentes posiciones e ideologías. Pero ¿hasta qué punto esto no puede suscitar, en determinados casos, una incoherencia identitaria?

Hay posiciones políticas que rechazan plenamente cuestiones que son sustancialmente constitutivas del ser cofrade (nazareno que sigue a Cristo). En la práctica, las cofradías no suelen ser rechazadas por ninguna opción política. Al menos de manera oficial, casi todas las opciones políticas dicen apoyar al movimiento cofrade justificándolo como manifestación de cultura popular, de sentimientos antropológicos y de autoafirmación colectiva, justificaciones ciertas, pero no sustanciales. Sin embargo, estas opciones, que abiertamente no cuestionan a las cofradías, indirectamente las menoscaban con actitudes y hechos tales como colisionar religión y escuela, prohibir los crucifijos, recortar ayudas a asociaciones dedicadas al derecho a la vida, hostigar los signos religiosos en la sociedad, «defraudar», según idea de la Epístola de Santiago (5,4), «el jornal al obrero», etc. Estas y otras prácticas son las que verdaderamente definen a una opción política, los hechos, no las palabras.

Hay actitudes anticofrades que embisten de cara: las que propugnan «La Semana Santa al Arenal». Ninguna opción política (con aspiraciones) defendería abiertamente esto. Pero se pueden promover los mismos objetivos que ese enunciado, propugnando políticas de marginación, descrédito, o ninguneo hacia lo religioso, políticas que omiten premeditadamente el reconocimiento de la Semana Santa como expresión espiritual, reduciéndola solamente (aunque lo sea también) a folclore, cultura, turismo, fiesta de la primavera, etc.

Este reduccionismo, porque despoja a la Semana Santa de su alma sagrada, puede ser más nocivo, a largo plazo, que propugnar «La Semana Santa al Arenal».

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