Córdoba

sol921

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Todo era despedida

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La Hermandad Universitaria escribió ayer el austero prólogo de la Semana Santa en la estación de penitencia en la que dejó atrás la iglesia de San Pedro de Alcántara

Día 30/03/2012 - 10.14h

El rayo de luz, ese rayo de luz que poco después del mediodía se posaba en la estampa imponente del Cristo de la Universidad filtrado a través de una ventana, marcó la esencia de un día que otra vez escribía la historia. Sólo se recordará para dos años, pero ya que no ha faltado quien lo haga notar en los últimos días, no es malo que la memoria lo conserve y lo escriba para que no se olvide. Se sabe que aparece poco después del mediodía por el sureste y que baña el cuerpo ensangrentado de la imagen como si su luz joven, más que de Viernes Santo, como es, fuese de promesa de Resurección.

Se vio el año pasado y se volvió a ver ayer, cuando por última vez el retablo de mármol rojo hacía de dosel barroco a la ascética verdad de las imágenes en sus pasos. Todo era por última vez: la noche de preparación, el amanecer de los pasos ya dispuestos y el interminable goteo de visitas para ver lo que no se repetirá otra vez, o sí, que quién sabe dónde llevarán los caminos de Dios. Todo era ayer despedida de Jueves de Pasión en la Judería cordobesa.

Y por última vez era también el ritual de los goznes que convocan al silencio, el muñidor y el llenarse la plaza, abarrotada y expectante, de negros nazarenos que no son puntiagudos. No era un salir para volver, era una peregrinación, una página de historia escrita con una estación de penitencia. San Pedro de Alcántara ya era historia para la Hermandad Universitaria mientras sus nazarenos pisaban por última vez el mármol del templo y salían a la plaza hermosísima y estrecha donde les esperaba toda una multitud.

Todo era despedida, también la lenta expectación en la plaza, el aparecerse de los cuatro cirios tiniebla y el paso mínimo para una imagen que se sale de todos los cánones conocidos. Lentamente se aproximó a la puerta, la traspasó y en unos minutos alzó la muerte y la sangre sobre su áspero calvario, apenas florecido en static morados y lirios del mismo color, muy pocos en los frisos y las esquinas. Todo era despedida, el andar rápido y el enmarcarse la cruz en la fachada barroca del antiguo hospital del Cardenal Salazar.

Plaza sin cofradías

Otra vez se quedaba la plaza, una de las más bellas del casco histórico, sin cofradías y el Cristo se despedía de los árboles monumentales que le habían dado cobijo en su pequeña capilla y de los balcones de la calle Romero.

Todo era despedida, pero más dolorosa, con la Virgen de la Presentación, que acumulaba ya más de veinte años en la casa alcantarina que siempre llenará la heráldica y la cruz de guía de la hermandad en su nueva vida. Otra vez enlutada, con el puñal que le anunció Simeón y que se cumple con su Hijo crucificado, y arropada en su austeridad con la luz tiniebla y las flores moradas, volvió a brotar sobre su paso entre nubes de incienso. También era despedida en aquella casa el silencio íntimo con que se abrigaba tras el impacto del Cristo.

Todo era despedida. La hermandad dejaba atrás su Judería y acudía a la Catedral para dejar la que ha sido su parroquia desde el comienzo y rezar ante las pinturas renacentistas de la capilla del Sagrario. No era despedida, o al menos no para siempre, de los arcos de la Catedral a la que la cofradía está convencida para volver.

Quedaron atrás las estrecheces íntimas de la Judería y las imágenes pisaron por primera vez la Axerquía para quedarse. Pasadas las dos de la madrugada el Custodio de Córdoba las reclamó para sí y mandó abrir las puertas para que se quedaran en su casa junto a San Lorenzo. Signo inequívoco de que la Virgen enlutada y el Cristo despojado de todo lo que no sea muerte que salva y dolor que da frutos de salvación ya forman parte de la entraña profunda de la ciudad.

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